La FIFA, esa poderosa y omnipotente organización erigida en torno de pelotas y estadios, historias de infinita corrupción y abuso, coordinadora del moderno mercado de gladiadores en calzoncillos, se convierte por un lapso en la verdadera reina del mundo.
Mientras los más ociosos pensadores del mundo contemporáneo se devanan la sesera en torno del anacronismo monárquico en el mundo y la discusión se ubica entre la nostalgia y el respeto por las tradiciones o la irrupción al mundo de la plena igualdad entre los humanos, durante algunos días la FIFA; esa poderosa y omnipotente organización erigida en torno de pelotas y estadios, historias de infinita corrupción y abuso, coordinadora del moderno mercado de gladiadores en calzoncillos, se convierte por un lapso en la verdadera reina del mundo.
En torno de sus fantasías se adhieren los mensajes de los poderes mundiales, ya sea del Vaticano a México o de España a Brasil. El discurso de la FIFA en torno, por ejemplo, del racismo, contra los vándalos en los estadios cuyos gritos imitan los gritos de los mandriles cuando un africano lleva el balón, se convierte en políticas de gobierno, como en Brasil.
En ese país, donde la inconformidad y la pobreza avanzan de la mano, la presidenta Rousseff no halla más inspiración sino el futbol y escribe un lamentable artículo de prensa en el cual se advierte el triunfo del comunismo: puros lugares comunes.
“La “Copa de las copas”, como cariñosamente la bautizamos —dice—, será también la Copa por la paz y contra el racismo, la Copa por la inclusión y contra todas las formas de prejuicio, la Copa de la tolerancia, del diálogo, del entendimiento y de la sustentabilidad (¿?).
“Organizar la Copa de las Copas es motivo de orgullo para los brasileños. Fuera y dentro de la cancha, estaremos unidos y dedicados a ofrecer un gran espectáculo. Durante un mes, los visitantes que estén en nuestro país podrán constatar que Brasil vive hoy una democracia madura y próspera.
“El país promovió, en los últimos doce años, uno de los más exitosos procesos de distribución del ingreso, aumento del nivel de empleo e inclusión social del mundo. Hemos reducido la desigualdad a niveles impresionantes, llevando a la clase media, en una década, a 42 millones de personas y sacando de la miseria a 36 millones de brasileños”.
Tal exhibición de pobreza discursiva –apenas para un noticiario radiofónico—, realmente mueve a risa, si no a la pena ajena. Las cifras sobre la extrusión de la pobreza no corresponden a las manifestaciones en contra del dispendio y la corrupción de los organizadores del Mundial Y cuando lleguen a los Olímpicos, ojalá y Dios los tenga confesados.
Pero el lenguaje del deporte (si fueran lo mismo deporte e industria del espectáculo deportivo por televisión) llega a todas partes y en la Santa Sede el Sumo Pontífice, el papa Francisco, recibe un regalo cuyo gusto por el “fut” lo hará apreciar sobremanera: el presidente de México, Enrique Peña Nieto, le obsequia una playera del equipo nacional. Verde ella, toda teñida con los colores de la esperanza nacional.
Y ya como “pilón” espiritual, pues una figura de la Virgen de Guadalupe, ante cuyo prodigioso auxilio se ofrecen rogativas para ver si de menos el “Tri” gana un suspiro en Brasil.
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