Un texto de opinión de Arturo Ramos Ortiz
El actual Presidente de México tiene ya un lugar en la historia, lejos de donde su torpe candidez supone. Su llegada al poder fue la venganza de quienes no lograron casi nada en el impulso democrático del país. Varias veces, en repetidos encuentros, tuve ocasión de escuchar a Lorenzo Córdova argumentar lo injusto que era recriminar al INE que las elecciones, después de obtener un ganador, no se tradujeran en empleo, una vida mejor para los votantes. Estaba equivocado como lo están quienes siguen sosteniendo esa premisa: no fue una gran masa de menesterosos quienes enfurecieron por la desconexión entre bienestar y democracia. Universitarios cuyo esfuerzo académico no se traducía en una vida mejor; esfuerzos por poner un negocio que ni crecía ni quebraba (la anegación en la mediocridad económica); nietos que tenían una vida muy parecida a la de sus abuelos, todos ellos procedían de todas las capas de población. Claro, menos de ese uno por ciento que lo tiene todo. ¿Estaba equivocada esta numerosa población al suponer que era aceptable la destrucción propuesta por el entonces Peje y sostenida por el hoy Presidente de México? No, básicamente el voto era una simulación, no porque alguien se lo robara, sino porque se respetaba para que nada cambie. La vida de quienes estaban integrados a esa masa anegada ya se había jodido, así que decirles que estaban arriesgando el futuro equivalía a nada.
Asumo mi propia condición. Tiene 23 años que no me acerco a una urna. La perspectiva que se me presenta para el próximo año, en el camino normal, es tener a una grotesca Claudia Sheinbaum que difícilmente perdería la contienda. Detrás de ella, Salgado, el jeque de lo peor de Táhuac; Martí, el más impresentable; la personificación de la inutilidad que son Rosa Icela Rodríguez, Delfina Gómez y Ernestina Godoy; la perversidad (este es el problema real) de quienes se escudarán en la torpeza de la doctora, incluyendo al propio expresidente, su esposa y sus hijos, para ejecutar locuras en los días pares y persecuciones en los días nones; aquellos morenistas que suponen que ellos sí pueden controlar al narco acercándoseles, negociando; aquellos que optarán por lo tradicional: negocios turbios para enriquecerse.
Lo que vendrá después es una masa de población capaz de votar por un Bolsonaro o un Putín. El populismo al otro extremo del espectro, más ridículo e inculto. Y más peligroso. ¿Vale la pena ir a una urna en este panorama?
Figuras, personas, individuos, aparecen aquí para completar el panorama del futuro inmediato que, por supuesto, sigue una inercia que no desaparecerá, pero que sí puede ser atenuada o reducida en el tiempo. Dante Delgado, un anciano (inviable para pensar en el largo espectro por eso mismo) juega hoy a lo que hubiera deseado tener hace tres décadas: su partido puede decidir muchas cosas. En primer lugar, lo que pase en la Ciudad de México (último bastión de la resistencia ante el embate populista de AMLO) y su respuesta en este caso es más que tradicional. Bajo las reglas de esa democracia formal, con el voto respetado, sencillamente dirán “así es la democracia” si le ponen en bandeja de plata a Morena la victoria en territorio capitalino al dividir el voto opositor.
Pero, sin duda, lo vistoso del partido de Dante hoy en día gravita en torno a otro individuo, a Marcelo Ebrard. “¿Tiene los tamaños?”, se escucha preguntar en torno a lo que Ebrard habrá de hacer en caso de que se le asigne la candidatura a la sumisa Sheinbaum.
Es decir, ¿Ebrard será capaz de romper con Morena, de montarse en el armado que tiene Dante Delgado preparado como última acción de su vida política?
Es llamativo que para muchos opositores a AMLO, de muchos orígenes, Ebrard represente una primera solución a la encrucijada que se presentó ante la desconexión del voto y el bienestar del votante. No es una solución de fondo a esa desconexión, sino una forma de evitar que la destrucción de instituciones se profundice. Esta premisa no vale sólo si Ebrard va por un partido diferente a Morena, sino también si es el candidato oficial. Ebrard, a diferencia de Sheinbaum que desechó a colaboradores inteligentes de su gabinete para optar por los salgados y los martís, desmontaría el enredo amlista en cualquier caso. De eso parece haber pocas dudas. Y de allí que su futuro cerca de AMLO sea incierto.
Llegado así la boleta, desde cualquier situación, es probable que el voto signifique algo si el nombre de Ebrard aparece en ella, aunque sea como el de una mera contención al enredo en el que nos metimos y no de verdadera construcción de futuro.
La duda queda en lo que Marcelo es y será capaz de hacer. Ya lo veremos.