Sí, claro traía patas el de Ganamé, venía terciado, se enhilaba y la capa se abrió simple y despaciosa frente al traje verde de luces ahora apagadas y entonces el animal ciego y poderoso empujó con  todo, recio, seco, astillas y polvo en la luz de la tarde y de pronto la nada como un envoltorio, lo negro de todas las negruras encima de tus espaldas vencidas, quizá sin tiempo para maldecir, ni para escupir las briznas del tabaco.

Pues si Pana, no hay tiempo para vivir, ni tiempo para morir, pero menos debería haberlo para quedar como dicen los doctores, ahí nomás arrumbado en un sillón, como le ocurrió, ¿te acuerdas?, a Paco Ojeda o al Nimeño II o a tantos más, baldados, inservibles, arrinconados, encadenados por la parálisis para siempre, sin campo, sin sol, sin aire, sin gachís, ni amigos, porque esos, como sucede ahora mismo en el Hospital Español de Torreón, ni siquiera se han acercado, ni saben nada o no quieren saber ¡Ah! Pero cómo te buscaban en las tardes de gusto y fiesta y olores de morena perdida y ofrecida en la fiesta después de la tarde triunfal o la frustración amargosa.

Matador por aquí, matador por allá.

–Vamos a ver la despedida del Pana, me dijo Víctor.

Y allá vamos. Y la plaza llena de huecos, los tendidos despoblados, la tarde medio tediosa. Y de pronto, de pronto…envuelto en su traje de palo de rosa “El brujo” se desmanda con la cabeza casi imperial cubierta de canas  y en la trinchera indescriptible logra el milagro, el más grande de su vida.

No éramos muchos, pero todos sentimos lo mismo, una corriente eléctrica de los ojos al vientre, una ráfaga, un lampo.

Todos de pie, joder, álcense, álcense y así se rompen inequívocos los aplausos y tu con la muleta fuera de la mano, sin espada, sin nada más allá del aire de tu prodigio en la imaginaria última tarde cuya suerte iba a ser otra pues de ahí te descubren los gitanos y te llevan a España y allá venga y venga más y baile y cante y toro y tardes andaluzas y todo esto sucede ya con el medio siglo sobre  terno, pero no importa, la vida vive, la vida sigue.

Y todo por aquel trincherazo al Rey Mago, pues así se llamaba el toro. El mago y “El brujo” vivieron el milagro.

Y cuando se ofrece el pasmo se pueden decir estas cosas en los micrófonos de la despedida nunca terminada:

“Quiero brindar ese toro, mi último toro de mi vida de torero en esta plaza, a todas las daifas, mesalinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando “El Pana” no era nadie; que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, base de mis soledades. ¡Que Dios las bendiga por haber amado tanto! ¡Va por ustedes!”.

–Coordinación de Cuidados Intensivos, ¿en qué le puedo servir? No, señor, no hay nadie. No,  ni familiares, ni amigos; no hay nadie. El señor está muy delicado. No se admiten visitas; no ni en el pasillo ni en la sala de espera… tampoco le podemos dar informes. El doctor solo habla con los familiares, ¿los familiares? No, no está ninguno, nadie ha venido, el señor está solo… Sí, solo”.

Pues sí, Pana, ahora empieza la hora negra, brujo. Grave como las intoxicaciones y las clínicas de restauración, Pana;  triste como solo se puede estar cuando ya no hay nadie ni en el tendido vacío, ni en la plaza,  cuando ya se vaciaron las andanadas y el grito de tu voltereta ya no tiene ni siquiera el eco de una garganta angustiada; cuando no hay nadie en la capilla y ni siquiera termina de secarse la sangre del destazadero y sólo queda el intolerable olor de boñiga de caballo y los restos y pellejos de las reses muertas y desolladas, cuando el sopor de las moscas en los chiqueros no deja dormir a los toros mansos, cuando llega la noche, Brujo; cuando todo se ha perdido menos aquella luz interior, aquel momento de muleta relámpago, aquella tarde, cuando el Rey Mago se te apareció en el ruedo con sus regalos de Niño Dios, y sin muleta, y sin nada excepto una franca sonrisa de augurio provechoso, el Pana caminaba dándole la espalda a la vida triste de los años idos.

Hoy ya no queda nada. Dolor, olvido, soledad sin muslos de mujer.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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