Con su melodiosa entonación andina la arquitecta Myriam Urzúa, directora general de (ándale), Gestión Integral de Riesgo y Protección. Civil de la Ciudad de México, nos dice oronda y satisfecha: la ciudad esta mejor protegida ante eventos sísmicos de alta intensidad (pues claro, los de nula intensidad no requieren protección), porque la capacidad (burocrática) de respuesta ante una catástrofe telúrica es de 20 minutos.
–Qué lindo, arquitecta.
Uno podría pensar lo contrario: la ciudad está mejor protegida ante los sismos porque sus edificios y casas, han sido rigurosamente inspeccionados con la frecuencia del caso (no como el Colegio Rébsamen, por ejemplo), y tenemos la certeza de una resistencia estructural a pesara de terremotos de 7.5, por decir algo.
No, aquí estamos más seguros porque hacemos simulacros y porque les hemos dado 100 mil cursillos de capacitación a otras tantas personas. O sea, les hemos enseñado a reaccionar; no a evitar.
La única forma de evitar las consecuencias de los movimientos sísmicos, hasta donde eso es técnicamente posible, es mediante la firmeza y resistencia de las construcciones. Hacer edificios a prueba de sismo; no edificios para saber cómo salir corriendo de ellos ante el temor de vernos sepultados por sus losas.
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Todas estas payasadas de los simulacros, ultra o mega, no son nada más allá de la burocrática forma de perder el tiempo.
Nunca en la vida se ha caído ni una hoja de papel con el simulacro. Pero sí se ha dado el caso (ocurrió en un día como ayer, con todo y la inútil alerta sísmica y el más inservible ensayo de evacuación), de un macro sismo mortal para cientos de personas.
Pero como esta ciudad ha sido maquillada con el concepto de la “innovación”, ahora “gestionamos” los riesgos. No los evitamos; tampoco los superamos, los “gestionamos”, como si fueran trámites.
Ignoro si la doctora o maestra Urzúa tenga otra definición, pero gestionar significa naturalmente, administrar, aunque también es “un cuasi contrato que se origina por el cuidado de intereses ajenos sin mandato de su dueño”.
Así pues, los riesgos se administran o se cuidan como intereses ajenos al mandato de un dueño. ¿Quién será el propietario de los riesgos?
Pero vayamos más allá de estas disquisiciones gramaticales.
En lugar de hacer simulacros y presumir una coordinación burocrática de “ganaquincenas” con chalecos de colores, deberían reconstruir con rapidez. Ayer mismo, mientras se les iba la baba con la convocatoria al orgasmo fingido de la protección civil, se hablaba todavía de las personas cuyas viviendas no han sido puestas nuevamente en servicio en el condominio de Tlalpan, por ejemplo.
La política centralista en México, motivo de nuestro federalismo fracasado, ha llevado esta idea de los simulacros sísmicos a lugares donde no se necesitan. Lo de ayer de Acapulco es de carcajada.
Estaban todos muy contentitos y vino la mecedora de cuatro grados. Pero igual pudo haber sido de siete u ocho. Y todos señalando la ruta de evacuación cuando algunos ya de plano habían evacuado. En varios sentidos.
“Queremos una ciudad segura, preparada, y para ello –dijo la gestora urbana de los riesgos y la protectora civil–, debemos tener corresponsabilidad. El sector privado y social, deben hacer su tarea.”
Yo se la cambio, doctora, mejor nosotros les pagamos para lograr la responsabilidad de ustedes en las tareas encomendadas al gobierno. Por si no lo sabe, se les paga por gobernar; administrar y evitar peligros, no para darnos explicaciones sobre la utilidad de un Atlas de riesgos (he visto como 14 de estos y nadie elude el peligro ahí señalado) y una protección civil presente sólo cuando ya han ocurrido las tragedias.
Pero cada 19 de septiembre es la misma cantaleta. Y hace cuatro años, el sismo les cerró la boquita.
El simulacro es, como decía el gran Renato, una forma de lograr “la dicha inicua de perder el tiempo…”
Maestro donde pone el ojo pone la bala…