A veces uno no sabe si reír o angustiarse ante los grotescos intentos de dignidad de algunos burócratas a quienes los cargos les producen una soberbia injustificable a la luz, no sólo de sus obras sino del puesto mismo.

Pocas cosas hay tan innecesarias, en la inútil estructura de la burocracia cultural en México, como el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (Inehrm), el cual le debe su actual estructura a un capricho del PAN, porque hasta hace algunos años era un  centro de análisis históricos de la Revolución Mexicana, cuya valoración en el tiempo nos llevaba –irremediablemente— a sus herederos de “la familia revolucionaria”; es decir, al PNR, el PRM y el PRI.

Y eso se le atoraba en el gaznate a Vicente Fox.

Para despojarlos de esa herencia auto adjudicada, en 2006 el instituto amplió los periodos  de sus estudios y de paso se adelantó a las etapas de la IV-T; es decir, les atribuyó a los movimientos de Independencia, la Guerra de Reforma y la lucha de 1910, idéntica naturaleza: todas fueron revoluciones. Ahora a esos episodios, se les llama transformaciones. ¡Aleluya!

Pero el citado instituto tuvo una función menor de refugio burocrático. Así como en un tiempo el Senado fue un cementerio de elefantes.

Creado por Ruiz Cortines, su primer director, Salvador Azuela  lo presidió durante casi 30 años. Luego se fue al Fondo. No el Instituto; el “caro maestro”, quien también condujo el Fondo de Cultura Económica, ahora en manos de alguien de cuyo nombre no quiero acordarme, aun cuando no pare de asombrarme.

Por cierto, Azuela era tan perezoso, como para recibir de Francisco Liguori el epigrama –“en son de chunga y relajo”–, según el cual su flojera se debía  al peso de “Los de abajo”, como se llama la novela de su insigne padre, Don Mariano. En fin.

Pero el Instituto, despojado de su excluyente ADN revolucionario e institucional, fue dirigido  por algunos historiadores conocidos, como Javier Garciadiego, ex director de El Colegio de México y (ahora) la Capilla Alfonsina, con todo y la Cartilla Moral, y José Manuel Villalpando, cuya coordinación del Bicentenario –por cierto–, fue un absoluto desmadre.

Los historiadores no siempre resultan hábiles administradores ni mucho menos burócratas ejemplares, aunque estén casi siempre en las fotografías en cuya oportuna publicación se asienta su supervivencia, como esa tan divulgada en estos días del aniversario de la Academia Mexicana de la Historia, en la cual Garciadiego arrimó su sardina al fuego con esta oportunísima declaración sexenal:

“…Hace mucho que dejamos de ser la institución conservadora de los años iniciales y en el contexto de la llegada de un gobierno decidido a hacer la cuarta transformación histórica del país,  la Academia, tiene mucho que aportar…”

Celebrado ese pacto con la disponibilidad, en el “C Aniversario”, iluminado el foro por la señora  Beatriz Gutiérrez Muller, en su carácter de Coordinadora Nacional de la Memoria Histórica y Cultural de México ( quien instó a los académicos a la pluralidad y la “descentralización” de la historia), Garciadiego parecía seguro del método de arrimar al fuego su sardinita.

Pero mientras él hacía juegos malabares con el festejo conmemorativo, el señor Pedro Salmerón en el instituto de las Revoluciones, se caía del mecate.

Y en la verticalidad del pataleo, escribía estas frases dignas del mármol o del bronce:

“…si mi presencia, mi estilo y talante pueden ser contradictorios con la reconciliación nacional que alienta el gobierno de la República, pongo el cargo de director del Inerhm a disposición del Presidente y hago de este texto mi renuncia formal al mismo. Renuncia que le presento al Presidente que con valor y decisión está transformando a México.

“Al Presidente, no a la derecha de talante fascista”.

Pues su talante y su estilo no son contradictorios, son inútiles para el gobierno  de la República,  dividida –obviamente— por la intransigencia de los adversarios neoliberales, conservadores y etc.

Resulta grotesco, por no decir ridículo, un caballero cuya pluma destila la amargura del empujón a la calle,  y dice dirigirse –cuando “renuncia”–, al Presidente y no a la derecha de “talante fascista”.  Pues resulta obvio, ésta no lo nombró.

¿Y tanta insistencia en el talante, estará inspirada en la onomatopeya del esquilón de San José?, porque si la campana hace “talan, talan”, él echa por delante, su talante

y el talante de la derecha. Hay sinónimos.

Pero así vamos: entre un Salmerón y un “zalamerón”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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