No importa ahora si estamos o no de acuerdo con la doctrina Estrada o actuamos con superficial apego –o pretexto para la flotación–, a los principios fundamentales de ese documento, tan parchado y lleno de remiendos, denunciado por el presidente quien de paso anuncia la necesidad de la Cuarta Constitución después de la Cuarta Transformación.
Lo necesario ahora es discernir entre cuál de los artículos constitucionales estamos decidiendo, si el 89 (…la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales…) o en el primero, según el cual la vigencia de los Derechos Humanos es la base de todo el resto del texto.
En cualquier caso la protección de esos derechos universales no es el distintivo de la política actual, ni son las manoletinas de la doctrina Estrada la mejor forma de conducirse en este mundo, al menos ante este conflicto frente al cual la mayoría de las naciones se ha pronunciado de manera enérgica en contra del gobierno artificialmente extendido de Nicolás Maduro.
La solución europea, fue, al parecer la más inteligente: convocar a unas nuevas elecciones bajo observación internacional y en caso de negativa, como ocurrió, reconocer al gobierno provisional de Juan Guaidó.
México no reconoce ni desconoce, sólo establece relaciones. Y sostener las actuales con Maduro, lleva implícito el reconocimiento a la legalidad de su gobierno. Otros, como Cuba y Nicaragua, lo hacen también, como los chinos y los rusos. Pero México se cuece en otra olla. O debería.
Por lo pronto el ocurrente diálogo de paz; de negociación (no se negocia con usurpador, dice Guaidó), se ha quedado tan chiquito como Montevideo. Mexicanos y uruguayos beben mate en la soledad de su disparate.
La realidad no los tomó en serio.
OFICIO
Terrible, por decir lo menos, la experiencia de Daniel Blancas en Santa Ana Ahuehuepan. La omnipotencia y la actitud de perdonavidas de los huachicoleros (en este caso groseramente manifestada), en abierta protección del territorio de su impune negocio, demuestra varias cosas, entre ellas la más evidente: la incompetencia de la autoridad para brindar protección y seguridad a la población y evitar poderes supra gubernamentales en zonas de alta incidencia delictiva. Nomás no puede.
Pero por fortuna ya se ha acabado la guerra. Lástima. “Aquí mandamos nosotros”, es el epitafio.
Gajes del oficio, diríamos con verdad.
Pero esos riesgos apenas son naturales en zonas de guerra. Si, como Robert Capa, mueres despedazado por una bomba terrestre en la guerra de Indochina, el accidente resulta algo natural, pero morir a manos de una banda de ladrones de gasolina, a plena luz del día, cuando el gobierno es incapaz de cuidar hasta sus carreteras (ya no digamos levantar un bloqueo de vías férreas), entonces no se trata de un oficio peligroso, se trata de incapacidad gubernamental.
El secuestro de Blancas, las amenazas y los golpes, ocurren cuando con cara compungida, el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas nos informa de una comisión (otra comisión), para buscar desaparecidos y nos habla de 40 mil personas esfumadas. Además de miles de restos sin identificar.
Si el gobierno no puede con los vivos, menos podrá con los muertos. Esa comisión va rumbo al fracaso.
Y como augurio de la poca seriedad con la cual se quisiera conducir esa nueva institución, están las palabras de María Isabel Jiménez, criminóloga ella, abogada y quien sabe cuántas cosas más, cuya idea genial es impedir la donación automática de órganos; hablar de un país “fosado” (lindo neologismo para acusar abundancia de fosas), y usar maniquíes en lugar de cadáveres en las escuelas de medicina.
Si esta pobre mujer (intelectualmente pobre, quiero decir), hubiera vivido en Amsterdam en 1632, Rembrandt no hubiera podido crear la genial lección de anatomía del doctor Tulp, una de las obras, más grandes de la pintura universal para cuya composición fue usado el cadáver de un asesino ejecutado en la mañana misma del trazo inicial de la obra.
Las lecciones de anatomía se daban en el duro invierno y pocas veces al año y para ofrecerlas, los cirujanos pedían el cuerpo de un criminal recientemente ejecutado.
Puras ocurrencias hijas del ocio, doña Chabelita.