No busquemos definiciones en Euclides, ni en Pitágoras, todos lo sabemos: un triángulo es la superficie comprendida entre tres rectas intersectadas entre sí, pero también viene siendo el contorno mismo de esas líneas y en otro sentido el espacio negativo entre los bordes en torno de ese perímetro; pero también un triángulo es la historia de amores comprometidos por las infidelidades entre tres personas, de diversas condiciones sexuales y estado civil, cuyo desenlace a veces violento, en otros tiempos era bautizado en las crónicas policiacas como triangulo pasional terminado a veces sin abrazos y con balazos o puñaladas, aunque ahora hay en la vida contemporánea de swingers y tolerantes, una versión más admitida, llamada trío, aunque de esa forma se nombraba también a los grupos musicales de tres personas cuyos requintos, guitarras y voces armonizadas hicieron la delicia del mundo del bolero, excepto en el caso de aquellos cuya primera voz falleció malamente y por amor al compañero ido e irremplazable, se siguieron presentando en cantinas y serenatas rascuaches, con el célebre nombre del “El trío de dos”, pero esa misma historia podría darle letra e inspiración a una canción de cualquiera de los grandes compositores de ese género, cubano, peruano o mexicano; mas me desvío del asunto, el tema ahora es la excitativa presidencial para mirar con otros ojos y otras denominaciones, hacia el otro triangulo –de los varios existentes en el país–, esta vez en alusión de una zona geográfica conocida como el triángulo dorado en el norte de la República donde los narcotraficantes han conquistado una enorme parcela casi autónoma a la cual nuestro líder le quiere cambiar el nombre y llamarlo el triángulo de las buenas personas, o las buenas conciencias, como título de Carlos Fuentes, para no estigmatizar a nadie, porque ni todos en esas tierras son gomeros ni todos son –tampoco— buenas personas, pero vaya lo uno por lo otro y luchemos contra el estigma, porque esas marcas deberían asociarse nada más con la divinidad si ya sabemos, los estigmas son manifestaciones corporales, visibles de la fe acendrada, casi del misticismo profundo, por las cuales el elegido sufre (o goza) en sus manos o pies de heridas espontáneas, inexplicables, como si lo hubieran clavado en la cruz también a él como al divino redentor, o sufre derrame sanguíneo en la frente, goterones milagrosos, como si también le hubieran clavado las espinas de la corona martirizante con la cual los romanos lastimaron al hijo del hombre; entonces, pues, el estigma narcótico no es justo para los buenos sinaloenses, duranguenses o chihuahuenses , de la gente buena, de la gente legítimamente esforzada en hacer una vida productiva; y así, de esa manera ya no sólo Aguascalientes será la tierra de la gente buena, sino también Sinaloa, Durango y Chihuahua, en esas porciones de su territorio con todo y su magnífica carretera (narco-carretera, le dicen los cretinos) donde la bondad se derrama por las calles y cubre hasta las copas de los árboles en la zona serrana de esa región nacional, donde no todo el monte es orégano ni son buchonas las bellas muchachas, aunque buchonas estén, pero no en el sentido de los narcocorridos machistas, patriarcales y falócratas, ni del pasito duranguense, pues, por eso nos dice el presidente, no estigmaticemos a nadie, no hablemos mal del prójimo porque no debe ser, porque no es justo, y por eso nos ofrece explicaciones futuras sobre la forma como el gobierno ha actuado o dejado de actuar, con la delincuencia organizada y no organizada y el “culiacanazo” famoso, y les dice a quienes no comprenden las dimensiones de su vocación humanista, sois unos cretinos desinformados y neoliberales y racistas y clasistas y ya nos sabemos la lista de las descalificaciones, pero el presidente tiene razón, él está actuando en contra de los factores generadores de la violencia (a saber, la injusticia, la desigualdad, la pobreza y todo el catecismo cuatroteísta), pero si esa acción no se traduce en el fin de la violencia homicida, pues es culpa de ella, porque no entiende la muy cretina y con perdón de la palabra, la realidad es muy pendeja, porque ni comprende ni obedece.
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