Sería absolutamente injusto, además de amnésico a impreciso salir a estas alturas con las imaginarias bondades y excelencias de la ciudad de México en los años anteriores. No todo tiempo pasado fue mejor. Al menos no en este suelo podrido desde su fundación realizada, si nos atenemos a las crónicas, sobre una montaña de cadáveres pestilentes; dioses asesinados y pirámides y canales llenos de sangre; entre la idolatría indígena y la teología de la colonización.
Por eso Cortés se fue a vivir a Coyoacán, mientras los miasmas se disipaban un poco.
Conforme la ciudad ha ido creciendo lo ha hecho también el imaginario motivo para cantarle loas interminables. Mentira, aquí nunca hubo grandeza mexicana ni nada parecido así los bardos se hayan fatigado de soñar cursis maravillas inexistentes. Ha sido siempre la capital de un país pobre y de gente explotada, siempre al borde la inundación; llena de miserables, ladrones y mendigos.
Sin embargo aquí habitaba la esperanza.
Siempre supusimos un buen futuro libre de inundaciones, con agua potable, con buenos gobernantes, con una vida segura. ¡Ay! qué tiempos señor Don Simón. Hoy, cuando aquel futuro imaginado se ha convertido en la horrible realidad cotidiana, nos damos cuenta de lo endeble de los proyectos y los anhelos.
Pensemos un poco.
Hace años, cuando esta ciudad estaba gobernada por el Presidente en turno cuya responsabilidad se ejercía a través de un Departamento al frente del cual estaba un hombre de su confianza, le adjudicábamos todos los problemas a un sistema político para el cual éramos menores de edad sin derecho a escoger a nuestros administradores y gobernantes. Un poco el mismo camelo con el cual ahora se nos arrulla para fomentar los afanes reeleccionistas.
Creímos entonces –-o nos hicieron creer–, en las virtudes taumatúrgicas de la “democracia representativa”. Escoger a nuestros alcaldes, diputados y a nuestro gobernador, nos iba a llevar a una ciudad ordenada y pacífica, con buenos servicios públicos con orden, con empleo (en algo distinto más allá de la franela); con buen transporte; dotada de agua y sin basura; calles pavimentadas y servicios sociales suficientes y eficientes.
Y entonces –tras un terremoto terrible–, se apareció el Partido de la Revolución Democrática y el caos se convirtió en la norma.
La rapacidad no desapareció; se multiplicó. La ciudad se volvió campo de batalla entre las tribus y paso a paso vino la proletarización capitalina. El Distrito Federal, cuya realidad nunca la llevó a ser una ciudad moderna (como Berlín, París o Londres) se parece cada día más a La Habana. Pronto será idéntica a Port au Prince o Kigali, capital de Ruanda.
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El incidente sangriento de Salvador Cabañas no tendría mayor significado si no fuera por las dimensiones a donde los medios lo han llevado y por los “hallazgos” posteriores.
A fin de cuentas fue una pendencia burdelera y no ha sido el PRD el inventor de la prostitución ni el responsable de la conducta de un “narcopadrote”. Tampoco es el gobierno culpable por la indebida portación de armas. Mucho menos de la vida nocturna a deshoras.
Eso ha ocurrido siempre. No se necesita ser “Guty” Cárdenas para vivir siempre a las puertas del Salón Bach.
El problema surge cuando a causa de este escándalo se revelan cosas ya sabidas y padecidas: la ineficiencia generalizada como distintivo. Un gobierno cuya estrategia es ofrecer “programas” ante cada una de las contingencias solamente confirma su habilidad para salir de los atolladeros mediáticos sin tener una fórmula real de administración pública.
¿De dónde salen administradores los líderes de banqueta y mercado; invasión y acarreo del PRD?
Se nos dirá, de donde salían los del PRI. Pues sí, pero a esos ya los quitamos hace muchos años y las cosas van peor. Aquellos no nos habían ofrecido una política de izquierda, preocupada por los ciudadanos.
Esos eran como sabemos. Estos salieron peor de como sabíamos.
Y en esta generalización (con pocas excepciones) se hallan también los delegados panistas. Pandilla vil. ¿No recicló el PRD al delegado Aboitis de Miguel Hidalgo, acusado de tantos abusos atropellos e inmoralidades como Gabriela Cuevas, su “impecable” sucesora?
Y ya no hablemos de aquellos sainetes de Carlos Ahumada en cuya regadera de excrecencias todos (y todas) salieron embarrados y apestosos (con distinto aroma al de las rosas), incluyendo al delegado entonces de Álvaro Obregón, Eduardo Zuno Chavira quien fue a conocer el reclusorio por un contrabando de armas transportado en el avión del empresario.
Pero este incidente –donde las balas cambian de calibre; los sospechosos ya estaban presos y el enredo se acentúa como en el primer Reality Show de la PGJDFG; la «Chiva y los chivatos– ha mostrado todas las ineficiencias y raquitismo de la administración del DF. No hay dinero dicen pero se lo gastan a manos llenas en la escenografía. Conozco casi a todos los funcionarios y nunca los he visto solos: todos viajan con séquito. Camionetas y camionetas; de Sudáfrica a Davos, Pekín o Nueva York.
Por ejemplo, ¿cómo se explica el incidente a la luz de la insuficiencia de “verificadores delegacionales” de reglamentos y giros mercantiles cuando el propio gobierno central sale con la batea de un Instituto de Verificación centralizado? Si este instituto era tan necesario como dicen, entonces hemos vivido cuántos años sin contar con el servicio, ahora centralizado y prometido. Con razón.
La invención de estos adefesios tiene resultados conocidos: nada.
Y si es necesario ofrecer otro ejemplo, pues aquí hay uno: el Instituto del Taxi. Ni perduró, ni resolvió absolutamente nada. El transporte de autos sin ruta fija se quiso resolver mediante la estúpida idea de pintarlos de rojo y dorado con alitas en las portezuelas.
Ese después, claro, de un reemplacamiento oneroso y a medias y la reutilización de VWs de dos puertas cuando la norma invocada ordena cuatro. Hoy el servicio no es mejor de cómo lo padecíamos hace años pero la industria del transporte sigue financiando campañas y fondos previsores para futuras campañas. Antes se creaban comisiones; ahora institutos. De cultura, de la Mujer; de cuanto haya para darle chamba a las tribus.
Es la forma de tomar en cuenta al ciudadano: contarle cuentos.
Pero ¿tiene sentido escribir de esto? ¿Vale la pena llover sobre lo mojado? ¿Habrá alguna recompensa ante los abusos y corrupción de los perredistas en el gobierno? Seguramente no.
Todo esto guarda relación con el premio Rey de España a Juan Villoro. ¿Cómo? ¿De dónde sale esto?
Debido a unas líneas del texto por el cual los Borbones lo han premiado. Villoro escribió “La alfombra roja”, un breve ensayo sobre el clima de violencia nacional asociado a los cambios políticos. La alfombra se refiere a una exposición célebre hace años (“Navajas”) en la cual la artista Rosa María Rojas, sinaloense, exhibió en una instalación la sangre auténtica de los ejecutados y “encobijados” por el narcotráfico en el norte de México.
Su lectura lo explica todo:
“Terminado el monopolio del PRI, los códigos de la impunidad se disolvieron sin ser sustituidos por otros. ¡Bienvenidos a la década del caos! A ocho años de la alternancia democrática, México es un país de sangre y plomo. El predominio de la violencia ha disuelto formas de relación y protocolos asentados desde hacía mucho tiempo. Los medios de comunicación ampliaron su margen de libertad, pero trabajan en un entorno donde decir la verdad es progresivamente peligroso.
“De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México ha superado a Irak en número de secuestros y asesinatos de periodistas. En este nuevo escenario, los sucesos se confunden con simulacros. Un ambiente de naufragio donde la ausencia de principios se disfraza de pragmatismo o medida de emergencia.
“Los trueques son los de una mascarada: el clero apoya al PAN en Jalisco y recibe a cambio una limosna inmoderada; el sindicato de trabajadores de la educación (el más grande de América Latina) ofrece más de un millón de votos a Felipe Calderón y obtiene puestos en áreas de gobierno tan decisivas como la seguridad nacional; los monopolios hacen una guerra sucia en los medios durante la campaña presidencial de 2006, presentando al candidato de la izquierda como «un peligro para México», y reciben un trato que elimina la competencia.
“Al modo de los Cuatro Fantásticos, los Poderes Fácticos gobiernan en la sombra. La impunidad no desapareció cuando el PRI perdió la presidencia; se dispersó en medio del desconcierto”.
NEGRITUD
Conocí al senegalés Leopold Sedar Senghor, el poeta de la negritud. Hombre de extrema finura, de talento polírico y literario. La «negritud» era su fiolosofía.
¡Mujer desnuda, mujer negra/ Vestida de tu color que es vida, / de tu forma que es belleza!/ He crecido a tu sombra; / la suavidad de tus manos vendaba mis ojos. / Y en pleno verano y en pleno mediodía, / te descubro.
Cómo suenan estos versos junto a las estupideces del diputado Ariel Gómez León (perredista, como debe ser) quien conduce un programa radiofónico de “chunga” en Chiapas (Grupo Radio Digital) en la mejor escuela de los Esteban Arce y bufones de igual estatura mental e intelectual.
«En los medios como la televisión observamos la cara de la gente (en Haití) cuando les reparten ayuda, no son caras de necesidad, mas bien de abusivos insaciables… como todos son negros y se parecen tanto, habría que marcarlos con una tinta indeleble para que no se les repita la ayuda; la tinta tiene que ser blanca porque la que usa el Instituto Federal Electoral (IFE) no se les notaría por ser tan negros… »
Como Vicente Fox en sus mejores días cuando se refería al os haitianos como muertos de hambre
Ahora Jesús Ortega (como si lo acabara de conocer) pide la expulsión del diputado coleto. No será así.