El “programa” de albercas y playas artificiales de Marcelo Ebrard pasó a mejor vida en un acto de congruencia del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera quien veía difícil pedirle aumentos en la dotación y obras conjuntas mayores a la Comisión Nacional del Agua y por otra parte establecer como “política pública” el desperdicio de los chapoteaderos de la Semana Santa.

Hoy no tiene ya demasiado caso insistir en las críticas a ese populismo hidráulico escritas aquí año con año desde la inauguración de la primera alberca (casualmente en Tlalpan. Ya después el delirio llegaría hasta la sedienta Iztapalapa) en el lejano abril del año 2007 cuando todo parecía tan distinto para Don Marcelo.

Veo hoy la fotografía de aquella mañana luminosa. Feliz, sonriente, con un collar como de “léi” hawaiano, atento al vuelo de una pelota de voleibol cuyo aéreo curso sigue también con la vista su entonces esposa la señora Mariagna. Hoy ya la señora no está ni en los archivos y el ya no es el promisorio jefe de Gobierno, ni el “mejor alcalde” del mundo.

¡Cuánta felicidad en esas fotografías!

El político cuya experiencia parisina de la juventud académica le hizo entender la lejanía del mar y la necesidad del oleaje y la brisa marina para los pobres del altiplano y a falta de litorales verdaderos, les hizo traer la arena y las palmas de coco, y lograr por eso una legión de cronistas dóciles y siempre dispuestos al aplauso. Bueno, no todos.

Total, si Moctezuma usaba tamemes para allegarse huachinangos desde las cosas del Golfo, y verlos boquear en su mesa, bien podía él satisfacer la curiosidad “lopezvelardeana” de quienes, como Fuensanta, no conocían el mar.

Y no supieron de él en verdad pero sí se remojaron las pantorrillas (y algo más) en bacines de agua dulce mientras los nenes y las nenas se hacían pis en los enormes urinarios.

Recordar aquellas crónicas es volver a vivir algo parecido a la obra de Gorostiza (“…no es agua ni arena la orilla del mar…)” aun cuando en esas charcas no navegaran las lanchas ni las piraguas, vaya, ni siquiera en miniatura las chalupas o las trajineras xochimilcas:

“En el recorrido que realizó por la playa Villa Olímpica, Ebrard se quitó los zapatos y caminó descalzo sobre la arena (quizá creía hacerlo sobre el agua), donde había actividades como voleibol, al tiempo que comentó que se trajo arena y todo lo necesario para que el lugar se acondicionara para el disfrute de los capitalinos.

“El jefe de gobierno se comprometió a mantener limpias las playas de la Ciudad de México para el entretenimiento de la población y anunció que el lugar permanecerá abierto hasta septiembre, cuando se inicie la temporada de lluvias.

“Acompañado por su esposa Mariagna Prats, señaló que se trata de contar con espacios de convivencia para el mayor número posible de personas que no pueden visitar la playa en esta temporada, por lo que el servicio que se ofrece es de manera gratuita…

“…En la playa artificial ubicada en el Centro Deportivo Villa Olímpica se instalaron 170 toneladas de arena sílica en dos mil metros cuadrados, se cuenta con 20 salvavidas, recorridos de un kilómetro en “pony” y tres “autocars” funcionando… (no es agua ni arena la orilla del mar).

“…Al lugar se dieron cita familias con ropa de playa, hieleras, comida, y el espacio se encuentra amenizado por música en vivo y adornado con globos que asemejan una playa natural donde también hay cuatro compresores que simulan la brisa… (Terra).”

La inauguración de “Neverland” por Michel Jackson en 1988 y este sueño de artificio playero tenían mucho en común. Eran cosas de niños.

BEBO

Una persona interesada en el texto de esta columna acerca del jazzista cubano, Bebo Valdez, me envió una muy extensa entrevista con el músico publicada hace poco tiempo en el diario español “El país”. Demasiado grande para reproducirla toda, pero de su buen material tomo estas líneas para proseguir el homenaje.

“A mí el dinero no me importa ni cojones.

“Nunca me ha importado. Yo quiero hacer mi trabajo, que me dé para comer y para ir aquí al lado, y ponerme un traje cuando yo quiera. Y aquí una casita o lo que sea.

“Pero ser esclavo, no. Yo tuve dos tíos, Rufino y Agustín, que fueron a la guerra con Maceo y cuando volvieron en 1898 nunca se habían puesto un par de zapatos ni se habían acostado en una cama. Dormían en el suelo.

“Eran esclavos y se fueron como cimarrones con un machete porque les echaban a los perros. Cuando vi que tumbaban caña todo el día, que no sabían ni leer ni escribir, y que los explotaban en la hacienda, yo le pedí a Dios una cosa:

“Dame para dar y no me dejes pedir nunca jamás”.

“Y todos los años mando dinero a Cuba. Lo he hecho toda mi vida. Yo no puedo dejar de ayudar a mi gente”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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