Quizá la primera lección de historia, al menos de la historia como nos la contaron en la escuela, guarda relación directa con la migración. Nos dijeron, el hombre americano proviene de una larga caminata por los hielos boreales del estrecho de Bering. Y ahí nos imaginábamos a los antiguos pastoreando yaks y persiguiendo mamuts.
Otros, quienes no comulgaban con esa teoría nos hablaban de otro viaje fantástico: llegaron a pié por la hundida Atlántida; venían desde los actuales territorios de Europa y aun más, desde la India, o como se llamara –si se llamaba— entonces, cuando el mundo estaba sostenido por tortugas cósmicas.
Algunos más hablaban de travesías por el Pacífico. Pero todas las teorías coinciden en lo mismo, somos hijos de la movilidad humana.
Para los mexicanos, educados con el coletazo del judeo-cristianismo y los residuos mitológicos mesoamericanos, es imagen común el camino de los israelitas en pos de la tierra prometida, casi tanto como la idílica historia de los aztecas en su peregrinar desde remoto y desconocido lugar con todo y sus siete cuevas, hasta los pedregales del centro del Anáhuac y la visión milagrosa del islote y el águila y la víbora.
Imaginación, mitología y migración.
Pero la única verdad es la eterna búsqueda del hombre, el movimiento incontenible de personas y culturas cuyo futuro puede ser el mestizaje, la asimilación; el rechazo, el choque, el enfrentamiento o cualquiera de estas variables, pero todo cobijado por la constante humana: la libertad como incesante motor del desplazamiento.
Sin embargo las limitaciones políticas y económicas (o las económicas convertidas en políticas) y las culturales (especialmente el racismo supremacista) siempre han querido frenar las corrientes migratorias con muchos pretextos entre los cuales no se pueden hacer de lado los de índole religiosa.
Hoy en todo el mundo se reconocen los derechos de los migrantes por encima de la satisfacción burocrática de los requisitos fronterizos, temporales, de residencia, de ciudadanía o naturalización. La condición legal no anula, de ninguna manera, la vigencia de los derechos humanos. Se es humano sin importar bajo cual lugar bajo el cielo se ubique una persona.
En ese sentido parece haber un avance en la frontera de México y los Estados Unidos, pues excepto radicales zafios y sandios como Arpaio, ya nadie mira al migrante como una monstruosa amenaza ni a la seguridad nacional ni a la pureza étnica.
Esa idea parece estarse asentando y acentuando en el Congreso de los Estados Unidos, con lo cual las posibilidades de juna reforma como la ha venido buscando y ofreciendo Barack Obama podría convertirse en la noticia más importante del siglo cuando no se han ni siquiera los tres primeros lustros.
FLORES
Parte del posicionamiento de Irene Khan en Amnistía Internacional y su proyección hacia otros órganos “profesionales” de defensa de los Derechos Humanos se hizo con base en los terribles diagnósticos sobre México. Era como “pegarle al negro”.
En el año 2006, cuando se venía encima el proceso electoral, la señora Khan decía de este país:
”…Las deficiencias en el ámbito judicial y de la seguridad siguen fomentando la detención arbitraria, la tortura y los juicios sin garantía y generan un alto nivel de corrupción e impunidad…”
Por eso llama la atención su reciente diagnostico de Irene Kahn; ya fuera de su puesto de Jefa de Misión (India) del Alto Comisionado de la ONU Para los Refugiados y desde la presidencia de la Organización Internacional del derecho para el Desarrollo, lleno de palabras de optimismo (y hasta lagoteo) para el actual momento mexicano.
Veamos:
“…Cuando vine a México hace 6 años encontré un país profundamente dividido. Había mucha frustración entre la sociedad civil, mucho enojo por los abusos en contra de los derechos humanos. Ahora he regresado a México cuando hay una nueva administración, cambios, leyes introducidas y reformas constitucionales. Hay una agenda legislativa ambiciosa, una nueva cabeza de gobierno, hay un Pacto por México que habla sobre derechos humanos, que habla sobre promover el desarrollo social…”
Y más:
“…Las instituciones no trabajan aisladas, tienen que trabajar con ciudadanos; entonces pienso que instituciones y ciudadanos deberían comunicarse unos con otros…
“…La nueva administración tiene que tomar la iniciativa (de trabajo conjunto); al mismo tiempo, hay ganas del lado de la sociedad civil.
Me he topado con un gran número de jóvenes en este viaje y lo que he escuchado de ellos es que quieren hacer que el Estado de Derecho funcione, porque saben que el fracaso del Estado de Derecho destruirá su futuro y están listos para hacer su parte y quieren trabajar con las instituciones, la sociedad y en sus comunidades para provocar ese cambio, así que hay mucha energía e ideas allá afuera…
“…Hay un entusiasmo del lado de los grupos de la sociedad civil, hay una nueva administración que ha abierto un Pacto por México, se tiene que hacer un pacto con los ciudadanos de México y hay una oportunidad trabajando con la juventud en particular y creando un nuevo pacto con la sociedad civil, es el momento”.
Nadie había elogiado tanto al Pacto. Ni Madero, vaya.