Con la cursilería propia de las leyendas (todas, de La Llorona a Pancho Villa), los argentinos de la izquierda tejieron por años una elaborada historia de madres ejemplares –ni Gorki–, cuya lucha era hallar a los desaparecidos durante la criminal “guerra sucia” del siglo pasado.
Obviamente la “guerra sucia” no deja sólo desaparecidos. Como dijo Rubén Figueroa. Deja muertos, cadáveres sepultados en la clandestinidad, el ocultamiento y la infamia. Los cadáveres como basura en el tiradero o arrojados al mar en vuelos de la muerte. Como ocurrió allá, como ha ocurrido acá.
Lo deseable sería un gobierno capaz de esclarecer los crímenes del Estado cometidos tiempos atrás. No simularlo.
Pero no ha sido así. Las organizaciones civiles de búsqueda de justicia con frecuencia se convierten en pandillas de vividores con la bandera de los Derechos Humanos, como ocurrió en Argentina. Y no hablo de México. No por ahora, excepto para traer esta historia, ignorada por la “nomenklatura” cuatroteísta.
Hace unos días el señor presidente, conmovido, recibió en el Palacio Nacional a la gran abuela de la Plaza de Mayo, doña Estela de Carlotto a quien describió con estas emocionadas palabras: “es la defensora de América Latina y el mundo de quienes padecen por el autoritarismo; que nunca más vuelva el fascismo a nuestra América”.
Junto a eso leo una vieja nota
“(ABC).- …Presunto desfalco y malversación millonaria de fondos públicos destinados a la construcción de viviendas populares. Un Ferrari y un Porsche. Aviones privados, empresas interpuestas, una decena de propiedades particulares, vacaciones de lujo, dos parricidas con sentencia firme y Hebe de Bonafini. Estos son algunos de los ingredientes con los que se cocina un escándalo de corrupción que tiene metido hasta el tuétano a la Asociación de Madres de Plaza de Mayo y salpica, de rebote, al Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner”.
Obviamente la señora de Carlotto no tiene ninguna responsabilidad en la conducta de Bonafini. Pero el gobierno de Kirchner, sí. Y también el de su mayordomo, Fernández.
“…La historia empieza hace 20 años en la cárcel donde Sergio y Pablo Schoklender, entonces de 23 y 20 años, respectivamente, cumplían condena por el asesinato de su madre y de su padre.
“Hebe de Bonafini, asidua visitante de presos, conoce allí a Sergio, el mayor de los hermanos. Lo «adopta» como hijo propio y, una vez en libertad condicional, le introduce en la asociación que ha servido de bandera a los Gobiernos del matrimonio Kirchner para exhibir su lucha por los derechos humanos.
“El parricida, licenciado en Derecho y en Psicología mientras cumplía condena, gana terreno en la asociación cuyo objetivo inicial era encontrar a los miles de detenidos desaparecidos durante la dictadura militar argentina (1976-83)… Se estima que llega a administrar en torno a los 300 millones de euros.
«Encantador de serpientes», como le define Eduardo Barcesat, abogado de Bonafini, Sergio se termina convirtiendo en el apoderado de las Madres, titulares a su vez de la Fundación «Sueños Compartidos», un saco sin fondo de subvenciones para el desarrollo de planes urbanísticos de viviendas….”
Al morir esta señora, Fernández dijo algo muy hermoso. Y falso:
“(BBC).- El gobierno y el pueblo argentino reconocen a Bonafini como un símbolo internacional de la lucha por los Derechos Humanos, la búsqueda de la verdad y justicia por los 30 mil desaparecidos durante la última dictadura militar. Agregó que, como fundadora de Madres de Plaza de Mayo, puso luz en medio de la oscura noche de la dictadura… y “sembró el camino para la recuperación de la democracia hace cuarenta años atrás”.
Insisto, los delitos de una no ocultan los méritos de la otra. Pero esa ciega devoción por los símbolos, echa por tierra el mérito verdadero y encubre la corrupción, mientras en México muchas mujeres buscan a sus desaparecidos ante la indiferencia oficial.
No son heroínas. No son “Madre Coraje”. Ni las “pelan”.