Indiferentes a las advertencias desde los tiempos previsores de Ernesto P. Uruchurtu, cuando por la fuerza se quiso limitar el crecimiento urbano y sus consecuencias irracionales, los gobernantes de la ciudad de México no tomaron en serio el más grave problema al cual ya nos estamos enfrentando: la falta de agua.

Como el gobierno de la ciudad siempre fue visto como una escala insegura en la carrera de las ambiciones presidenciales, y considerado el Regente como un personaje sin fuerza política propia –como sucede todavía hoy con la regenta Sheinbaum–, los encargados del gobierno, ya fuera por designación o por voto popular, nunca hicieron nada como no fueran obras de relumbrón.

Poor ejemplo, hoy nos enteramos de los millones de pesos dilapidados en pachangas musicales en el Zócalo, convertido en escenario para los principios del pan y el circo. Aquí la moderna versión es pensión y circo.

Y para colmo, el presidente, real jefe de gobierno, instruye a su empleada para buscar un concierto “gratuito” de Bad Bunny. Pero mientras llega el puertorriqueño, hagamos mejor una fiesta masiva  con pretexto y en honor del general Cárdenas en un aniversario más de la expropiación de las compañías petroleras, como si se necesitara y hubiera sido ayer.

Otra mentira presidencial: la magna concentración tiene como finalidad rebasar la marcha con la cual una vez más multitudinariamente muchos mexicanos lo mandaron a su rancho de Palenque. Eso es todo.

Pero mientras todos estos juegos políticos se dan y ser han dado, la ciudad permaneció gobernada por su defectuosa inercia. Casas Alemán; Uruchurtu, Corona del Rosal y luego los modernos, López Obrador, Cárdenas, Ebrard, todos han querido llegar a la silla de enfrente.  Nada más uno lo consiguió y eso después de muchos años de haber dejado el cargo.

Mientras tanto no se hacían obras importantes en materia de agua ni se diseñaba una política cierta de reducción o control del consumo.

Hoy vivimos con empresarios del “deporte”, cuyos gimnasios, “Sport City, “Sport World” y otros semejantes, llenan albercas semiolímpicas, desperdician en regaderas y baños infinitos, tanto con los administradores de las alcaldías, como por ejemplo la Alberca Olímpica en Benito Juárez o la de Plateros en Álvaro Obregón.

Como se quiera ver esta es una ciudad de paradojas estúpidas. Cegamos los ríos para convertirlos en avenidas de concreto; extinguimos una laguna para morirnos de sed. Si no hoy, dentro de muy poco tiempo.

Por eso el ingeniero Humberto Romero (no confundir con el “Chino” Romero, secretario de López Mateos), lo dijo con claridad sonora: nos va a llevar el carajo. Ni el “Tuca” es tan directo.

La regenta nos ha anunciado un  acuerdo con los empresarios cuyos negocios necesitan agua. Recurren el cuento del agua tratada como si esa abundara. El agua potable aquí se usa para todo, a veces hasta para beberla embotellada en un comercio multimillonario del cual el gobierno no es ajeno.

El plan anunciado hace poco tendrá una vida tan breve y escuálida como el ahuehuete de Claudia. Y servirá para lo mismo.

CAPITÁN

Bebía el hombre solo con los codos en barra de “El Nivel”. El tiempo, no se sabía cuánto, había pasado sin darse cuenta. Podía ser ayer o podía ser mañana. A veces el alcohol es una silenciosa máquina del tiempo.

–Otra, dijo. Y al voltear la mirada se encontró a un lado suyo a un capitán del ejército porfirista. Había dejado el kepi en la barra, junto a una botella de tequila:

–Salud, le dijo.

–Salud respondió. Hicieron conversación.

Bebió con el capitán –se me hace conocido su rostro, capi–, y al salir, ya con hora bruja encima, vio a los técnicos de un   rodaje de telenovelas.

Entendió todo, no era delirio, era López Tarso en “La sombra del águila”.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona