Si valiera para algo he aquí una premisa: la incompetencia (real o aparente) resulta –a fin de cuentas–, tan dañina como la corrupción.
En ambos casos ambas generan desconfianza pública y desprestigio, además de producir dispendios y pérdidas de tiempo. La corrupción frena y envilece el trabajo público: la incompetencia lo degrada. En ambos casos las cosas saboteadas por inepcia o inmoralidad, se deben repetir, corregir, rehacer.
Por eso las cosas deben salir bien. No sólo las obras públicas, también las acciones de gobierno, ya sean campañas sanitarias o capturas de fugitivos.
Todo debe plantearse correctamente, presentarse con celeridad, precisión y atingencia. Sobre todo cuando se cuenta con todas las herramientas del poder, sin dejar rendijas por donde se cuelen las sospechas, las dudas razonables para evitar toda suspicacia, toda apariencia de equívoco o de plano todo el error.
Un gobierno como este, con todos los rendajes del poder en manos del presidente de la República quien puede (y debe, dirían algunos), controlarlo todo, no se debería permitir tantos y tan frecuentes patinazos perjudiciales sólo para él y su imagen de gobierno “tetratransformador”.
Dos son las expresiones prohibidas para un Jefe de Estado. No se y no puedo.
Cuando no sabe o no se quiere responder en conferencias de prensa convocadas como parte de una estrategia de perpetua presencia en los medios, así sea para exhibirse como víctima de ellos, sólo se daña a sí mismo, como –por ejemplo—con el sainete de Lozoya extraviado, de quien no se sabía desde el púlpito, lo ya conocido por los medios a los cuales se les había lanzado un señuelo para llevarse al detenido a un hospital privado.
–¿Por qué no a un sanatorio del gobierno y si había algún riesgo de seguridad al Hospital Militar o al de la Marina? Misterios sospechosos. Y la única forma de acrecentar esas sospechas y esos misterios es poniéndose a la misma altura mediocre del secretario Durazo.
–¿Estrategia de seguridad? Resulta inútil crear semejante operativo de distracción. Además innecesario, excepto si se temiera un ataque al estilo de aquel cuya comisión casi le cuesta la vida al secretario de Seguridad Ciudadana de la CDMX, Omar García.
Pero a final de cuentas el gobierno se instala en una contradicción: ni el padrino de Mario Puzzo tuvo un hijo en Oxford, ni se ignoran (o no se quieren decir en ese momento), temas a los cuales otros tienen acceso –así sea por la vía del interrogatorio de medios–, en las conferencias mañaneras.
El Presidente ha hecho de la no respuesta una forma de respuesta. El no me voy a enganchar es equivalente al “no comment” de los políticos americanos. Pero tarde o temprano el tema lo alcanza. La única forma de engancharse es cuando hay un gancho. Y hay muchos.
Una práctica frecuente para desembarazarse de columnistas incómodos es muy simple: se les desliza información disfrazada de “leak” privilegiado y luego se les deja colgados de la brocha, ya sea con renuncias o acontecimientos por venir; nombramientos o acontecimientos importantes.
El furor por “ganar” noticias y manejar el “scoop”, con frecuencia lleva a muchos al error. Hace ya semanas un columnista de finanzas renunció” a Javier Jiménez del gabinete. Cuando se lo preguntaron al Presidente dio la más ambigua de las no respuestas: no tengo información certera.
–¿Quién entonces tiene información certera sobre el gabinete presidencial si no es el Presidente de la República?
Entre los muchos mitos derribados durante estos años cada raro se vienen abajo los restos de aquel axioma político: el presidente es el hombre mejor informado de México. Si, para empezar, eso no fue cierto nunca, pues más sabía quien le llevaba la información o quienes se la suministraban y administraban, hoy resulta asunto pasado.
Por desgracia a veces un presidente –en este o en otros países–, resulta el último en enterarse y el primero en enredarse. Así se consagra el otro axioma, tan falso como el primero: sus colaboradores engañan al Presidente.
En este caso no se trata de la ignorancia de los temas sino de la forma como el Presidente juega.
–¿Hasta donde le conviene seguir con esta siembra de imprecisiones, mentiras, muletas y ritornelos para distorsionar no sólo sus intenciones sino sus acciones?.
No se sabe, pero es un juego innecesario. Con todo el poder ya no es justo seguir con jarros y jarros de atole con el dedo…»
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