Quizá nos hemos acostumbrado y la misma frecuencia de las cosas nos hace verlas con defensiva indiferencia. Cuando uno admite lo desagradable, sabotea su propio desagrado. Así es, ni modo.
No tiene caso estrujar el corazón cuando es más simple, más sencillo alzar los hombros y apurar el paso, voltear la página vulgar y sangrienta de cualquier diario y no reparar más allá de las obviedad.
Decir, vaya, pues, es quizá decirlo todo cuando en verdad deberíamos estar permanentemente atónitos, entristecidos, conmovidos y muertos de miedo.
–¿Cómo hemos llegado a este país de mutilados, de manos cortadas en la venganza de los criminales contra otros pobres cuya identidad ni siquiera vale la pena, cómo seguimos adelante con la noticia de campos repletos de restos humanos en bolsas de plástico? ¿Podemos hacer algo frente a los interminables tiraderos de muertos sin rostro?
Cómo estar alegres cuando se nos habla de pedacería con una naturalidad cuya descarnada condición supera a los eternos fabricantes de “pozole” humano, al afán de los exterminadores finales, a los descuartizadores, a los desolladores, a los carniceros y trituradores de prójimo en cada rincón de México.
Nadie sabe cómo hemos llegado hasta este punto, pero lo más grave, es no saber, tampoco, cómo podemos permanecer en esas oscuras y sangrientas condiciones donde cada vida es una vara simple tronchada por el capricho de un sicario cuya pistola se clava en la nuca del juez y lo derriba de certero disparo como si estuviéramos viendo la “renovada y competitiva” televisión mexicana.
–Señor nuestro, señor de los cielos, rezan los oportunistas y políticamente correctos productores cuya otra mano fatiga las redes sociales en campaña por justicia hacia los 43 desaparecidos y asesinados y pulverizados en Iguala y castigo para un gobierno caricaturizado en las series de narcotraficantes sacralizados tras el ropaje de una creatividad cuyo fin no es otro sino exaltar la odisea de los delincuentes.
Simple y llana apología de la violencia, la droga, la exhibición de opulencias mamarias; la cama ardiente, la alberca excitante, del consumo de todo, la borrachera del poder delictivo, la dulce adicción del asesino…
Pero la otra violencia, espejo de las pantallas nos lleva a un panorama desolador e inhumano en cuya vastedad de nada sirven los llamados de pías organizaciones en pos de la imaginaria justicia, ni las condenas abstractas a la violencia.
No resuelven nada los maniqueos comentarios de esterilidad gubernamental o ausencia de control nacional en un país se le atado y limitado porque no hay un buen mecanismo ni de procuración ni de impartición de justicia, cuando los reos salen a delinquir por la noche y vuelven a la celda en la madrugada para repartir el botín con alcaides y celadores.
No se puede hablar de un sistema penitenciario sin penas, sin reos, sin culpables, sin responsables, en el cual la presunción de inocencia y el sistema acusatorio pueden liberar tranquilamente a cualquiera, sobre todo si hubo fallas en el “debido proceso”, lo cual significa cualquier nimio detalle en el curso de una investigación.
Leamos al azar cualquier diario reciente:
“…hallan en Semefo 400 cuerpos sin identificar; acribillan en San Miguel a una Familia; matan a hombre con máscara de payaso; caen dos por mutilados en Tlaquepaque; ejecutan a secretario de alcalde priista; cerca de mil personas marcharon por las principales calles de Puebla para exigir justicia por los más de 65 feminicidios registrados durante el presente año; Organizaciones y ciudadanas mexiquenses denunciaron que a casi seis meses de que se activó la Alerta de Género para 11 municipios del Estado de México, suman 87 feminicidios registrados en la entidad y en lo que va de 2016 se han encontrado 40 mujeres muertas…
“…Las organizaciones México Suma y Mujeres en Cadena marcharon hoy hacia la sede de la Secretaría de Gobernación (Segob) en la Ciudad de México en la llamada “Marcha de las Cruces” para exigir a las autoridades que se aplique la Alerta de Género en los otros 114 municipios del Estado de México y no sólo en 11…” En fin.
Todo sangra, todo destila dolor, en todo hay amargura y tristeza.
EL LACITO
No importan ni la causa ni el motivo.
Póngase usted un lazo en la solapa, hágase un bonito moño ya sea para pedir la paz del mundo (blanco) o hacer conciencia en la lucha contra el cáncer.
Use siempre el color adecuado; por ejemplo, rosa mexicano si se trata de asuntos de cuidado mamario; naranja si es para advertir cómo se opone usted al maltrato contra las mujeres; azul si le preocupan los niños autistas, verde si es ecologista o ama a los arbolitos; tricolor si se opone (o se oponía) al desafuero López Obrador o de muchos colores si le cae bien la reivindicación de los derechos del mundo “gay”. Hay para todo.
Moñitos y lacitos para cualquier ocasión.
Es un signo de los tiempos, como ese anuncio de bailongo y “guapacha” en el cual, sonrientes, se contonean los funcionarios del sector de la salud.
Bien bailan Narro (SSa), Arreola (IMSS) y Baeza (ISSSTE).
Baile y baile… cuánta felicidad.