El espectáculo reciente, condensado y exhibido de golpe por el deprimente debate de los candidatos a la presidencia estadunidense hace unos días, como una explosión sobre la pista de un circo, me hizo comprender cabalmente una de las frases más memorables de la literatura de Paul Auster:
–“Sólo el mundo real posee la fuerza suficiente para crear esta clase de situación increíble”.
–¿Cuál situación?
El triste espectáculo de un anciano en la plena ostentación de su decrepitud, envuelto no solo en la torpeza de su condición, sino lastrado además con el overol naranja de un hijo desahuciado social, en dispareja contienda contra un delincuente sentenciado por más de una veintena de felonías, cuyo cinismo puede ser el combustible (o el motor) de su segunda llegada a la Casa Blanca.
–¿Cuánto se puede esperar –o cuánto se ha perdido en la bruma de una gloria pasada–, de un país cuyos mejores hombres circulan por los pasillos del poder yendo del pabellón geriátrico a la barandilla de los juzgados en evasivas maniobras para no caer en la celda, ya sea para sí o para los hijos?
Obviamente la condición filial de quienes tienen un padre poderoso facilita negocios y abusos de cualquier clase, porque los presidentes –así sea en juicios o en ocultamientos–, siempre van a defender a sus hijos por los delitos cometidos gracias a su cercanía con el poder. Si fueran hijos de un plomero no caerían en los excesos mercantiles o adictivos ahora conocidos. Y eso vale no sólo para ese país. Te lo digo Juan.
La historia americana de hoy se puebla de imágenes absurdas, grotescas y a fin de cuentas tristes en la antesala y la oficina del poder. En febrero de este año el presidente Biden y sus médicos quisieron engañar a la realidad. Un chequeo médico (años después de las explosiones cerebrales, como les llamó Trump a los aneurismas de su rival), determinó su conveniente estado físico y mental. La inclemente cámara de la televisión superó la interpretación de cualquier encefalograma.
Después vinieron el desastre y su epílogo: la negrura del debate y la peor de todas las explicaciones.
«–No ando tan bien como antes. No hablo tan bien como antes. No debato tan bien como antes, pero sé lo que se me dá bien. Sé cómo decir la verdad…”
Y es cierto, pero no tiene ninguna importancia decir la verdad. Se debe aceptarla, porque la realidad es en sí misma un veredicto.
Pero si –como todos hemos visto–, el candidato de los demócratas no tiene la capácidad física ni mental para resistir otros cuatro años en el cargo más díficil del mundo, el de mayor responsabilidad y trascendencia, hasta fuera de su país, el postulante repúblicano no conoce la capacidad moral, como es evidente, ni siquiera para sus aficiones prostibularias mal resueltas.
Y si llegara a ganar, como todos afirman en los círculos informados de Washington, veríamos por primera vez al sheriff del pueblo derrotado por el matón pistolero, lo cual daría pasto a una nueva novela de Zane Grey.
Así pues, la historia americana de nuestros días podría quedar escrita, para vergüenza de la América maravillosa, por un anciano disminuido o un delincuente.