Quienes estuvimos atentos de las explicaciones del futuro coordinador de Comunicación Social del próximo gobierno, Jesús Ramírez, en relación con las separaciones clasistas del futuro presidente, Andrés Manuel López, respecto a la prensa (o parte de ella) y sus cercanías o distancias, quedamos realmente sorprendidos.
No por las definiciones sino por la falta real de ellas en un contexto serio. Tan serio como para tomarse en cuenta.
Al finalizar el foro en la Cámara de Diputados en el cual se analizaron (inútilmente, digo yo) los lineamientos de una política de Estado en materia de Comunicación Social, el vocero Ramírez explicó (mejor dicho, justificó) la separación de clase entre los medios.
Por una parte la prensa “fifí” y por la otra quienes no caen en esa difusa definición.
Si el calificativo es parte de una tradición de clase en la cual caben muchos de los slogans históricos del “lopezobradorismo” (primero los pobres, los “pirrurris”, la mafia del poder, los cajamanes, etc.), orientados todos a la exaltación de los sectores de bajos ingresos en el país, y por tanto merecedores de todo tipo de auxilio oficial, ahora resulta nada más una definición de actitudes editoriales y líneas de orientación informativa.
—La Comisión de Derechos Humanos pide suprimir los calificativos ofensivos, como la prensa fifí, le dice una reportera.
Y como si respondiera, Ramírez dice:
“—se puede cambiar el término prensa fifí para decir que ciertos medios defienden intereses… el que existan esas líneas editoriales son un derecho (¿las líneas o la existencia?) y no consideramos enemigo a nadie que ejerza su derecho”.
Mediante un arduo esfuerzo se podría entender el asunto así: fifí es llamada así por su condición de subsidiariedad, la prensa influida o determinada por intereses ajenos al trabajo editorial mismo, la prensa mercenaria, la prensa corrupta, la prensa vendida, ésa es la prensa fifí.
Analizado de ese modo el tema de los medios viene siendo un asunto de la propiedad. ¿De quién son, a quién sirven, cuáles intereses representan, defienden y ponen en la mesa del debate subterráneo, entre líneas, con alusiones, insinuaciones, campañas, etc.?
Obviamente esa definición se les aplica a los adversarios. No serían fifíes quienes defendieran abiertamente o bajo cuerda, las posiciones, propuestas y dogmas del futuro gobierno. Mucho menos los operadores espectrales de las innúmeras cuentas de chairos promotores del “pejezombismo”.
Y uso esos términos, con todo respeto y sin ánimo de ofender, con la misma sencillez de Ramírez, quien ha sugerido, en esa misma charla con reporteros, no tener la piel tan delgada ni delicada ni ofenderse cuando se les llama fifí y sobre todo no estacionarse en una cuestión superficial (los apodos, los calificativos, las descalificaciones), cuando se puede tener un debate serio sobre la naturaleza, conducta y servicio de los medios.
Si los medios deben tener dermis y epidermis de rinoceronte o elefante, bien le vendrá un poco de queratina a quienes se pasaron la vida con la queja del cerco informativo, el cual (por cierto) siempre fue un mito genial.
Como dijo la Gata Flora: si se lleva, se aguanta. ¿O no dijo así?
Pero si los medios, como dice Ramírez, sirven a intereses distintos de los sociales, no le correspondería al gobierno subsidiarlos por segunda vez mediante la compra de innecesarios espacios de propaganda gubernamental, por eso de un plumazo se reduce en un 50 por ciento el gasto autorizado, el cual fue siempre un piso, no un techo, pues el sobrejercicio fue notable en todo tiempo y en toda época.
La única materia a discutir es si existe el interés social único en materia de información.
No puede haberlo porque la sociedad no es homogénea ni única. Los muchos intereses concurrentes se resuelven precisamente, por medio de la política y la acción de gobierno.
Y cuando alguien dice, como Siqueiros, “…no hay más prensa que la nuestra”, exhibe signos preocupantes de anhelo uniformador.
Las declaraciones de Ramírez se dan en el marco de la revisión constitucional de la Ley de Comunicación Social cuya preocupación básica es la forma como fluyen los dineros públicos hacia los medios, quién construye ductos y cómo se ponen represas para la cascada de los millones ahora reducidos por lo menos a la mitad.
A fin de cuentas no hay tal preocupación por el “derecho a la información”. Es un problema de dinero.
ACTRIZ
Prima donna (primera señora) a fin de cuentas, con toda una vida bajo reflectores y candilejas, la gran actriz María Rojo (exdiputada, exdelegada, ex tantas cosas más), lleva a la escena su rentable papel de “víctima política” en el proceso para la alcaldía de Coyoacán, demarcación alguna vez bajo su errático mando: “…no sé si compita de nuevo; estoy lastimada por toda esta violencia…”