El debate al cual nos obliga la actuación de la Suprema Corte de Justicia en una rencilla jurídica entre “La Jornada” y “Letras libres” debería ocupar muy amplios espacios en todos los medios pues más allá del fallo del tribunal, muchas cosas quedan en entredicho a partir de hoy. Una de ellas la legalización de la calumnia.
El análisis al cual esta decisión jurídica nos convoca es si la libertad de expresión existe solamente por invocarla y usarla como escudo para la defensa de posiciones ideológicas (lo cual sería grave) o interés económicos (lo cual sería peor) de quienes la esgrimen como garantía de impunidad para cualquier cosa.
Si la patria es (dijo Dashiell Hammett) el refugio de los canallas, no le va mejor a la libertad de expresión cuyo ropaje visten empresarios, académicos, personeros, “comentócratas” de diversa servidumbre; organizaciones no gubernamentales de dudoso patrocinio; asociaciones religiosas, y diletantes de variopinto interés y talento, en perjuicio del verdadero oficio profesional.
Obviamente se dirá, si la libertad de pensamiento y expresión; de conciencia y opinión son valores absolutos cuya patente no les pertenece ni los periodistas ni a los intelectuales sino a todos los seres humanos, este es el valor supremo de la vida social.
Y es verdad. Pero no es toda la verdad.
A la sombra de la libertad de expresión se esconden también la propaganda, la guerra sucia, la exclusión, las acusación aleve y no comprobada, la calumnia, el libelo, la murmuración (también se murmura por escrito) y muchas otras conductas alevosas cuya comisión nunca resulta punible gracias al luminoso escudo de la libertad, casi siempre favorable a los empresarios de los medios y muy pocas veces a favor de sus trabajadores.
En ese sentido algunos periodistas han contribuido a clavar los tablones de su propio cadalso. Hoy la Corte le asesta un fallo contrario a un periódico cuya demanda ante una acusación era probar o rectificar. Pues ni la una ni la otra.
Las campañas permanentes para la protección a ultranza y sin excepciones de la identidad (o su existencia de dichas fuentes) de fuentes informativas ocultas o clandestinas; la despenalización de los delitos de calumnia y difamación, han sido banderas perpetuas de asociaciones, colegios de periodistas u organizaciones similares, en las cuales militan casi siempre políticos con hábito de periodistas, hoy se vuelven contra un gremio casi siempre desprotegido, a más de desprestigiado.
Más allá de la responsabilidad de las partes, pues esa es labor de los jueces (ínfimos o supremos, como se quiera) en ese debate se perdieron siete años para caer en una sentencia fofa y evasiva: en el nombre de la libertad de expresión todo se permite, hasta usarla en contra del derecho ajeno y la verdad.
Si el concepto de la libertad es un continente, no podrían quedar ajenos a su valor supremo el peso jurídico del contenido y su correcto ejercicio, pero no piensa así la Primera Sala. Es una pena o una vergüenza. Cada quien puede escoger.
Pero lo más grave de ese fallo no es la inconformidad de la parte desfavorecida. Alguna de las dos iba a tener esa condición. Así pasa con un fallo judicial. No. Lo terrible es esta gansada del ministro Zaldívar Lelo de Larrea:
“…Lo que prevaleció en la decisión de la Suprema Corte fue establecer un precedente, más allá del caso concreto (¡pero si se estaba juzgan ese caso concreto!) , sobre cómo jugaba (o juega) la libertad de expresión tratándose de medios de comunicación entre sí… los jueces nos íbamos a convertir en censores o vigilantes de todo lo que publicaran los medios… entendiendo que la posición que tienen los medios en la sociedad los hace tener una posición para resistir en mayor grado las críticas que se les hacen al igual que pasa con (los) servidores públicos.”
Dicho de otro modo el señor ministro nos dice a los periodistas y a los medios: si se llevan con los demás, aguántense entre ustedes. Eso, y haber señalado lo imposible de confirmar la veracidad de todas las informaciones, resulta de una puerilidad intolerable en el más “Alto tribunal”.
No se le pidió al señor ministro un juicio sobre la falacia o la veracidad de todas las informaciones del país, sino en torno al derecho de llamarle terrorista a un periódico sólo por una sociedad de intercambio informativo con otro medio público, sea cual sea su orientación política.
Eso era todo. Lo demás resulta paja para esconder la aguja.
DANZA
Cada año la Compañía Nacional de Danza (CND) del INBA monta en la isleta lacustre de Chapultepec, el clásico de Tchaikovski, “El lago de los cisnes”. La más reciente escenificación tuvo la coreografía de Lev Ivanov y Meltius Petipa.
Pero antenoche la coreografía y el librero no fueron rusos; fueron mexicanos. Nadie vio bailar a los cines en el lago; solamente danzaban los búfalos del Partido Revolucionario Institucional en el lanzamiento editorial de Enrique Peña Nieto.
En la Casa del Lago (territorio de la UNAM) los búfalos aprendieron a bailar ballet.