Leo en la prensa:
“En lo que va de este sexenio el gobierno federal ha gastado alrededor de 21 mil 222 millones 302 mil 810 pesos en la imagen oficial, sobre todo en la televisión. De acuerdo con Justine Dupuy, investigadora del área de Transparencia y Rendición de Cuentas en el proyecto de Publicidad Oficial de Fundar, desde 2007 la administración del presidente Felipe Calderón ha gastado, cada año, por lo menos el doble de los aprobado por los congresistas para el concepto 3 mil 600, relacionado con la comunicación social y publicidad para la administración pública federal”.
La primera evidencia de confusión en este asunto es la mezcla de dos conceptos cuya naturaleza los debería mantener separados: comunicación social no son lo mismo. Pero en México –como en muchas otras partes, lo debemos reconocer–, la reunión es funesta.
El gobierno no suele gastar el dinero público en algo cuya finalidad se traduzca en algo de utilidad pública, al contario. Es en perjuicio de la sociedad pues mientras más impopular sea un régimen, mientras menos atractivo sea un presidente, mientras peor sea el ambiente social creado por esa administración, mayor será el gasto del engaño.
Publicidad, propaganda, pago de gacetillas y en general todo tipo de engañifa, hacen de la publicidad oficial el más grande y fraudulento de los “productos milagro”.
El producto menos cierto de todo cuantos se han vendido en los años recientes es el “slogan” “Para Vivir Mejor”. En un país con cincuenta o sesenta mil muertos por la violencia incontenible, parece una burla, un sarcasmo intolerable.
Pero si ese gasto enorme no produjo un buen resultado en cuanto a los propósitos de engaño colectivo, sí ha servido para algo: ha hecho más ricos a los concesionarios y dueños de algunos medios de comunicación. En el nombre de ese gasto, a la larga inútil (el juicio popular sobre los gobiernos no pasa por la insidia de los medios ni por sus desviaciones), se permite divulgar en la sociedad una ficción maravillosa: la libertad de expresión asociada con la “industria de la comunicación social” con muchos beneficiarios y un solo patrocinador: el gobierno.
Por eso la iniciativa del futuro gobierno para transparentar las relaciones con los medios no es sólo conveniente sino indispensable. Y por eso mismo, quizá, imposible.
En un sentido estricto un monopolio no necesitaría hacerse publicidad. Su producto (o su servicio) no requiere estímulos para la opción. ¿Cuál es el significado comercial de la publicidad de Pemex (por ejemplo), como no sea la indulgencia de los medios? Y la publicidad suele generar eso, nada más eso: imágenes ideales, percepciones y opciones derivadas de lo anterior.
Si el gobierno en sí mismo es el monopolio de tantas cosas (el ejercicio de la violencia institucional, por ejemplo; el Ejército, el fisco, la moneda) ¿cuál es el caso de tantos elogios propagandísticos? Ninguno, excepto construir el pedestal para la futura estatua cuya majestad el tiempo se encargará de derribar al día siguiente de su develación.
¿Le sirvieron los miles de millones de pesos gastados en publicidad a Echeverría, a Salinas a Fox o a Calderón? ¿Se ganaron al fin de su ruta el respeto y el cariño del pueblo?
Ya hace dos mil años Quinto Tulio Cicerón reconocía, “por mucha fuerza que tengan por sí mismas la cualidades del hombre, creo que en un asunto de tan pocos meses, las apariencias pueden superar incluso esas cualidades… Hasta este punto los hombres se dejan cautivar por el aspecto y por las palabras antes que por la realidad de su propio beneficio…”
Y es cierto, los hombres se dejan engañar; pero por poco tiempo. Cuando se acaban las horas del mandato, y a veces aun antes, el verdadero juicio se les viene encima apabullante y casi siempre desfavorable.
CAMACHO
Esta columna felicita al recientemente graduado doctor en derecho por la Universidad Nacional, César Camacho, presidente de la Fundación Colosio del PRI, y experto en temas judiciales; ex gobernador del estado de México, promotor editorial del Bicentenario –entre otras cosas– y destacado servidor público, por su brillante examen con merecida mención honorífica. Enhorabuena. Muchas cosas buenas le esperan al mexiquense.
NISSAN
Cuando los empresarios originales de Nissan Mexicana eran los japoneses la empresa llevaba relaciones sindicales correctas y por buen sendero social. Después de la “intervención francesa”, los trabajadores fueron arrastrados por una organización sindical contestataria y peleonera mezclada no en asuntos de orden laboral sino en campañas de interés político, como se vio en días recientes en los bloqueos de Cuernavaca.