En los días recientes, y en general cuando algunos políticos quieren ensalzarse a sí mismos a través de la historia (mal contada y peor escrita, como decía Octavio Paz, la mitad con tinta invisible), se elogia la enorme cultura del pueblo mexicano.
Y cuando uno voltea a su alrededor, no encuentra nada, o casi nada; entre los objetos cotidianos, proveniente ni de nuestra cultura ni del pensamiento original de algún genio mexicano. Ni el reloj, ni el horno de microondas, ni la televisión por cable, ni el satélite de telecomunicaciones o el avión; ni el mundo digital, ni la pila de la lámpara; tampoco inventamos el bombillo ni el LED; nada supimos del teléfono o la rotativa o los rayos X, los tomógrafos, los bolígrafos, los respiradores artificiales, los corazones mecánicos o los aparatos de aire acondicionados.
Llevo horas escuchando música a través de un aparato digital conectado por internet, mediante una aplicación a un teléfono inteligente. Ni el teléfono, ni la internet, ni la música misma son mexicanos.
Tampoco lo es mi computadora, ni la televisión. Tengo un automóvil de patente alemana. Otro de fabricación japonesa, aunque haya sido ensamblado en Aguascalientes.
Ni modo, en la historia tecnológica del mundo unos inventan la rosca, el tornillo y la tuerca. Otros las aprietan. Unos diseñan autos de alta tecnología y otros los arman, como los trenes del Metro o los Hay quien llega a la Luna y hay quien hace cofres aromados, pintados y decorados bellamente, de madera de Olinalá.
Nosotros hacemos alebrijes y tenemos los murales de Diego Ribera. En Roma tienen los frescos de Miguel Ángel; en Florencia el David y en Madrid el Guernica. Cada quien con su cultura.
Sin embargo la cultura humana es un todo y de ese todo formamos arte. No importa si llegamos tarde al banquete. Lo extravagante es infundirle a esa cultura –a veces folclore, a veces uso y costumbre, mitología en ocasiones, superchería en otras–, poderes curativos y protectores.
Como parte de las lecturas de estos días de encierro, me decidí a terminar la magna obra de Peter Watson llamada “Ideas. Historia intelectual de la humanidad.”
Tiene mil 420 páginas y su única referencia a México es desoladora. Mientras habla de los esplendores del Islam, el Renacimiento; los egipcios, los babilonios, griegos, asirios y demás; en tanto le dedica páginas y páginas al sistema de autoridad del magisterio en China o la cultura del Indostán, de este país sólo hay un dato:
“…En México –dice– , se sacrificaban niños para que sus lágrimas provocaran la lluvia…»
Yo ignoro de donde proviene esa afirmación y si los “tlaloques “(quienes al llamado de las ranas rompían los cántaros celestiales y derramaban el aguacero bienhechor), estaban asociados con el sacrificio infantil. Pero como sea, la idea se parece a la justificación sobrenatural de la muerte a filo de obsidiana: alimentar al sol con la sangre de los hombres. Pura magia primitiva.
Es una idea tan absurda como si alguien se le ocurriera en el siglo XXI, hacer un agujero en el suelo selvático, y pedirle permiso a la Madre Tierra para hacer una vía de ferrocarril.
La cultura, en un sentido antropológico es una suma, no un espejo retrovisor. Quienes defienden la cultura actual de México y la quieren expresar a través de la ciencia de los mayas, por ejemplo, cuya astronomía y arquitectura fueron sorprendentes, nos pone en el punto de olvidar el presente. Los vestigios no crean. Cuando mucho ayudan a entender el pasado, pero si la continuidad queda trunca, como ocurrió con la desaparición de aquellos creadores, entonces tenemos un museo, no un vecindario.
La exaltación de la parte indígena mexicana, como si sólo fuéramos esa mitad o esa mitad fuera la única importante en nuestro mestizaje, es además de miope, cursi y equivocada.
Por eso no entiendo cómo se invoca la cultura de los extintos o los vencidos, como una fórmula protectora.
“…Vamos a enfrentar circunstancia especial, esta epidemia.
“¿Dónde está nuestra fortaleza?
“En nuestro pueblo y en su cultura.
“¿Qué no han resistido los mexicanos en su historia?
“Todo: invasiones, inundaciones, terremotos, epidemias, gobiernos corruptos y estamos de pie.
“Lo mismo ahora, vamos a salir adelante, hay que tener fe en nuestro pueblo y actuar de manera consciente, no caer en la desinformación…”
Si se hunde nuestra Armada Invencible, es culpa del clima.
Hasta ahora yo no entiendo el elogio de la resistencia. Ni del pueblo, ni de la cultura. Seguramente por mi incultura.