Si alguien quisiera saber cuándo comenzó el deterioro del Partido de la Revolución Democrática, debería regresar al 5 de mayo de 1989, la fecha misma de su fundación. Ese día nació una corriente política infectada por el sectarismo, la sed vengativa, el ansia excluyente de poder y el “desviacionismo” ideológico.

Originado en la divergencia, rebeldía y deserción de los ­priistas desplazados por una generación tecnocrática y —según ellos— reaccionaria, entreguista y de derecha, el Partido de la Revolución Democrática no fue un partido sino una coalición cuyas fuerzas causaron una atomización incorregible, como se ha visto en este desastroso Congreso Nacional, cena de negros a pesar de su pomposa denominación.

Lo reciente —una reunión peleonera, de sillas voladoras, golpes y mentadas de madre—, no fue un congreso, fue una disputa expresada en sus contradicciones. Como se pretendía eliminar la perniciosa actividad de las corrientes internas, se decidió repartir el Comité Ejecutivo… ¡entre las corrientes!

Y el sistema de cuotas prevaleció por encima de los méritos de los militantes, si algunos de ellos los tuvieran.

Hace muchos años, Porfirio Muñoz Ledo, quien si no tiene siempre la razón, siempre tiene una frase oportuna, dijo de la conformación plural y diversa del partido, alguna vez bajo su dirección: No es una alianza; es un muégano.

La historia del PRD no puede ser más triste: sus fundadores desertaron, sus presidentes marcharon en fila india al exilio o la búsqueda oportunista en Morena; sus candidatos presidenciales perdieron (AMLO ganó por otro partido, después de sangrar lo rescatable del cascarón); Cuauhtémoc Cárdenas se trepó en la torre de su prestigio personal y predica como Simón en el desierto y arriba de una columna; sus gobernadores han sido ineptos y rapaces, como quien más, y su presente se advierte como una pila de cascajo en manos de quienes se quedaron: los más, incapaces, los menos aptos y los rechazados de otras opciones.

Con ansia literaria y metafórica, algunos dicen “el Sol Azteca se ha eclipsado”. Mentira. Ése nunca fue un sol, cuando mucho un foco, ahora fundido.

Sin embargo, las cosas, en el camino de su declive último, aún pueden ser peores. Si los puntos más candentes de la discusión de esta asamblea fueron los derivados de usar o no el mismo símbolo y mantener el nombre, ahora tiene en puerta el cambio de la dirigencia, para el próximo abril, fecha cuya cercanía es tan apremiante como los pasos de los acreedores. Porque, además de todo, el PRD está financieramente quebrado.

Sin dinero, sin cuadros de excelencia, sin programa excepto la flotación en medio del naufragio, en el PRD se observa el peor panorama y ya se buscan responsables de la gresca reciente: Lolita La mañosita, quien ahora trabaja para Morena junto con su siempre bien presentable marido, don René Bejarano.

SISMO

De pronto se sintió como si se estuviera moviendo el estudio de Estrictamente personal en Foro TV. Raymundo Riva Palacio me había avisado de la entrevista con Gerardo Garay —cabeza en algún tiempo de la PFP y responsable de su área antidrogas—, oportuna por las declaraciones del Rey Zambada en el juicio contra el Chapo Guzmán, en Brooklyn. Raymundo la había logrado. Y por ahí iban las cosas.

Pero súbitamente Garay, quien iba desmadejando el relato de cómo capturó al Rey Zambada tras el “pitazo” de la DEA, comenzó a describir el entorno del gobierno de Felipe Calderón en la Procuraduría General de la República y las verdaderas razones de la llamada “Operación limpieza”, la cual no fue sino un subterfugio para hacer a un lado a quienes estorbaban en la incesante política de encubrir, desde áreas del gobierno, a los más poderosos narcotraficantes del país: el Mayo Zambada, los Beltrán Leyva (anteayer casualmente murió El H) y Joaquín Guzmán.

Y dos nombres dejó caer con toda claridad: Eduardo Medina Mora y Marisela Morales.

—¿Y cómo si ellos jugaban ese doble juego —le pregunto—, pueden estar ahora uno en la Suprema Corte como ministro y la otra como saliente cónsul de México en Milán?

—Pues no se lo puedo contestar. Yo tampoco lo entiendo.

Pero entre otras cosas incomprensibles hay una adicional derivada de esa plática: la forma como se manipula en México la protección de los testigos, para hacerlos, en muchas ocasiones, brazos ejecutores de venganzas internas y delaciones falsas.

—¿Entonces es verdad lo dicho por al abogado Jeffrey Lichtman? Según él la cadena de sobornos y pago de protección oficial llegaba hasta el Poder Ejecutivo.

—Yo no tengo forma de comprobar esa acusación. No lo sé.

Como hubiera dicho Mario Vargas, “fuego en la pista…” Fuego en el estudio.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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