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Quizá ni siquiera los medios nos dimos cuenta del significado profundo de plantearlo así, de la gravedad del dicho. Fue posiblemente el grito de la inercia, el agotamiento por la contabilidad de los muertos de cada día, pero cuando la mayoría de los diarios, las televisoras y las radiodifusoras; las “redes sociales” y todas las formas posibles de la comunicación humana contemporánea nos dijeron el pasado doce de junio cómo habíamos llegado al “peor día del sexenio”, ya calificábamos el pasado y el futuro de esta administración condenada : malo.

No nos percatamos cómo ese solo encabezado estaba calificando los días anteriores en el sentido de la desgracia colectiva. Cuando se habla de lo peor todo lo demás malo por definición. No se puede llegar más allá, sino al siguiente peor.

Hemos llegado, como quien nada dice, a contabilizar la violencia entre lo malo cotidiano y el progresivo empeoramiento. Hoy se nos dice como hace muchos años nos recetaba el PRI: la solución somos todos. Lo excepcional sólo degrada lo frecuentemente negativo.

El enésimo allanamiento de una clínica para fusilar a los adictos “in situ” en Ciudad Juárez y los acribillados en Tamaulipas (sin contar lo posterior) nos hablaban de 77 muertos (algunos cuentan más de 80) del fin de semana, mientras el presidente regresaba de un lejanísimo y poco importante partido de futbol, fueron una especie de prólogo para el ajusticiamiento de 29 reos en una cárcel de Sinaloa; la pesadilla de Nayarit donde ya cierran hasta las escuelas y la emboscada a los policías en Michoacán, con lo cual se sumaron otras seis docenas de cadáveres a la interminable y sangrienta relación nacional.

Simultáneamente a todo eso la presidencia de la República emitió el fin de semana y el lunes un documento insólito: un desplegado de cinco capítulos en números romanos; otros tantos en arábigos y un VI liminar llamado “Conclusiones”, en cuyo amplio contenido argumental (artículo, lo llama la oficina de prensa) el jefe del Ejecutivo reitera sus consideraciones previas en torno de la naturaleza del delito y la necesidad de combatirlo “con todo… sin tregua, hasta poner un alto, sin bajar la guardia o claudicar…”. Más de lo mismo, pues.

Pero más infrecuente aún fue el mensaje complementario del martes por la noche en otra de las recurrentes cadenas de radio y TV para explicar acciones, profundizar tesis y buscar —obviamente–, comprensión y respaldo para FCH. Si se busca algo más pocos deben ser los enterados de tan oculta finalidad.

“No podemos ni vamos a bajar la guardia en mi gobierno”, viene a ser la última de las conclusiones dichas a través de los medios electrónicos. Pero eso ya lo sabíamos.

Llevamos cuatro años de escucharlo (o padecerlo, según se vea) y nadie, hasta donde se sabe, le ha pedido al presidente entregar la plaza, para usar terminología militar propia de una guerra ahora no mencionada como tal. Se han hecho observaciones en torno de la forma como se hacen las cosas, pero no se conoce petición de abandono.

Todos esos argumentos, masivamente difundidos parecen más un “mantra” y poco se asemejan a una información útil o necesaria. Todos le agradecemos al presidente su puntualidad y congruencia en la exposición de sus motivos. Nos lo dijo desde diciembre del 2006 cuando se inició el operativo conjunto en Michoacán. Desde entonces conocemos los resultados.

Los diagnósticos del presidente Felipe Calderón (en ambos mensajes) no son nuevos, ni siquiera novedosos. Son sus mismas palabras repetidas una y otra vez lo cual no podría ni debería ser de otra manera, ni hay razón (interna) para ello.

Algunas de sus expresiones suenan conocidas y otras probadamente insatisfactorias a la luz de la experiencia, como es el caso del combate simultáneo al crimen organizado y la lucha cotidiana contra los delitos “menores”.

Trasladando esto al lenguaje de la economía, hablaríamos de “macromafias” a las cuales se combate hasta con el ejército, mientras las policías (infiltradas, corrompidas y mal preparadas, pero siempre bajo la promesa de profesionalización y moralidad) deben mantener a raya a los “micro transgresores” culpables de los robos, los delitos menores; los secuestros y demás violaciones cotidianas de la ley. Ambas categorías van a la alza.

“La razón de esta lucha eres y tu familia”, termina diciendo el Ejecutivo, lo cual resulta lluvia sobre lo mojado. Ya lo sabemos todos, la razón de las acciones de los gobernantes es el bienestar de los gobernados. Al menos en la teoría.

LEONEL

–¿Cómo estás? le pregunto a Leonel Godoy, gobernador de Michoacán durante un receso de la XXXIX Reunión Ordinaria de la Conferencia Nacional de Gobernadores. Tenía tiempo de no verlo. Luce abrumado, un poco nervioso, su mirada transmite la desconfianza de un brillo apagado.

–Aquí, me dice, aguantando… ya ves cómo anda todo.

–Mal, ¿verdad?

–Muy mal, hay zonas donde la autoridad esta absolutamente rebasada. Pero tenemos que seguir”.

En ese momento ni él ni nadie se imaginaba la emboscada contra los federales.

Tampoco la matanza selectiva en el penal de Mazatlán donde ya han sido asesinados 35 reos en este año. Los escenarios del crimen ya no son las calles. También los hospitales, las clínicas de rehabilitación, las funerarias, los penales y hasta las iglesias; las casas y las escuelas.

LA CORTA

Lo dije el lunes en el programa de Pepe Cárdenas en Radio Fórmula: “no va a servir para nada” (la intervención del Alto Tribunal en torno del proyecto de Zaldívar Lelo de Larrea).

Cárdenas me dijo, ¿entonces estamos viendo a la Tremenda Corte?

Ojala fuera eso y no la tremenda “corta”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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