En los últimos días en la Ciudad de México, además de vergüenza por la exhibición de primitivismo selvático de quienes tienen como función educar a los hijos de todos, nos hemos topado con el verdadero método de evaluación magisterial. No es necesario el Instituto ya aprobado ni mucho menos un sistema de profesionalización de la docencia: sería necesario primero civilizar a los empleados del más gran de patrón de México, la secretaría de Educación Pública.

Este no es un problema de docencia, ni de instrucción pública, ni de cultura. En todo caso lo sería de incultura nacional generalizada. Es un asunto de supervivencia.

En un país donde no hay empleos, la afiliación sindical, la adscripción magisterial, la plaza, se convierten en el tesoro, primero y en el botín después. Por eso los inconformes lo defienden con uñas y colmillos. Y por eso el gobierno ha cedido en todo y lo seguirá haciendo.

-¿De veras habría servido un método de evaluación en el cual se ofrecen tres oportunidades antes de probar lo evidente: la inutilidad, el paupérrimo nivel de los “maestros” a quienes aun reprobando en varias ocasiones no se les expulsa sino se les “reubica”. Vaya colección de inútiles.

Pero también hemos visto la consecuencia de gobernar con tibieza.

Las instituciones, cuyo nombre orgulloso se pronuncia con reverencia casi mágica en cada ocasión posible, no son tan firmes ni tan inamovibles como su institucionalidad proclamada haría suponer. Cuando una turba asalta su casa; quienes huyen son los agredidos, no los agresores. Quienes entraron a sangre y fuego al Palacio Legislativo de San Lázaro, y golpearon a los policías, también deberían estar en una sede alterna: un reclusorio.

Pero eso no se puede hacer. De inmediato las izquierdas les colgarían la redentora etiqueta de presos políticos y las movilizaciones hallarían un nuevo lema: libertad para quienes padecen injusta prisión, a las víctimas de la “criminalización” de la protesta social, cantaleta eterna con la cual han sacado de la cárcel a toda clase de delincuentes.

Hoy México, en paráfrasis de la chocante cantaleta del no se puede y el sí se puede con cuya frecuencia radiofónica nos aturden a mañana, tarde y noche, es el país de la parálisis complaciente. Nada resulta como debe. Si se deben revisar tres leyes y además resolver sus dictámenes, la complacencia estéril elimina una sobre la cual se sostiene todo el andamio. ¿Cómo puede haber un instituto de Evaluación si no hay una ley sobre cuya base jurídica evaluar? Misterios mexicanos. El país es como el cuchillo de André Breton: un mango sin hoja y sin filo.

A partir de ahí lo demás parece menor. Si en el principio fue la alcahuetería hoy es la vida entre la espada y la pared, pero con un agravante: nadie quiere desarmar a quien blande la espada, ya sea en los asaltos al poder o el golpismo contra el Congreso itinerante cuyos pasos, por ahora son un grotesco remedo de los gobiernos sin sede. Y ya de la pared, ni hablamos. El muro es la realidad, terca, inamovible a cuya sombre vemos cómo crece la flor de nuestro subdesarrollo eterno.

Nada funciona porque los cambios se quieren hacer sin tocar los intereses de las partes. Y así no se puede. Toda reforma afecta intereses. Lo necesario es evaluar cuáles intereses deben ir primero, si los de los grupos o los del pañis. Si pesa más la parte o el todo.

El Presidente nos ha dicho: no tengo otro interés por encima del nacional. Así debería ser.

Y en medio de todo eso el eterno debate cuya solución nadie quiere asumir: ¿de veras se debe respetar el “derecho” de ocupación callejera con los brazos cruzados? No lo creo, pero estoy cierto de algo: cuando la fuerza pública se rehúsa a mostrarse en defensa de la sociedad y se vuelve cautelosa, taimada y contemplativa no cumple con su obligación.

Nadie quiere un baño de sangre pero tampoco una ciudad tomada por el capricho de un grupo, sea de cualquier tamaño.

Y este no es un asunto atribuible al jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera quien vive insularmente rodeado por todas partes de “tribus” perredistas y radicales. Soltar la macana, a estas alturas cuando ya la Policía Federal (¿remember Chilpancingo?) dio muestras de incapacidad, no tiene sentido. La ciudad hace mucho tiempo es rehén de los violentos, de los anarquistas, de los manifestantes diversos, quienes tienen copados los medios y las ONG,s con defensores de una y otra categoría.

No olvidemos el ADN de la izquierda perredista y actualmente gobernante: la pedrea, la marcha, la manifestación; la ocupación de Reforma, del Zócalo. Casi 70 por ciento de los electores del DF votó por el partido del tolongueo clientelista. Ahora no vale quejarse por la proliferación de plantones y campamentos.

Y esto no es sino un ensayo: la verdadera función estelar, el “tsunami” de la provocación, la molotov, el asalto, vendrá con la reforma energética y con el IVA en medicinas y alimentos. No va a arder Troya; va a arder el DF.

A final de cuentas todo es un problema de física: un cuerpo no puede sino ocupar un lugar en el espacio. Dos cuerpos no pueden ocupar ese mismo lugar si uno no desplaza al otro. Existe la impenetrabilidad. También en la política.

Aunque aquí muchos ya han sido penetrados.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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