Una vez más, con la precisión de los presagios a los cuales esta ciudad está acostumbrada desde el cometa de Moctezuma y los hombres barbados por el oriente, la maldición se cumple: no se llega a la presidencia desde el sillón de mando de la capital del país.
No lo consiguieron –en los tiempos modernos–, ni Ernesto P. Uruchurtu, ni Carlos Hank cuya inmensa fortuna y capacidad no lograron modificar un anacrónico artículo constitucional. Alfonso Martínez Domínguez pudo resucitar de la ceniza de un “halconazo” tramposo con el cual Luis Echeverría lo echó para siempre la aspiración Ejecutiva. Gobernó en el entonces DF y en Nuevo León, pero no llegó más arriba como tampoco pudo hacerlo Alfonso Corona del Rosal (ahora ya hasta su busto fue tirado a la basura en la glorieta del Metro), desde su doble condición de general y licenciado.
No lo pudo conseguir Cuauhtémoc Cárdenas ni tampoco Andrés Manuel López, aunque lo siga intentado desde las filas de la militancia de un partido construido por si y para si, con esa única finalidad.
Tampoco alcanzó la silla tan cercana y tan inaccesible (sólo hay unos pasos entre las dos oficinas), Manuel Camacho Solís, y Ramón Aguirre ni siquiera pudo disfrutar un limpio triunfo electoral porque lo sacrificaron en Guanajuato para darle viabilidad a la sobrevalorada alternancia política en favor de la derecha abajeña, de donde habría de surgir Vicente Fox ya sin el obstáculo nunca removido para Hank.
Olvidados para siempre (al menos en cuanto a las posibilidades presidenciales), quedaron Octavio Sentíes, Rosario Robles y Alejandro Encinas. Hoy Miguel Ángel Mancera confirma lo especioso de tal circunstancia: no se llega a los Pinos por el gobierno de la Ciudad de México, ciudad devoradora, exprimidora, constrictora de huesos y pellejos de toda clase de políticos; ciudad catedral, ciudad tecali hostia y sangre; madre vengativa, hija perdida en el lupanar de la laguna muerta, ciudad sin alma, ciudad animosa, ciudad de todos y capital de nadie, pernicioso suelo de venganzas interminables, mujer adúltera, mujer pecadora, comerciante y vendedora; ciudad floral, ciudad basurero; urbe de polvos, humos y mugre, ciudad intransitable, silla de poderes insensatos, charco de costra seca en el lodazal del suelo, madre de todos los sismos, cuna y tumba; horno de pan y crematorio de menesterosos atropellados como los perros del Periférico, ciudad sedienta, ciudad hambrienta; toro estoqueado, banderilla de fuego.
Todo eso y más, pero la ciudad se cobra el traicionero celo de llevarla a dormir a la cama de las ambiciones.
Hoy se perfilan varios aspirantes, al menos en el partido gobernante, cuyas administraciones recientes han demolido la posibilidad de un verdadero orden urbano y han creado un archipiélago donde antes hubo un continente. Una ciudad fragmentada en plazas, ya no en barrios y dividida en centro comerciales donde antes hubo colonias y pueblos y calles y jardines.
La izquierda, en el amasiato financiero con lo peor del capital inmobiliario especulativo, ha destazado la ciudad en “malls” infames y ha construido un adefesio sin pies ni cabeza.
Cuando esta columna supo la decisión de Andrés Manuel de tirar por el barranco las ambiciones de Ricardo Monreal y entregarle el negocio urbano inmobiliario a Claudia Sheinbaum y sus interlocutores de siempre, señaló como el contrapeso para una candidatura por el PRD a Salomón Chertorivsky. No voy a repetirlo. Hoy Chertorivsky se ha registrado como aspirante formal.
Y también lo ha hecho el mejor funcionario de la administración mancerista; el doctor Armando Ahued, ex secretario de Salud, cuyos logros y respaldos son notables, tanto los primeros como los segundos. Ahued le daría a la ciudad una dosis importante de sentido común y espíritu de servicio; humanismo en la relación con los gobernados y honestidad en el manejo de los fondos públicos. Un servidor público excepcional.
Pero la maniobra del pacto político, cuya concreción se dio la semana pasada bajo el extravagante nombre del “Por México al Frente”, ya ha repartido el pastel y el mantel: Alejandra Barrales tiene amarrado el sitio para competir, aún cuando el viento podría favorecer a Ahued de última hora. Sin embargo ella juega con los dados cargados, las cartas marcadas y parte del personal del casino a su servicio.
Si Manuel Granados le guarda fidelidad a Miguel Ángel Mancera, detendrá la jugada de los frentistas y trabajará en favor de Ahued. Si, como lo han hecho todos los demás –incluida ella–, lo traiciona, entonces nadie podrá cambiar las cosas.
Los “Chuchos” y todos los demás dejaron correr las cosas del PRD en favor de Anaya y en contra de una candidatura presidencial para Mancera, con una triste promesa fácilmente olvidable.
Trabajaron para su recolección legislativa y se conforman con la pepena de diputaciones y algo en el Senado, pues ya se dan por perdidos frente a López y su bien aceitada maquinaria de dragado, capaz de remover el lecho del PRD.
Y en medio de la calle, el PRI los mira resignado.