Nadie sabe cómo ocurren en la cabeza del Presidente de la República esos encadenamientos de energía a los cuales los sicólogos y neurólogos llaman pensamientos, pero la discontinuidad en el discurso de Don Felipe Calderón resulta preocupante en cuanto causa, genera turbulencias en la vida mexicana.
Sus recientes acusaciones contra los empresarios cuya astucia y escasez en el cumplimiento “rara, rara vez” los hace pagar impuestos (y si además no se los cobran…); las casi disculpas posteriores y la reciente embestida del jueves anterior, nos hacen pensar no en un cambio de reglas a la mitad del partido, como tantos se han quejado en la materia fiscal, sino en un completo cambio de juego, de cancha y hasta de estadio, aunque los estadios recientemente no se le dan del todo, como luego veremos.
-¿Podrá olvidar el Presidente quiénes fueron sus aliados y soportes en el camino a Los Pinos? ¿Estará hablando en serio? ¿Tendrá noción de la grave perturbación generada por sus palabras? Son preguntas sin respuesta.
Pero el caso es grave por varias razones, la más simple de ellas por la forma tan simple como el capital huye y se esconde, volatilidad le llaman algunos. Los trabajadores de Luz y Fuerza no van (por ahora) más allá de colmar las calles con insultos. Los empresarios con una sonrisa en la boca le asignan una corrida monstruosa de capitales y hasta luego mi gabán.
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Acudí ayer a la Universidad Iberoamericana (en la cual, estuve inscrito en el año 1969) a participar como columnista de OVACIONES en un encuentro especializado en medios de comunicación. Por allí andaba con otros fines Alonso Lujambio, quien además de secretario de Educación Pública es un notable “activo” en la escuálida caballada panista cuyo galope sin embargo se enfila hacia la meta del 2012.
Quizá por eso Lujambio fue cuidadoso en sus apreciaciones, cuando entregó un premio, con Valentín Díez Morodo a la Universidad Iberoamericana. Como yo no voy a ser candidato de nada ni de nadie, hablé sobre un tema complejo: la ética de los medios de información.
Para comenzar hice una presentación y después leí el siguiente texto en el cual se resumen todos mis puntos de vista, de los cuales me hago enteramente responsable, con sus aciertos y sus errores:
“La discusión de la ética en los medios de información siempre me ha parecido inútil. No quiero decir, de ninguna manera que no me importe el comportamiento en los medios, pero no creo en la ética de los medios. Me parece una moda contemporánea superficial, si se me permite esa redundancia”.
La considero una impostura de lo políticamente correcto cuya etiología resulta cada vez más esnobista y menos cultural. Por estar “privatizando” los códigos, muchos dejan de cumplir con los ordenamientos instituidos. Primero somos ciudadanos; después periodistas.
O como decía José Pagés Llergo, primero hombre, luego periodista.
La ética es fundamentalmente el impulso de conciencia por el cual la conducta queda sujeta y dominada por valores. ¿A cuáles valores? Pues a los de cada grupo social. La ética de los individuos es la moral y la moral limita los hechos; la ética de la sociedad es la ley.
Por eso cuando se habla de “Códigos de ética” en los medios de información, el asunto se vuelve además de impracticable, pedante. Yo he leído los códigos éticos de muchos medios de este y otros países y nunca veo esas premisas reflejadas en las páginas de sus ediciones ni tampoco en las emisiones de radio y televisión.
Por eso me parece indispensable darles a los medios un compromiso de legalidad y respeto a las reglas profesionales.
No publicar mentiras, no propalar falsedades, no escribir por encargo, no imprimir información sin confirmación válida, no hacerse eco de rumores, no calumniar, no vejar, no divulgar únicamente lo peor, no cebarse en los caídos, no trabajar por encargo; no confundir publicidad con información, hacer periodismo sin compromisos secretos ni patrocinios dominantes; no hacer propaganda; en fin, “portarse bien”, actuar como voceros sociales, no como altavoces de las sugerencias, órdenes o instrucciones ni dictados del poder político o empresarial.
Todo lo que he dicho en un párrafo algunos lo quieren embotellar en un pomposo “Código de ética” nunca atendido ni mucho menos practicado por nadie.
No quiero poner ejemplos para no causar incomodidad alguna a mis compañeros y colegas, pero cuando enciendo la televisión me doy cuenta de lo inútil de los códigos privados mientras la Ley de Radio y TV se ignora olímpicamente en las transmisiones.
Los dueños y los trabajadores de los medios ya tenemos una ética y a ella nos debemos apegar de manera escrupulosa: es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y todo el corpus jurídico de ella derivado. Cumplida la ley no es necesaria la invocación a la ética. Esa es la ética social.
De otro modo, si queremos particularizar nuestro comportamiento, mediante la separación de nuestro rol social y nuestras obligaciones, estaríamos cayendo en una actitud abusiva. Estaríamos sustituyendo la ley por un fuero especial –nuestro código- y los medios no tenemos derecho de eso. Ni los medios ni nadie podemos “privatizar” las leyes mediante la invocación de códigos especializados.
Yo propongo, en lugar de los códigos de ética cursos de leyes relacionadas con los medios.
Esto no lo he escrito yo, lo ha dicho Fernando Savater y me parece algo sumamente inteligente; sacar la ética del terreno académico y convertirla en el impulso de las acciones individuales y el conocimiento práctico. Así lo expone el maestro:
“Trascender la ética como reflexión teórica y convertirla en práctica es imprescindible. Los profesores de ética lo único que hacemos es facilitar el acceso a obras, temas, formas de controversia. Aunque no existiéramos los profesores de ética, esta seguiría existiendo, y la necesidad de aplicar criterios éticos y de reflexionar sobre lo que es mejor para vivir seguiría existiendo.
“La pregunta de la ética es cómo vivir. De modo que la ética académica quedará más o menos encerrada en los círculos profesorales académicos; pero la ética vivida, la respuesta a cómo vivir, esa pregunta se la hace incluso quien no tiene la menor idea de qué significa la palabra ética.
“No quiero dejar espacio para malas interpretaciones sobre mis palabras. No estoy en contra de la ética; estoy en contra de creerla existente, vigente y satisfecha nada más por subir un ‘código’ a la página ‘web’ de nuestra empresa o entregarle una hojita a nuestros colaboradores. Cuando se tiene ética no hacen falta códigos. Todos sabemos cuando actuamos bien y cuando no.
“Es un asunto de conciencia y sobre todo de tranquilidad de conciencia.
“En algunos países se ha querido instituir un sistema de ‘alfabetización ética’; o sea, ofrecer clases de ética de manera obligatoria y uniforme -como en las instituciones religiosas-, lo cual siempre ha sido rechazado sobre todo en países de tradición laica, como este, por tratarse de una ‘ética de Estado’, cuya imposición desde las aulas devendría en una inadmisible implantación del pensamiento único.
“En México nada más en las escuelas confesionales se ofrecen clases de ética, casi siempre de la mano religiosa, lo cual no sería –de extenderse-, sino una imposición inconveniente a los ojos del pluralismo democrático.
“Visto así, y considerando a los medios como ‘aulas’ mediáticas, ¿cuál sería la justificación social de ofrecer información, reflexiones, análisis y demás asuntos propios de los diarios, matizados todos por la forma particular de verlas cosas de esos diarios?
“No sería sino un disfraz ‘políticamente correcto’ de esa definición de lo indefinible cuyo nombre más frecuente es ‘la línea” editorial’.
“La tentación de segregar o apartar a los medios del resto de los factores políticos, sociales y culturales del país no representa sino un anhelo antidemocrático. Los periodistas no necesitamos o no deberíamos pedir tratamientos especiales ni tampoco una moralidad propia.
“Pero lo urgente es una legislación en torno de la actividad profesional.
“Las modificaciones recientes para despenalizar el contenido de la información y llevar las querellas a un ámbito administrativo, no penal, son un avance significativo, pero debe haber también medidas en torno de la responsabilidad en el manejo de la información, especialmente en lo relativo al daño moral causado por libelos y noticias no confirmadas, prefabricadas o francamente inventadas con ánimo vengativo o denigratorio”.
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La revista “Forbes” cuyo contenido es a veces como el “Hola!” de los negocios publica desde la fortuna de “El Chapo” Guzmán hasta la herencia de Paris Hilton es una especie de Biblia para algunos. Y no me refiero a los “payos” del mundo subdesarrollado. Hay hasta quienes en Estados Unidos la toman en serio, sin embargo no puedo olvidar la forma como el New York Times dio la noticia de la muerte del fundador de esa bien posicionada revista: “Murió el señor M. Forbes, connotado ‘globista’”.
Y eso lo decían por la afición del excéntrico millonario a viajar en globo aerostático como si fuera don Joaquín de la Cantolla.
Pero más allá de esas anécdotas sin mayor significado, vale la pena explicar cómo se equivocan los señores de esa publicación cuyos atractivos se han centrado –además de su contenido-, en la divulgación de una lista de los hombres más ricos del mundo (lo cual es fácil señalar) y otra de los más poderosos (asunto un poco más complejo).
En la más reciente de sus ocurrencias han señalado a dos poderosos mexicanos: Carlos Slim y una vez más a “El Chapo” Guzmán quien de menos debe tener una suscripción pues a cada rato le ensalzan la fama.
En el caso del dominante señor Slim su poderío no parece ser tan grande. Lleva años queriendo lograr acceso a la televisión y nada ha podido conseguir. Es más, cuando anunció el advenimiento de la crisis por la cual hoy el gobierno cruje y al presidente (como veremos después) le silban en los estadios, Javier Lozano Alarcón lo reprendió públicamente bajo el argumento de la falta de solidaridad con un país necesitado al cual tanto le debe el señor ingeniero. Bueno, ya mero lo trata como si fuera Martín Esparza.
Tan notoria fue la reprimenda (febrero 2009) como para motivar del magnate una respuesta por escrito en la cual señalaba sus aportaciones fiscales y la enorme cantidad de plazas laborales dependientes de su imperio telefónico, constructor y muchas otras cosas más.
Si en verdad fuera Slim uno de los hombres más poderosos del mundo Javier Lozano no lo habría tratado así. Y a estas alturas, Slim no abre en su favor el “triple play”.
“Forbes” publica esas listas para aumentar su presencia, como otros publican sus encuestas y sus calificaciones sobre popularidad, capacidad educativa y prestigio de las universidades del mundo o cualquier otro atractivo editorial.
Antes los periódicos publicaban reportajes; hoy publican encuestas y clasificaciones con un segundo interés: irritar por consigna.
Cuando el gobierno de Estados Unidos le sugiere a “Forbes” la inclusión de “El Chapo” no está haciendo otra cosa sino desplazar la verdadera opinión de la DEA en torno del combate mexicano a la delincuencia: vas perdiendo la guerra.
No dejemos de lado el dato de cuando se dan a conocer estas listas: cuando se discute sobre los sobrevuelos estadunidenses de inspección antinarcótica sobre territorio mexicano. Y no precisamente en los globos de Mr. Forbes.
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-Les rechiflan y abuchean a los políticos en los estadios. ¿Cuál es la causa?
La primera por intrusos. La segunda, porque nadie los quiere. Y cuando suben los impuestos, pues menos. -“Presidente que devalúa; se devalúa”, dijo alguna vez José López Portillo en una amarga frase en la cual, resumía parte de su desgracia canina. Luego acabó a ladridos de burla por las calles y después a bofetadas con su esposa. Pobre. Y en esa misma línea, presidente con devaluación y con alza de impuestos, no logra el aplauso de nadie.
En el caso del estadio “Corona” del miércoles por la noche en Torreón, Coahuila.
Los aficionados al futbol, respetuosos cuando Calderón había ido a los palcos del Azteca como espectador (una vez hasta con Oscar Arias, presidente de Costa Rica) no tuvieron recato en abuchearlo de manera insistente e inclemente hasta el grado de obligar a los incondicionales de la televisión a suprimir el audio en la transmisión.
Pero ya medio mundo se había dado cuenta.
El presidente ha usado el futbol como herramienta de popularidad. Se ha puesto tantas camisetas como Marioni o Hugo Sánchez, se ha dejado ver con Javier Aguirre, a quien felicita hasta cuando empatan con 4° “A” y no ha dejado pasar una oportunidad de mostrarse populachero y entusiasta ante el “juego del hombre”.
Sus asesores quieren de esa manera llevarlo a cimas de aprobación, pero de poco le ha servido. Al menos no fue útil el miércoles pasado cuando los coahuilenses le regalaron (fíjese en esta frase) su corazón al monarca Pelé y no al presidente de su país.