Con todo su anacronismo no son algo olvidado en el mundo y la apabullante muestra de su vigencia es el poderoso Estado Vaticano.
Una de las descalificaciones más frecuentemente empleadas por los intelectuales orgánicos al servicio del poder de occidente, en especial contra las repúblicas islámicas o islamistas, consiste en negarles toda viabilidad en los tiempos excluyentes de la unipolaridad como consecuencia de su fundamentalismo. O sea de su dogma, como si cualquier otro pensamiento religioso no fuera en el fondo una imposición dogmática.
Sin embargo y en modosa paradoja miran con benevolencia al monje tibetano “light” cuya auto denominación de sabiduría oceánica es tan atractiva como la decoración de una suite acapulqueña bajo los dictados del feng shui.
Las teocracias, con todo su anacronismo no son algo olvidado en el mundo y la apabullante muestra de su vigencia es el poderoso Estado Vaticano cuya fuerza depende la infinita docilidad de una grey internacional a la cual se ha educado por siglos para confundir (como diría Gabriel García Márquez,) el culo con las témporas.
En la santa sede conviven una red mundial de impresionante capacidad organizativa en lo político y lo financiero, y el ejercicio religioso de mejor y más amplio contenido publicitario del planeta.
En México, el Partido Acción Nacional, un producto de la doctrina social de la Iglesia (en el mejor de los casos) no nos ha traído la democracia prometida a lo largo de casi una docena de años tan pesarosos como las estaciones de la vía crucis, pero sí nos coloca paso a paso en los límites de una “teocracia”; es decir, el gobierno de los eclesiales en nombre de una divinidad inalcanzable, invisible y desconocida.
Como esta columna no tiene derecho de lucubrar, prefiere citar las palabras de los hombres —y mujeres— del poder. Ya el lector podrá colegir si nos acercamos o no a la “democracia teológica”.
En el análisis de su quinto año de gobierno, el presidente Felipe Calderón tomó bíblica inspiración y nos comentó cómo han asolado a la patria problemas como si nos hubieran azotado las plagas de Israel (bueno, mejor las de Egipto) y nos dijo:
“(Lo importante…) “es no arredrarse, porque Dios sabe porque hace las cosas, Dios sabe porqué a algunos nos llama a enfrentar determinadas circunstancias y nos llama a exigirnos a que pongamos nuestros talentos e incluso debilidades en juego… ha habido aciertos pero también se han cometido errores, pero yo sé que vamos a salir adelante”.
De ese momento en adelante toda capacidad crítica de la realidad nacional se topa con el designio y la prueba divinos. Cállese y cargue su cruz, diría el maestro de la primaria.
Por esos días se anunciaba jubilosamente la llegada del jefe del Vaticano cuyo nombre pontificio es Benito XVIº (Benedicto en latín macarrónico) para respaldar el proyecto inconcluso de la derecha (persistente desde el siglo XIX), en materia de educación confesional y abolición del laicismo estatal.
Al Papa, lo había invitado el Presidente en una visita al Vaticano (mayo 2010), al tenor siguiente: “allá están sufriendo mucho”.
“Permítame extender la invitación de los mexicanos quienes están sufriendo mucho por la violencia (…) ellos lo necesitan mucho, más que nunca. Estamos sufriendo… Voy a dejar una carta con el secretario de Estado para la invitación. Estaremos esperando por usted”.
En estos párrafos se notan rasgos de teocracia: si el poder terrenal no puede contra los designios de la divinidad, hablemos directamente con su representante. Es la vuelta al dominio de los magos y los hechiceros.
Otro rasgo del teócrata es su imaginaria relación y en algunos casos interlocución directa con el Dios siempre invocado como respaldo moral e histórico de su obra. Uno de los ejemplos más sangrientos de esta patraña fue el originado por los delirios post alcohólicos de George W. Bush, cuyas conversaciones con Dios se convirtieron en las órdenes acatadas para invadir Irak y asesinar a miles de inocentes.
En el caso mexicano, no tan dramático ni de las mismas características, quien parece vivir en ese mundo de misteriosos lazos entre el poder político y el celestial es Roberto Gil, a quien no se le puede adjudicaran nada más un infinito servilismo cuando atribuye públicamente la Presidencia del señor Calderón —hasta donde se sabe un mortal como cualquiera—, como un “préstamo” de Dios.
Aquí se da otra característica de la teocracia: la condición de pueblo escogido para recibir la derrama de dones infinitos. Nada más a nosotros nos lo ha prestado. Por eso el lema guadalupano es una especie de consuelo contra las desventuras terrenales y no permite ni siquiera un asomo de queja: “non fecit taliter in omni nationi”.
El lema en latín es una frase bíblica, utilizada para asociar el sincrético culto desde 1754.
Con lo excepcional de la mexicanidad religiosa y explica cómo tal prodigio protector no se concedió a ninguna otra nación del mundo; o sea, el milagro nos define, distingue y excluye de los demás. Somos celestialmente superiores. Terrenalmente, pues mejor ni hablar.
Por eso el guadalupanismo (¿Guadalu-PANismo?) preelectoral del señor Presidente no es nada para extrañar. Se presenta a los pocos días del gancho al hígado a la Constitución por una parte del Congreso para abrirle más las puertas al clero politizado, y se confirma en estas conyugales palabras de la señora Margarita Zavala leídas en el nombre de su familia durante la Jornada Nacional de Oración por la Paz en el Tepeyac.
“Te pedimos señor por nuestro querido México. Dale la justicia y la paz que tanto necesita. Toca con tu amor el corazón de los violentos… protege a tu pueblo y llévalo de la mano…”
Es mensaje, leído desde el presbiterio de la Basílica de Guadalupe es otra forma teocrática de comprender la realidad: la solución de nuestros males (o al menos su complemento) está en el reino celestial está en los cielos.