La historia reciente del alcalde de Apodaca, Nuevo León, Gerónimo Miguel Andrés Martínez quizá no pueda ser superada como gran ejemplo de cómo las mafias conforman no sólo el sistema carcelario, sino casi todas las actividades relacionadas con él en el país.
Por mafia quiero decir –si se vale la ampliación conceptual–, corporación, cuerpo, cofradía; grupo especializado (con todos los riesgos de la generalización) y de manera extensiva la conformación gremial. En sí misma la palabra mafia, en sus orígenes, fue casi un sinónimo de organización colectiva. Con otros fines, pero siempre en el sentido gregario; es decir, fuerzas agregadas. Por eso alguna vez se les llamó sindicatos del crimen.
Supuestamente en el siglo XIII los nacionalistas italianos buscaban expulsar a los franceses por cualquier medio. Legal o nio. “Morte alla Francia Italia Anela”. También hay quien halla en el acrónimo, invocaciones a las células de los grupos criminales de Sicilia; las familias. “Mia Famiglia”.
Como se quiera los gremios se fortalecen e imponen por las habilidades de sus integrantes y poco por sus méritos morales. Por eso cuando alguien quiere un sepulturero, va y lo busca con otros sepultureros. Si requiere un policía, lo halla entre otros policías, y así hasta el infinito en una pirámide donde unos protegen a otros; se cuidan y se entregar al “espíritu del cuerpo” para lograr la supervivencia.
Eso mismo son, a fin de cuentas, los partidos políticos. Pero no divaguemos.
De ahí vienen las “carreras” de los administradores de cárceles, alcaides, custodios, directores de penales y demás especialistas en la “organización” de prisiones “tranquilas” y gobernables, no por su dominio y control, sino por su conocimiento para permitir y presentar un rostro aparentemente institucional ante el “autogobierno”; es decir, la administración del poder mafioso en el interior.
Las cárceles son, como siempre se ha sabido, espejos reducidos de la sociedad externa.
Dentro de las cárceles se cometen los mismos delitos de afuera, pero concentrados, exacerbados por la reclusión y la imposible escapatoria no de los muros (escapar es relativamente fácil), sino del sistema carcelario cuya ley la imponen los presos más fuertes y mejor organizados, cuando no los mejor apadrinados por los políticos de afuera y sus peones de adentro. Mientras más tiempo lleven ahí, mejor. En la cárcel quien sobrevive, triunfa.
“Por acuerdo del C. Secretario de Gobierno, Lic. José Ángel Ávila Pérez (enero de 2009), se dio posesión a Gerónimo Miguel Andrés Martínez, en sustitución de Héctor Laguardia Balcázar, en un acto encabezado por la Subsecretaria de Sistema Penitenciario Celina Oseguera Parra”, decía la información del GDF.
En julio de 2009 (menos de un semestre) fue destituido como director de la Penitenciaria Varonil del Distrito Federal, acusado de permitir la operación de bandas de secuestradores y extorsionadores. Como todos sabemos no han podido en el sistema penitenciario de este país impedir los teléfonos celulares en las cárceles. Tampoco impiden todo lo demás: tráfico de drogas, prostitución y corruptelas para garantizar en el mínimo posible la supervivencia de los reos.
Las razones por las cuales sólo fue separado del cargo sin mayores consecuencias legales o judiciales, es bien sencilla: él mismo era un tolerado para tolerar. Un peón más.
Las autoridades centrales en la ciudad de México, y esto es cosa de años, se benefician (seguramente estas no, estas son democráticas y revolucionarias) hasta de los miserables pesitos del pase de lista, por ejemplo.
Dos años más tarde Martínez llegó (nunca sabremos cómo ni por cuáles prestigios o recomendaciones y el pobre Medina lo debería explicar ahora) a Nuevo León después de una trayectoria harto cuestionable de diez años al frente de instituciones penitenciarias en cuyas estaciones ha habido centros de reclusión y trabajos de escritorio, entre ellos (no es broma) la Dirección General Jurídica en la SSP Federal y la Visitaduría General de la PGR, entre otros.
En estas condiciones es fácil advertir dónde se inicia la podredumbre. No en los presos sino en quienes se supone vigilan los penales donde nadie halla redención ni reinserción social, pero si el infierno de ser una pieza más en la infame maquinaria de la explotación humana. Dentro y fuera.
PREMIOS
Llega este anuncio a la mesa:
“Los Premios Ortega y Gasset, creados en 1984 por el diario EL PAÍS y que llevan el nombre del pensador y periodista español, pretenden resaltar la defensa de las libertades, la independencia y el rigor como virtudes esenciales del periodismo y dar reconocimiento a aquellos trabajos que a lo largo de un año hayan destacado por su calidad.
“Pueden optar a estos premios los trabajos escritos o gráficos publicados en español, en diarios y revistas de todo el mundo. Cada uno de los premios está dotado con 15.000 euros y con una obra del artista donostiarra Eduardo Chillida.
“Los trabajos podrán enviarse hasta el 31 de marzo bajo una de estas cuatro categorías: Periodismo impreso, Periodismo digital, Periodismo gráfico y Mejor trayectoria profesional.”
Si alguien quiere llamar la atención del jurado yo le digo cómo: escriba una loa a la “Hispania fecunda”, si es posible adobada con la sangre del subdesarrollo en lucha contra los narcos y sazónelo con el condimento de la corrupción (la nuestra, no la de España).
Le entregarán hasta el “Peine del viento” de Chillida.