Supongamos por un momento la inexistencia de comisiones de Derechos Humanos. Es más, olvidemos este concepto.
Pongamos las cosas nada más en el terreno de la absurda condición de la vida cotidiana, hallemos la raíz ilusoria de los asuntos de la vida y veamos el caso de Alondra como materia de folletón, novela, culebrón o truculencia para el horario vespertino de la televisión, con el permiso de Carla Estrada.
No digamos por ahora cuando nos refiramos a la juez Elodia Mercado García (quien pone en el tianguis de la justicia órdenes judiciales cuya estupidez la pone al frente del catalogo de todas las idioteces habidas y por haber), pobre señora.
Hacer el ridículo de esa manera y poner el brete binacional a la pobre niña Alondra cuyos ojos de estupefacción apenas si se pueden creer, cuando todo se pudo haber evitado con el simple análisis oportuno de un pelo de su cabellera bajo reactivos y microscopios o como se haga el análisis del Ácido Desoxirribonucléico o ADN.
Pero en el sainete grotesco y en ciertos momentos hasta de humor negro, subyace el problema de toda la vida: la confusión. Y se supone útil para evitarla, el funcionamiento adecuado de procedimientos institucionales. Para no dejarlo todo en el caprichoso juego de las apariencias.
Los humanos vivimos confundidos y seguimos alterando nuestra percepción una y otra vez. Grave asunto de apariencias, por ejemplo, aquel por el cual los celos de Otelo hallaron en un pañuelo extraviado prueba suficiente para apretarle el cuello a la pobre Desdémona, como cisne modernista (habría dicho González Martínez), cuya tela bordada jamás le había sido entregada por ella al supuesto seductor.
Pero ante los ojos de la suspicacia, todo es prueba. Todo es evidencia. Sobre todo cuando hay un antecedente. Quien hace un canasto hace cien y si el perro come hueve, manque le quemen la tropa
Y así con febles razones y aparentes motivos, la niña Alondra fue sacada de su escuela con fuerza superior a la empleada para pasear a La Tuta de aquí para allá y con policías de Interpol y vigilancia casi militar, se la llevaron a Estados Unidos (como si esto fuera un Global Entry) todo por la insistencia de su supuesta madre, la señora Dorotea García quien a su vez fue víctima de la malicia de su ex esposo quien huyó con la niña cuando esta era pequeña como un suspiro. ¡Ay!; pero cuanto no haremos por el dolor de una madre (aquí entran los violines).
El resto de la historia de enredos binacionales, en los cuales medio mundo es acusado no de error sino de franca estupidez, ya es conocido por todos y ahora viene a ser materia de indagación en el amplísimo ministerio nacional de Pozos Tapados y Niños Ahogados y ya hay quienes se preguntan con severidad en el entrecejo dónde estaban “losinteresessuperioresdelmenor” y dónde el respeto o la tutela de los mismos cuando todo este desaguisado se cometió a la vista de medio mundo: gobiernos municipales, estatales, federal; Poder judicial, autoridades escolares, prefecturas y direcciones; Relaciones Exteriores, etc.
Esta columna desea expresar públicamente su ignorancia plena en cuanto a eso de “losinteresesuperioresdelmenor”, pues no los conoce.
Sabe cuáles son sus elementos de dignidad humana, sus derechos, sus condiciones jurídicas, su necesidad de tutela, su cartilla de vacunación y el juego de la Oca, pero “susinteresesuperiores” no sabe cuáles son ni dónde están porque si así fuera debería conocer también “susinteresesinferiores” y de esos tampoco tiene noticia.
Es más, ¿cuáles son los intereses de la infancia? Quizá disfrutar de un irrepetible mundo protegido. Pero eso es una ilusión, como el “camino amarillo”.
Por lo pronto un nuevo personaje aparece en la escena. Una tía de esas cuyo conocimiento de los laberintos familiares la hace merecedora de información de privilegio. Y esa señora, Alicia Díaz Barragán sabe la verdad. O eso dice:
Aquí esta columna debería ofrecer un fondo musical como de John Williams, con trompetas de alerta y timbales de estrépito. Pero no es así. Esos se los debe imaginar el lector.
Dicho lo anterior, leamos esta información publicada ayer en el diario “Excélsior”:
“MORELIA, 24 de abril.- Alicia Díaz Barragán, pide a su hermano Reynaldo, padre de Alondra Díaz, la verdadera hija de Dorotea García, que entregue a la niña, la cual hace 8 años se trajo de Estados Unidos para Michoacán.
“La mujer que vive muy cerca de Los Reyes, en el municipio vecino de Tinguindín, asegura que no sabe el paradero de su hermano ni de su sobrina que ahora tiene 11 años de edad.
“A lo mejor que él decidiera entregar a la niña como está también con él, también estaría bien con su mamá, que ya esos fueron problemas de ellos y la niña es la que está pagando ahorita”, detalló la tía.
“La tía de Alondra Díaz menciona que Dorotea se confundió al señalar a Alondra Luna Núñez como su hija, porque existe cierta relación entre ambas familias, explica que la actual esposa de su hermano Reynaldo es hermana del señor Gustavo Luna.
”Es hermano de mi cuñada a lo mejor pensaron que era la niña y ellos la tenían, por eso surgió todo esto, cuando la confundieron con la niña dicen que llegaron a la escuela y se la trajeron a Los Reyes, los de la Interpol y que nada más la dejaron acá y fue todo”, indicó.
“Ya les dijeron a los papás que se trajeran identificaciones y todo porque la estaban confundiendo con la niña que buscaban, ya los papás trajeron todo y la juez fue la que no hizo caso, dijo que la niña era de Dorotea”, detalló.
Como se deduce de la lectura de los últimos párrafos, es clara la materia prima del asunto: la confusión. Y Reynaldo, el personaje central. Tanto como para no estar en la escena. Ese hombre es el misterio. Ojalá Graham Greene nos dijera algo sobre este “primer hombre”.
Pero en el caso, grotesco e hilarante una vez resuelto, vemos de nuevo esa costumbre de imaginar de oro cualquier brillo, de creerse la pinta del león, de mezclar (dice García Márquez) el culo con las témporas; ver moros con tranchetes, llamar adúltera a la coqueta y adivinar orégano en todo el monte; gordo todo lo hinchado y vacía la botella de gimnasia cuando se quieren tomar cucharadas de magnesia.
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Pocos nombramientos han sido tan acertadamente reconocidos como el de Roberto Campa en la subsecretaría de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación. Campa es un hombre serio cuya característica principal es ir al fondo de los asuntos bajo su responsabilidad.
Político maduro y honesto en cuya trayectoria no hay zonas oscuras.
Quizá no todos lo sepan pero su cargo actual tiene una grave complejidad: representa a la autoridad en una materia cuyo fin es impedir los abusos del poder. En ocasiones la actuación de los organismos de Derechos Humanos, especialmente los oficiales, colocan (lo dijo el difunto ministro Gudiño Pelayo) al Estado contra el Estado. Eso lo hace tan complejo.
Pero lo peor desde la Segob, es la insolente intervención de “expertos” extranjeros y comisiones interamericanas y demás agencias foráneas cuya “defensa” de los Derechos Humanos –sin fronteras–, corre parejas con la deliberada intención de debilitar (en otras materias aparentemente alejadas de los DH), la capacidad negociadora del país.