De manera silenciosa, como si fuera un gato sobre el oscuro tejado, el empeño del gobierno para acabar con la delincuencia organizada y sus principales ejemplos (narcotráfico, secuestros, trata de personas, tráfico de armas, etcétera) deja de ser un afán con pleno reconocimiento nacional y comienza a sufrir una falla de credibilidad, no por el combate en sí mismo, sino por la ventajosa explicación de sus pocos resultados y el condicionamiento a mejores cuentas a cambio del voto a un partido, el partido del presidente Felipe Calderón.
Por lo menos para muchos, a estas alturas ya no queda ninguna duda: el combate a la delincuencia ha dejado de ser una necesidad nacional para convertirse en una mercancía electoral. Y eso se vio de manera muy clara en la ríspida reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública efectuada el miércoles, entre sorpresas y bostezos, en el Palacio Nacional.
El gobierno ha desplegado una doble estrategia cuya ejecución, para muchos observadores, parece tener un mensaje mellizo: nadie lo había hecho antes, por eso debemos ganar en la Cámara de los Diputados y todo cuanto está en juego para poder seguir haciéndolo. Y eso es falso.
Sobre la enmelada mayoría en San Lázaro, el gobierno ha logrado modificar todo cuanto ha querido en las cámaras, tanto como para después darse el lujo de ni siquiera promulgar de inmediato aquello para lo cual exigía diligencia extrema por parte de los opositores, a quienes se ha querido convertir en dóciles “levantadedos”. Como antes, como se prometió evitar desde aquella famosa frase incumplida: el presidente propone y el Congreso dispone.
La reunión del martes quedará para los anales de la política para ejemplo de cómo una “cruzada” nacional se convierte en una mercancía electoral con desgaste de su mérito indudable, y no por su naturaleza misma o por los pasos seguidos para avanzar, sino por la mezcla ventajista (dicen los partidos afectados) de combinar los hechos del gobierno con las promesas de una campaña, lo cual traslada la seguridad nacional al campo de la propaganda política.
Ya no se trata de la forma como se han llevado a cabo las detenciones y capturas de alcaldes michoacanos o cómo se ha procedido contra policías en Nuevo León: se trata de los enfrentamientos entre el presidente del Partido Acción Nacional, Germán Martínez (por cuya autonomía en cualquier sentido nadie daría un peso) y el gobernador de Nuevo León o los embates de Vicente Fox contra el gobernador de Sonora Eduardo Bours o las guerras en internet sin firma pero con las huellas digitales de la propaganda panista.
Por eso la reunión del Comité Nacional de Seguridad en la etapa correspondiente a la aplicación de los puntos derivados del “Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Legalidad y la Justicia” no fue —a pesar de todo— una reunión importante para la inseguridad; lo fue para la política, pero las expresiones más ríspidas del juego.
No fue una asamblea de disensos, sino de consensos: todos estuvieron de acuerdo, de manera generalizada entre quienes tienen orígenes no panistas, en rechazar tanto en lo estatal como en lo municipal la utilización de operativos en sus territorios como antecedente y oferta en el lucimiento electoral del gobierno y su partido.
Si los resultados del sistema de seguridad, cuyo nombre en sí es hay una cruel paradoja en este país, se fueran a medir por el tono de la mencionada reunión, sólo habría dos palabras: nulidad y enojo.
Nada de resultados; enojo por la partidización.
No de la lucha, sino del uso provechoso de ese combate en el cual mueren a diario ciudadanos mexicanos (lo delincuente no quita lo ciudadano ni lo mexicano) y soldados de un Ejército organizado para defender un país, no nada más un recurso coyuntural del gobierno.
DEPORTE
Se toma un tiempo el Presidente de la república para llevar a su hijo Luis Felipe a conocer a los jugadores de la Selección Nacional y aprovecha la ocasión para estimular con su presencia a los jugadores, a quienes los salvadoreños esperan con tapabocas decorados con imágenes de cerdos. Una agresividad como nunca antes se había visto en ese minúsculo país al cual Roque Dalton llamaba El Pulgarcito de América. Si llegaran a perder ya no los llamarían Ratones verdes, sino chanchitos (o chompipes) verdes.
DRENAJE
En 1975 el Departamento del Distrito Federal editó un libro importante desde entonces: Historia del drenaje de la cuenca. En él se dice sobre el sistema aún en servicio:
“…estando en construcción la más gigantesca obra de drenaje, conocida con el nombre de ‘drenaje profundo’; para resolver definitivamente el problema el desagüe de la Cuenca de México y evitar el peligro de inundaciones catastróficas…”.
Ayer, al iniciarse las obras del Emisor Oriente (un complemento de lo ya hecho) nuevamente se ofreció conjurar la amenaza de inundaciones.