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Creo que muchos de los actuales elogios a su persona y su trabajo son merecidos, muy merecidos, en tanto percibo otros como actitudes propias de quienes quieren saludar con su sombrero. Una de esas exageraciones, me parece, es la propuesta para inscribir su nombre en letras doradas en la Cámara de los Diputados Conocí a Carlos Monsiváis seguramente mucho antes de la aparición de sus fervorosos promotores actuales.

Nos acercaba la vecindad —la Segunda Colonia del Periodista está muy cerca de Portales—, y también algunos conocidos mutuos de hace 40 años, cuyos nombres ahora salen de sobra.

Por años coincidimos y tuvimos una relación cercana, divergente a veces; intermitente y en algunas etapas muy profesional. Cuando fue posible colaboró conmigo en la desaparecida revista Época y mucho influyó en el trato la amistad con Iván Restrepo, Margo Su, Fernando Benítez y Manuel Buendía, así como del maestro José Pagés Llergo.

Creo que muchos de los actuales elogios a su persona y su trabajo son merecidos, muy merecidos, en tanto percibo otros como actitudes propias de quienes quieren saludar con su sombrero.

Una de esas exageraciones, me parece, es la propuesta para inscribir su nombre en letras doradas en la Cámara de los Diputados de San Lázaro.

Si se toma en cuenta el alegato para justificar la dicha inscripción (“… mantener vivo el recuerdo de los hombres, mujeres e instituciones que han brindado relevantes servicios a la patria”), no se ubican en esta categoría —al menos no con los criterios de la pared de oro—, el libre ejercicio de la crítica, la crónica y la reflexión política y cultural. No caben en el campo del heroísmo, casi como si se tratara de los insurgentes o revolucionarios ahí eternizados en un acto de canonización fetichista del cual el propio Monsiváis se habría burlado hasta la risa loca.

En un sentido paralelo lo recuerdo cuando hacía mofa de “Lo Rotundo (por la Rotonda) de los Hombres Ilustres”.

Sin embargo en ese amplio concepto del servicio o la formación del Estado nacional, cabe cualquier cosa, pero quizá por eso en ese muro no hay intelectuales o artistas sin vinculación con el ejercicio del poder o la rebeldía. Quizá los únicos escritores son Nezahualcóyotl, Sor Juana Inés de la Cruz e Ignacio Manuel Altamirano.

Pero en 200 años de vida independiente y 100 de Revolución no han ingresado al Congreso otros literatos (como Don Neza lo hubiera sido) cuya obra resulta absolutamente indispensable y superior. No le niego valor a los volúmenes de Carlos, por el contrario, simplemente creo en el valor de la proporción, la ubicación y la dimensión.

Por ejemplo, nadie ha sugerido poner en el honorífico muro a Alfonso Reyes o a Juan Rulfo. El primero como poeta, polígrafo; hombre de cultura y promotor de instituciones educativas, supera a cualquiera vivo o muerto. El segundo revolucionó la novela en lengua española.

Ningún cronista de la ciudad de México ha merecido ese honor, ni Marroquí, ni González Obregón, Salvador Novo, José Luis Martínez o Artemio del Valle Arizpe. Ni a Vicente Riva Palacio cuyo México a través de los siglos sigue siendo una obra monumental a pesar del paso de los años, o quizá precisamente por eso, se le ha otorgado tal memoria.

Pero en contraste, ninguno de los anteriores tiene como Monsi, un recinto propio en la ciudad, al cual por cierto se le podría agregar su nombre para quedar como “Museo del Estanquillo-Carlos Monsivais” en memoria de su fundador y promotor.

Cuando alguien sugirió recordar de tan áurea manera a Octavio Paz (el más sólido y serio intelectual de su generación y algunas más), las opiniones adversas prevalecieron y lo dejaron nada más como nombre de un salón de juntas.

Pero por encima de todo esto quedan algunas preguntas. ¿Necesitamos ese homenaje? ¿No es suficiente el ya dicho museo en el Centro Histórico del cual pudo por fortuna disfrutar en vida? ¿Valdría como reconocimiento perdurable ponerle su nombre a la avenida San Simón en la colonia Portales?

Obviamente lo políticamente correcto en estos días, sería sumarse al coro entusiasta de la iniciativa, pero por respeto y en recuerdo a la actitud permanentemente anti solemne de Carlos (nada tan solemne como un muro y además de honor); por su invariable conducta iconoclasta, por su descreimiento de los “altos valores” del reconocimiento oficialista, por su desprecio a las corbatas del rito y el mito cívico, por sus trompetillas en torno del cachondeo sobre los “méritos ciudadanos” como la consagración primaveral de los denuedos personales, y todo lo demás, creo interpretar cuál sería su respuesta si pudiera escuchar la propuesta: la hilaridad.

DURANGO

De acuerdo con las llamadas presidenciales a los ganadores de gobiernos estatales, nada más queda pendiente y quién sabe por cuánto tiempo, el telefonema a Javier Duarte, vencedor en la contienda veracruzana. Ya fueron distinguidos con la felicitación ejecutiva, Francisco Olvera de Hidalgo (contra quien combate ferozmente la candidata derrotada Xóchitl Gálvez quien insiste en la anulación del proceso) y Jorge Herrera en Durango cuya ventaja en las urnas quedó finalmente comprobada.

COMPROMISOS

Quizá sea muy fácil establecer 600 y tantos compromisos de campaña como hizo Enrique Peña Nieto. Un poco más complejo cumplir, calendario en mano, los primeros 500 como ocurrió hace días en Chalco.

Pero en el grillerío contemporáneo estos logros de gobierno pasan desapercibidos. Todos los ojos están en el 2012.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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