Por años se dijo: los mafiosos del narco no atacan a las familias. Es parte del código. También lo era silenciar a los traidores; matar a quienes habiendo recibido dinero no habían cumplido su parte del arreglo. No solía el gobierno vejar a los abatidos. El asesinato múltiple cometido en contra de los familiares del marino Melquisedet Angulo, muerto en combate durante la batalla de Cuernavaca y a quien la propaganda innecesaria del gobierno convirtió de pronto en el Pedro Baranda de nuestros días, es una infamia pero tiene explicaciones.
Es parte de la venganza no por el encuentro a tiros donde murió el mafioso El Barbas, sino –entre otras cosas– por las vejaciones cometidas contra su cadáver. Cuando las fuerzas del orden se ponen al tú por tú con la delincuencia organizada y discuten en su mismo lenguaje de símbolos, talismanes mancillados, billetes ensangrentados y encueramientos vejatorios, se exponen a respuestas de esta misma categoría moral.
Por años se dijo: los mafiosos del narco no atacan a las familias. Es parte del código. También lo era silenciar a los traidores; matar a quienes habiendo recibido dinero no habían cumplido su parte del arreglo. No solía el gobierno vejar a los abatidos.
Muchas cosas no se hacían y ahora se hacen. Por ejemplo, acabar con los familiares de alguien sin responsabilidad en el operativo.
Obviamente el gobierno no puede, ni debe detener sus acciones por temor a las represalias. Y no por machismo, como se podría interpretar de algunas declaraciones del primer círculo. No, sino por mera estrategia militar. Pero tampoco hay razones para hacer ceremonias públicas donde cualquiera se cuela para detectar a los familiares, a quienes la ceremonia ha puesto al descubierto y en riesgo de acciones vengativas de esta monstruosa dimensión.
Cuando los policías federales y algunos grupos militares actúan, lo hacen con pasamontañas. Es obvio, se debe proteger su identidad y por consecuencia las de sus familias. ¿Y en los homenajes de propaganda se deja indefenso a todo el mundo? Estas son las consecuencias.
Por eso, quedan también para la colección de estupideces memorables las declaraciones del señor director del Servicio Médico Forense (Semefo) de la Procuraduría General de Justicia de Morelos (La Jornada), José Mendoza Moreno, quien señaló que las fotos del cadáver de Arturo Beltrán Leyva, tapizado de billetes ensangrentados, no fueron tomadas “con mala intención por peritos estatales… realmente estos señores no quisieron faltarle al respeto al Jefe de jefes, porque sabían de quién se trataba”.
Ante estas memeces, quedan en ridículo, una vez más, el procurador morelense, Pedro Luis Benitez Vélez, y el gobernador panista, Marco Antonio Adame Castillo, caballero cuya capacidad de gobierno pasa por no enterarse ni de la infiltración de los mafiosos, ni de ninguna otra cosa como nos sean las bodas importantes en Sumiya. De eso sí se enteró; de lo de Tepoztlán, quién sabe.
NAVIDAD
Sobra decirlo, pero esta cosa de la Navidad a mí me harta. Entiendo la conveniencia decembrina de movilizar el aparato económico por medio del comercio; veo la necesidad de aumentar los mensajes publicitarios, entiendo la necesidad del descanso de fin de año.
Pero tanto “jingle bells”, “jingle bells” y tanto panzón vestido de rojo, es demasiado para mí. No entiendo los renos en el Anahuac ni los arbolitos llenos de luces; me abruman las cursilerías de la televisión y por desgracia tampoco creo ni en los Santos Reyes. Ya no.
Pero un amigo me manda un mensaje digno de consideración. Lo reproduzco como un pretexto para felicitar a quien tenga la piedad de leer estas columnas, cuyo contenido pongo respetuosamente a su consideración casi todos los días del año, excepto los sábados y de manera infalible los trescientos trece días restantes:
Si usted tiene comida en el refrigerador, un techo, un lugar para dormir y ropa, es más rico que el 75 por ciento de la población del mundo.
Si tiene dinero en el banco y en el bolsillo y algo de morralla en algún lugar de la casa, es parte del 8 por ciento de los más ricos del planeta.
Si hoy amaneció en buen estado de salud, es más afortunado que el millón de seres humanos que no sobrevivirán a esta semana.
Si nunca ha vivido el peligro de una guerra, la soledad de una prisión, la agonía de la tortura o los dolores de la hambruna, su suerte es mejor que la de 500 millones de seres humanos en el mundo.
Si esta Nochebuena acude a una iglesia sin miedo a ser perseguido, agredido, arrestado, torturado o asesinado, sus bendiciones son mayores que las de tres mil millones de personas en el planeta.
Si puede leer estas líneas, es más afortunado que más de dos mil millones de seres humanos que son analfabetas.
SINALOA
Hace algunos meses fui invitado a hablar en una asamblea con los secretarios de Turismo de todo el país. Al Consejo de Promoción Turística y a la Secretaría de Turismo les interesaba analizar cómo se podían combinar los mensajes promocionales de un país idílico y maravilloso para el turismo, con la realidad de una balacera por hora en cualquier parte del país.
Uno de los más entusiastas promotores era el secretario de Turismo de Sinaloa, Antonio Ibarra Salgado. Al final de la charla se me acercó y conversamos. Le comenté mi pesimismo y con una gran sonrisa me dijo: “ánimo, hombre, esto va a salir bien”. Ayer lo asesinaron.