Ignoro, a la hora de escribir estas líneas, cuál será el destino del proyecto urbanístico y socio económico de la avenida Chapultepec conocido como Corredor Cultural, cuya finalidad –sometida a una consulta manipulada desde Morena– era aprovechar una zona decadente por medio de una millonaria inversión privada, sustentada en un proyecto de recuperación del espacio citadino.
Me atrevo, sin usurpar las funciones de Casandra, a suponerlo muerto y sepultado, al menos como fue dado a conocer en una ya lejana mañana en el Hotel Geneve, con videos y una larga, hermosa y blanca maqueta.
En esa ocasión Simón Levy, autoridad del órgano promotor de inversiones para el DF, fue extenso y prolijo. Habló durante mucho tiempo y dijo muchas cosas. Fue la mañana cuando un grupo de periodistas, escritores, arquitectos y demás fueron invitados a formar parte de un llamado Consejo Rector cuya denominación pronto mudó a Consejo Consultivo. Algunos ya hasta renunciaron.
A la vista de la bella y armoniosa representación a escala de la avenida, yo los felicité por la idea –me sigue pareciendo una buena solución ante la incuria–, y frente a la previsible peligrosidad de someterlo todo a una consulta ciudadana, les advertí:
–Esto es una maravilla, pero lo mejor: nadie fracasa en una maqueta.
El proyecto ha sido torpedeado desde muchos ángulos, algunos francamente estúpidos. Por ejemplo, un intelectual (como dice Gamés) de “fusta y fuste”, se ha mostrado grandemente afligido por la altura de los edificios, la desventajosa vecindad de casas de menor estatura y la sismicidad de la ciudad de México, y en particular de esa zona, sin reparar en la existencia de los tres más altos rascacielos de la capital en la vecindad de la Avenida Chapultepec.
Pero el proyecto no se va a ir al caño por las minucias sísmicas o algunas otras observaciones muy menores y hasta superficiales.
Se va a hundir por un problema político, relacionado con la pugna entre Miguel Ángel Mancera y Andrés Manuel López Obrador, tras la cual se advierte el fondo del asunto: ¿quién se va a quedar con el control político y la administración del Distrito Federal?
El veneno contra al CCCH (corredor cultural para los promotores; corredor comercial para los detractores) lleva un nocivo elemento de origen: la consulta ciudadana.
El camino más corto al fracaso es precisamente ese, la “consultitis”, una grave enfermedad transmitida como el dengue, el paludismo o el chicungunya, por un mosquito, el “demagogie mexicani”, pariente del Aedes aegypti.
Simón Levy, el promotor de las inversiones para la ciudad, en varias entrevistas concedidas en estos últimos días ha opinado precisamente lo contrario: ha precisado el mérito enorme de una obra pública sustentada en los principios de la recuperación social del espacio; la participación comunitaria, la transparencia y ha dicho: ya vivimos en los tiempos cuando es imposible hacer algo sin la participación de la sociedad.
Pues eso suena bien, es políticamente correcto y además podría ser cierto en algunos casos (por ejemplo las elecciones), pero también sabemos cómo cualquier cosa se enrumba al fracaso cuando se comienza por pedir la opinión de los ciudadanos (casi nunca genuina o espontánea; mucho menos informada o sin prejuicios) y se termina padeciendo la intervención de los saboteadores profesionales, como en este caso.
El proyecto supone –entre otras cosas–, la reutilización de un enorme predio, abandonado a su ruin destino de estacionamiento de patrullas en Florencia y Avenida Chapultepec, para construir ahí una torre comercial de oficinas.
A cambio de eso los inversionistas aportan mil millones de pesos para todo lo demás.
La idea de alzar una plataforma sobre la ruinosa avenida y hacer un elevado piso peatonal, ajardinado y solariego, no es en sí misma ni buena ni mala, pero podría decidirse entre si es útil duplicar el espacio y utilizarlo dos veces, o no. Abajo los vehículos; arriba las personas.
No me imagino, sin embargo, ese asambleísmo participativo a lo largo de la historia.
Si todo hubiera sido así no existirían ni las pirámides de Teotihuacán ni la Ciudad Universitaria; ni las carreteras, ni siquiera el Puente de Nonoalco, la Unidad Miguel Alemán, el Viaducto, el Periférico, la Basílica de Guadalupe; Zacatenco, el Museo de Antropología, el Alcázar de Chapultepec, ni (lo hemos padecido) el Aeropuerto de la Ciudad de México cuya construcción también se promete boicoteada por los mismos reacios de siempre hoy llamados “morenos”.
En el mejor de los casos el proyecto avanzará a medias; la naturaleza recuperadora se hará agua de borrajas y los triunfadores de una innecesaria consulta seguirán llevando los baldes de agua al molino de su ganancia electoral y electorera, acompañados por ingenuos o interesados “compañeros de viaje” siempre instalados en lo “políticamente correcto”.
La ciudad seguirá su inexorable destino hacia la ruina mientras los arqueólogos, pacientes como hormigas, recuperan la segunda piedra del sacrificadero en las infinitas excavaciones del Templo Mayor.
Y en el nombre de la “democracia” seguiremos viendo cómo nada cambia, todo se degrada. Como la Avenida Chapultepec, cuya oportunidad de progreso ha sido –me temo– abortada por esta consulta manejada y tutelada desde el Instituto Electoral del DF, lo cual no significa garantía de nada.
Y todo por el conjuro mágico de la advertencia final: NO A LA PRIVATIZACIÓN.
TRÁNSITO
Pronto será puesto en vigencia un reglamento de Tránsito cuya finalidad no es mejorar ni la vialidad ni la seguridad, sino la recaudación fiscal.
No es un ordenamiento jurídico para proteger sino para exaccionar o fomentar la extorsión de la altamente corrupta policía. Lo mismo sucede con las “fotomultas”, mecanismo punitivo ante el cual el ciudadano carece de defensa.
– ¿Quién puede alegar contra un radar con sensores de velocidad? Nadie. Agua y ajo, como dice Hugo Sánchez.
Pero uno de los puntos más graves de este reglamento es la confiscación de los vehículos particulares; o sea, el traslado al “corralón” con cualquier pretexto. Y más grave aún el tono fascista con el cual se redactó el capítulo relativo a la recuperación del vehículo arrastrado y arrinconado en la corraleta. Vea usted este horror:
“…Para la devolución del vehículo en los depósitos, será indispensable la comprobación de su propiedad o legal posesión, el pago previo de multas adeudadas, y derechos que proceden (en un sitio distinto del predio punitivo, obviamente, para perder tiempo); exhibición de la licencia para conducir, una copia de la misma (váyase por ella aquí a la vuelta, joven; no tenemos copiadora) y portar las llaves del vehículo; comprobar la no existencia de créditos por concepto del Impuesto de Tenencia y Uso de vehículos federal o local, según corresponda (los foráneos, a temblar o a viajar con el archivo a cuestas) y derechos por servicios de control vehicular del ejercicio fiscal (¿?), anterior al de la devolución del vehículo y acreditar contar (tar, tar) con una póliza de responsabilidad civil vigente en los términos de esta ley y su reglamento…”
Frente a este calvario, la verdad, la verdad, mi oficial, ¿no lo podemos arreglar de otra manera?
–Pues ahí se lo dejo a su criterio, mi buen…
Y mientras tanto las calles seguirán llenas de botes y huacales para apartar lugares; las bicicletas seguirán circulando como sierpes enloquecidas en sentido contrario, los motociclistas y repartidores harán de la suyas en cuanto al ruido y la contaminación; y la ciudad seguirá siendo un suplicio de lentitud, de perpetua hora pico y de falta de estacionamientos, sin buenos pavimentos, con agujeros y con una manada febril de policías de tránsito dispuestos a sacar “el entre” y sus consecuencias.
Pero además, las verificaciones, los autos de cualquier modelo circulando cuando quieran (gracias SCJN) y el intolerable sonsonete de la señora Ballesteros cuando habla de movilidad.
– ¿Movilidad, Héctor Serrano?