–No me digas nada, ya sé para qué me hablas, dijo la voz en el teléfono.
Hicimos el largo silencio de una línea helada. Después hablé.
–Pues sí, cosa más jodida esta. Pero ni hablar, no hay nada más.
Cada quien por su lado se había enterado de la muerte de Mercedes Sosa y a cada quien le dolía por distintas razones. Hablamos mucho tiempo y cuando Tania Libertad colgó, me quedé con una certeza total. Ese también era un día para oír el canto y Tania se quedaba sola en el trono latinoamericano de la canción popular. Por mucho tiempo.
Hoy México se vuelca en una serie de recitales de Tania en Bellas Artes, el mismo escenario donde hace casi 35 años escuchábamos a Mercedes.
–¿Cómo definiría usted a Tania Libertad?, me preguntó alguien hace muchos años. Una vez repuesto de la impertinencia contesté sin dudar:
–Como la mejor cantante mexicana nacida en Perú.
Obviamente esa respuesta hoy ya no vale, si alguna vez valió. Hace mucho tiempo la música dejó de tener pasaporte y no lo tienen tampoco las intérpretes cuya voz nos ayuda a vivir un poco mejor en este mundo de grisura interminable ensuciado cada vez más por la política.
Tania es una mujer con algo de ave.
Vuela, viaja y canta lo mismo en España o en la profunda caverna del Blue Note de Nueva York donde algunos dicen advertir algunas noches los fantasmas de Charlie Parker, Dizzie Gillespie y el enorme “Satchmo”. Es una lástima pero nunca pudimos escucharlas juntas. Ella Fitzgerald y Tania habrían hecho un dueto de maravilla. Be bop.
Para quienes hemos visto a Tania en todos los escenarios posibles, desde las melancólicas peñas de los tardíos setenta cuando el mapa de un mundo inexistente se dibujaba en un poncho y las almas desgarradas cabían en un charango y una quena, hasta una Plaza de Toros hundida en la penumbra o la Basílica de Guadalupe deslumbrada por su incomparable “Ave María”, no dejan de sorprender su enorme musicalidad y su fácil versatilidad.
Le da lo mismo Atahualpa Yupanqui o José Alfredo Jiménez; Edith Piaf o Lucha Reyes; Agustín Lara, Pablo Milanés o Chabuca Granda. Son para ella territorios afines la música negra del Perú escondido en las raíces menos conocidas de Suramérica o los suaves valses de Chabuca Granda y cualquier aria operática.
Ella es un arco iris musical y en su curva esplendorosa todo cabe. Virtuosa, llena de ingenio, empeñosa y trabajadora hasta límites industriales, Tania es una presencia indispensable en el catálogo contemporáneo de nuestras mejores emociones.
Y si eso no fuera suficiente hay otras cosas para nunca olvidarla y agradecer el privilegio de su cercanía, si sus discos y canciones no fueran suficientes. Nadie en cualquier costa del Atántico o el Pacífico; de las Galápagos a la Habana, hace mejores tamales y cebiche. ¡Carajo! Eso es cocinar.
En los meses recientes Tania ha superado otras pruebas diferentes a las de su trabajo. Saldrá siempre adelante por su condición combativa; de artista definida y comprometida con su nervio y su calidad, con sus retos, con sus arias y sus canciones, con su interminable generosidad y sentido de cuánto valen los amigos.
Hoy recuerdo su casa. Las bromas de Paco Ignacio Taibo, los enojos de Ana Belén cuando confesé mi herejía sobre el culto a Chavela Vargas; el silencioso rincón donde Víctor Manuel cenaba solo y las interminables discusiones de política con Joan Manuel Serrat; todos cubiertos y protegidos por las vigas enormes de la techumbre allá íbamos como en un barco nocturno embriagado por la música, los cajones rítmicos, las guitarras y el vino.
REGISTRO
Se registró ayer Enrique Peña Nieto por el único partido aliado electoralmente con el PRI, el Verde.
Además del consabido y necesario mensaje ecológico en torno del crecimiento nacional responsable, Peña dijo algo notable a la luz de los hechos recientes: lograr la victoria sin ahondar la división nacional.
Peña acudió a su registro acompañado de la secretaria general del CEN del PRI, Cristina Díaz Salazar, y del consejero político nacional, Jorge Emilio González Martínez.