Tal y como hacía el PRI en sus tiempos de poderío, el presidente de la República dispuso la formación de un grupo de distinguidos militantes de su partido para hacerlos desfilar en una pasarela sin sentido: él ya sabe quién será el tercer presidente del PAN designado de manera directa por su incontestable voluntad de jefe del Ejecutivo.
En el desplazamiento de Roberto Gil de dos posiciones clave en la operación política (la bancada azul en San Lázaro y la subsecretaría de Gobernación) no se aprecia sentido ninguno fuera del destino al frente del partido bajo cuya responsabilidad el PAN buscará sucesor, continuidad y redención electoral. O al menos candidato.
Pero algo debe ser tomado en cuenta: las anteriores designaciones del jefe real no han tenido buenas consecuencias.
Germán Martínez (quien siempre estuvo en contra de las alianzas contra natura, a estas alturas la mayor muestra de audacia del calderonismo) entregó cuentas muy tristes y a pesar de su fatuidad empedernida hizo gala de disciplina cuando se fue en medio de un himno de su reciente creación: en el PAN tenemos cultura de la renuncia.
Como si fuera cosa de orgullo saberse decapitado y después fingir una voluntad inexistente.
El caso de César Nava (quien siempre estuvo a favor de las dichas alianzas contra natura) es todavía más complejo.
Si bien firmó documentos comprometedores para la estrategia de su partido (después de pedir permiso) se exhibió como hombre sin respeto a sus compromisos por escrito (tras recibir instrucciones) y nos entregó un caso patético: después de haber “triunfado” con candidatos ajenos en tres elecciones estatales importantes (y haber perdido otras 9) fue removido del cargo con el premio de no enviar a la Contraloría las escrituras de su nueva casa. Caso extraño el de un general desplazado del mando mientras canta sus propias loas a las batallas ganadas.
Pero los plazos se cumplen de manera inexorable y ahora don César debe entregar el mando virtual del partido. El mando real nunca ha sido suyo. En ese sentido se han colocado algunos aspirantes reales y algunos testimoniales como la senadora Judith Díaz de quien no tiene caso ni ocuparse.
En esta ocasión el ejercicio digital (es decir; el dedazo) no será tan sencillo como en los casos anteriores.
Si bien el PAN de FCH se convirtió en una especie de agencia de colocaciones útil para lograr delegaciones federales y gratitudes estomacales (como fue toda la vida el PRI), lo cual facilita el control y la voluntad de los consejeros, hay dos rebeldías muy notables. Ambas alimentadas por el rencor. Dos personas desplazadas (corridas, dicen otros) de importantes posiciones.
Una, el ex secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña cuya salida del Bucareli nunca fue explicada de manera convincente y cuya oportuna audacia de “destapador” no fue suficiente para colmar sus sueños: un sexenio en la antesala del poder y otro adentro.
La otra persona a quien la aguja del rencor le ha picado el calcañar es Cecilia Romero cuya salida del Instituto Nacional de Migración fue un golpe terrible no sólo a su vanidad sino a su bolsillo y al prestigio de su facción en el interior del partido, ese segmento yunquista de padres de familia y activistas disfrazados de organizadores de kermeses pías.
Gustavo Madero es un caso aparte. Anodino y simplón no tuvo recurso más allá de aliarse con Santiago Creel quien a la manera de los habitantes de Macondo no sabe (o hace como si no supiera) cómo las estirpes condenadas a cien años de soledad carecen de segundas oportunidades.
Gil, el último en llegar a la pasarela, tiene –por su parte– algunos puntos en su favor, como si el dedo presidencial no fuera suficiente. Tiene ese mismo sentido de la devoción fanática por Acción Nacional; es irreductible en su cruzada contra el PRI y le tiene odio a todo cuanto huela a tricolor, se llame Manlio, Peña, Moreira, Gamboa, Herrera o como sea. De Andrés Manuel o Marcelo, ni se diga. Sin embargo a la hora de negociar usa la mano izquierda.
En su paso por el IFE demostró cómo pelea con habilidad de samurái y en no pocas ocasiones puso contra la pared a sus adversarios. Maneja un discurso elegante y de rápidos reflejos.
El viernes pasado, en un programa de TV en el cual compartimos la mesa, Juan José Rodríguez Pratts, ex senador de la República (y hasta ex priista) en respaldo de otra candidatura, le dijo oportunista descalificado cuya trayectoria no satisface los requisitos para ocupar ese sitio.
Pero Rodríguez Prats se equivoca con frecuencia. Y al parecer esta será una más.
Ya lo veremos.
OTRA DE ALI
–Alí, ¿Por qué a los intelectuales no les gustan los toros?
–Para estar parejos; los toreros casi nunca saben leer.