En diciembre del añopasado, el 18 para ser exacto, la Organización de las Naciones Unidas, el más grande elefante blanco en la historia de la humanidad, anunció su programa COVAX, el cual perseguía un logroimpresionante: dos mil millones de personas vacunadas contra el Covid 19 en un lapso  

indeterminado pero suficiente para soltar al aire una frase digna del mármol: “se avista el final de la pandemia”.

Como resulta obvio, con o sin el dicho  proyecto COVAX, vacunar a tantos millones de personas ha sido imposible. 

El contagio supera en velocidad a la vacunación –excepto donde los confinamientos fueron severos e inflexibles desde el principio– y el sueño de una epidemia derrotada se queda hasta ahora en el arcón de los buenos deseos. 

Algo tan simple de entender parece complicado para los gobiernos. Ya ni siquiera hablemos del esperpento mexicano, cuyo inmerecido optimismo contrasta con el aumento de las muertes de cada día. Con otros del mundo tenemos suficiente.

Si bien la iniciativa Covax se realiza con el concurso de 190 países, la multiplicidad de responsabilidades nada más conduce a un camino: la irresponsabilidad. El  primer trimestre anunciado a mediados de diciembre, parece alejarse en un sentido inversamente proporcional al optimismode los discursos. 

En México nadie sabe nada. 

La perorata del destruidosistema de salud, culpa del abominable periodo liberal, ya no es un discurso justificante. En este país se aplicaban año con año millones de vacunas y se habìa logrado –a pesar de la maldita corrupción cuya condena nada resuelve ahora—, erradicar enfermedades para las cuales ahora no hay fármacos. 

En México se erradicó, como ejemplo entre otros, la poliomielitis y no fueron necesarios para ello ni los Servidores de la Nación, ni los becarios del sistema Benito Juárez. Sólo fue necesario hacerlo ordenadamente. Y se hizo.

Uno de los documentos importantes para el desarrollo de las personas, la Cartilla Nacional de Vacunación, no necesitaba una credencial de elector para ser distribuida y sellada en cada toma. 

No era un  programa electorero, como ahora la vacunación, a pesar del viejo chiste: un mexicano al nacer recibe un acta de nacimiento, una estampita de la virgen de Guadalupe; su cartilla de vacunación y una credencial del PRI.

Hoy la recibiría de Morena,  porque ya no es igual.  

Insuficiente, ineficiente y confuso, el programa de vacunación, mal implementado por el silente secretario de Salud, Jorge Alcocer, y el palabrero subsectetario, Hugo López Gatinflas, no esta al alcance de todos. Ni siquiera se conoce más allá de un calendario incumplido y presentado para salñir del paso.

Nadie sabe dónde se puede vacunar  ni cuando debe hacerlo. El calendario ofrecido es invisible. 

La promesa de inmunizar al personal sanitario en general, es una entelequia: se han aplicado (dicen)  casi 500 mil vacunas (ahora hasta a los maestros de Campeche) y sólo en el sector de la Salud hay un millón trescientos mil personas. Además no hay suficientes ampolletas.

Si existen clínicas, laboratorios privados y hasta farmacias cuyos médicos ofrecen cotidianamente tantas consultas como el IMSS, ¿no sería lógico vacunar donde se hacen las pruebas del contagio?

¿Cuántos Servidores de la Nación hay en los estadios de California y los pàrques de Disney donde las personas se inmunizan con solo sacar el brazo por la ventanilla de su automóvil? 

Convertir a los beneficiarios de la vacuna en clientes irremediables del lopezobradorismo –cuando el oportuno anillo en el dedo coincide con los tiempos electorales–, solamente exhibe la verdadera naturaleza de su falso humanismo populista. 

En realidad es el aprovechamiento de la miseria. ( y ahora de la epìdemia) para explotar electoralmente  a los necesitados. 

Los pobres no son una preocupación genuina en la conciencia de la 4T;  son un recurso renovable en su industrialización del poder.

Confiscar la vacunación y después, con falsa generosidad ofrecer una apertura a los gobiernos estatales y el sector privado, es una pantalla. 

Loa “adultos mayores”, pieza fundamental en la demagogia populista, deberían comenzar a ser vacunados el próximo mes, lo cual equivale a decir, la proxima semana. ¿Quiénes primero? ¿Los poseedores de una pensión o como le llaman los propios beneficiarios, la credencial del Peje?

Once puntos de aplicación en la ciudad de Mñéxico y sus 20 millones de conurbados resultan a todas luces insuficientes.

Las compañías de celulares tienen más de cien millones de abonados; el INE, más de 80 millones de electores. 

¿No se podría hacer un listado de beneficiarios programado y de ágil localización?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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