Hace muchos años, en 1981 fue distinguido con el Premio Ciudad de México. De tiempo atrás y hasta el día de hoy le he tenido amor y devoción a esta ciudad cuyos rincones, miserias y esplendores conozco palmo a palmo. Aquí nací hace mucho tiempo y aquí moriré, seguramente, en un lapso mucho menor del ahora acumulado.
Cuando recibí ese galardón (se lo han dado con muchos más méritos a Luis Spota, a Carlos Monsiváis y a otros más) dije algo relativo a la magia excepcional de esta ciudad, a su simbolismo y a su raíz mitológica.
Sólo en esta ciudad se puede unir el vuelo del ave con la sinuosa condición de la serpiente.
Pero eso le ha dado a la ciudad una condición extravagante desde su origen: preferimos cumplir con los designios de la mitología en lugar de ordenar la vida urbana, mejorar las reales condiciones de la urbe y hacer de esta la ciudad cuyos méritos de historia y cultura podrían
hacer realidad.
En lugar de eso hemos construido un bodrio femenino, “feo, chaparro y cacarizo”, según definió uno de sus arquitectos mayores, don Pedro Ramírez Vásquez.
Hoy la ciudad es víctima de una más de sus mitologías: la “democracia”.
En el nombre de la democracia borramos de un plumazo a la ciudad para darle sitio hasta en la constitución al Distrito federal confundiendo una denominación administrativa con un conjunto funcional de seres humanos agrupados en un ámbito urbano.
La ciudad fue durante años, una desordenada concentración de campesinos en movimiento. Hasta hace poco la mayoría de los habitantes de esta ciudad provenían de otros lugares de la República y en los patios, donde había, se instalaban las gallinas, los puercos y algún
chivito por ahí.
Por años fue gobernada desde un Departamento Administrativo desde donde el Presidente en turno trataba los asuntos del gobierno cuya responsabilidad le venía junto con el triunfo en la elección para el Ejecutivo federal.
Ahí las cosas eran de acuerdo con la suerte: si el “Regente” salía bueno, a la ciudad le iba bien, como sucedió con Uruchurtu quien modernizó esta capital o Alfonso Corona del Rosal quien hizo el Metro o Carlos Hank quien la puso en el mapa de las ciudad viables. Hoy nada
de eso existe.
Pronto esta capital será un Estado más en el mapa republicano y la cantidad de contradicciones, algunas de las cuales se explicarán pronto, quedan apenas esbozadas en esta noticia cuyo destino es el archivo histórico. De aquí en adelante nada será igual para la ciudad
de México.
Por cierto, cuando haya un estado así denominado “Ciudad de México” tendrá gentilicio o estaremos ya para siempre condenados al remoquete de “Chilangos!” No se sabe.
Pero en fin, guarde usted esto para la historia: “Con la iniciativa aprobada, el DF tendrá su propia Constitución, aunque la figura de gobernador quede pendiente.
“La reforma política para el Distrito Federal implica crear una Constitución política y un congreso local, cambios se realizan para dar una mayor autonomía a la capital de la República; la figura de gobernador quedará pendiente hasta la Asamblea Constituyente el
próximo año”
Y ese es otro drama cósmico y mitológico, como otro día veremos. Pero sigue la noticia:
“Entre los principales cambios que tendrá el Distrito Federal se encuentran crear su propia Constitución Política antes del 31 de enero de 2017 y eliminar la figura jurídica de las delegaciones políticas tal y como las conocemos.
“Asimismo, el Distrito Federal cambiará su nombre a Ciudad de México, convirtiéndose en la entidad federal número 32 y se seguirá manteniendo como la capital del país.
“Se elimina la figura jurídica de las delegaciones políticas y se crea las demarcaciones territoriales de la ciudad de México, que serán encabezadas por un alcalde”.
Como se mira, pura mitología.