En el mundo de la política mexicana las cosas siempre cumplen con la ley… de la gravedad. 

Cada etapa nuestra no es otra cosa sino el catálogo de novedades para agregarle al fardo heredado. Por eso nuestro subdesarrollo es progresivo, incurable, contagioso, hereditario, crónico y mortal.

Dentro de un mes, el gobierno cuya auto denominación tetra mórfica es a veces hasta jocosa además de inviable (las tres anteriores, requirieron sendas guerras, porque la violencia es la madre de la historia, según dijo Marx), se gozará a si mismo, en una interminable orgía cotidiana de masturbación oratoria, con la exhibición de los logros, avances, conquistas, mejoras y excelencias del trabajo del Atlas de nuestro tiempo, el señor presidente sobre cuyas espaldas reposa el planeta entero. Sin él todo se vendría abajo.

Con él (y por él), también. 

A estas alturas de mi vida (le llevo algunos años de edad a nuestro líder) debo ser selectivo en mis lecturas. Por eso me he rehusado a aumentar su caja de caudales con las regalías de un libro más. No he comprado su compendio de mitad del camino,  

Y no por deprecio o avaricia, sino porque y me lo se.

Así me pasa con la revista ¡Hola!: siempre los mismos personajes. Resulta cada vez más de hueva.

Y como cada mañana nos hace el favor (no solicitado) de leer un capítulo, la verdad siento su discurso tan envejecido como Reggie Jackson en la caseta de los Astros, muy lejos de aquella gran frase:


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–No vine a los Yanquis para ser una estrella traje la estrella conmigo…”

Hasta Mr. October se convierte alguna vez en Mr. November.

Pero más allá del béisbol uno debe mirar la política con los anteojos de la historia.  O por lo menos de los hechos recientes. Y en ese aspecto no hay nada por lo cual uno se deba alegrar cuando han transcurrido los primeros tres años de un juego pactado a seis entradas. 

Quizá el peor desperdicio de las oportunidades haya sido, paradójicamente, el más simple de resolver porque requería (hace quinientos mil muertos), nada más un poco de sensibilidad y mucho de humildad. 

No hubo ninguna. En vez de enfrentar la pandemia como un gravísimo riesgo público a la salud, el presidente desperdició la oportunidad de actuar seriamente y apostó, palabrero e irresponsable, sin asesores expertos, a la futilidad del asunto.

Y así nos fue.

El 28 de enero de 2020 (compilación de Sergio Sarmiento), declaró: 

«Nuestro país, afortunadamente, [es] de los países más preparados y con menos riesgos por la afectación de este virus». 

“El 31 de enero dijo: «Se piensa que no es tan dañino, tan fatal, este virus llamado coronavirus». 

“El 28 de febrero reiteró: «No es, según la información que se tiene, algo terrible, fatal. Ni siquiera es equivalente a la influenza». 

“El 4 de marzo afirmó: «Miren, lo del coronavirus, eso de que no se puede uno abrazar, hay que abrazarse, no pasa nada». 

“El 13 de marzo advirtió: «Hay politiqueros que hasta hacen conferencias de prensa hablando del coronavirus, haciendo videos falsos con información falsa». 

“El 16 de marzo el subsecretario Hugo López-Gatell dijo que el Presidente estaba protegido del virus por una fuerza moral, mientras que el propio López Obrador afirmó el 18 que su honestidad y un amuleto religioso lo protegían: «El escudo protector es como el detente… El escudo protector es la honestidad. Es lo que protege, el no permitir la corrupción… 

“Detente, enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo».

Si eso no fuera suficiente para definir todo un sexenio, no se entonces cómo hacerlo.

Pero si estas generalizaciones superficiales e irresponsables no fueran suficientes, si los ataques a la UNAM para lograr un futuro contro de la Junta de Gobierno y poner a su servicio ideológico partidario la principal institución académica del país.

Por mi Transformación hablará la raza”; será el nuevo lema.

Pero todo eso es parte de la política. Lo indescriptible (y por tanto insoportable), es oir a Layda Sansores, pareja política de Salgado Macedonio o Fernánez Noroña:  

“…Para nosotros tu siempre fuiste el guía, el líder, el libro, el poema…”

Todo, hasta esta inculta transformación debería encontrar un límite. Pero la decadencia no tiene fondo.

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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