De un tiempo a esta parte todo en este país queda englobado en el viscoso, amplísimo, equivocado, concepto de cultura.
Si un señor, como decía Rafael Segovia, mete los dedos en la sopa, se muestra su carencia de cultura en la mesa, lo cual no es sino barbajanería o mala educación, simplemente, como chuparse los dedos con fruición deleitosa mientras los demás comen. No es poca cultura, es poca madre, en el sentido de no haber tenido una buena señora cuya enseñanza se prolongara con el paso de los años.
Se pide, por otra parte, una cultura de respeto para los ciclistas, pero nadie les dice a éstos cómo respetar a los demás ni cómo en los países europeos donde se usa mucho el biciclo y cuya invocación es frecuente y ejemplar, los pedalistas deben ser los primeros obligados a respetar los reglamentos y la urbanidad. Urbanidad es, aprender a vivir en una ciudad, no en un pueblo globero y bicicletero.
Pero en donde quizá más se use esta generalización sobre la cultura es en el tema, tan notable en el mes de septiembre y sus sísmicas memorias.
¡Ah!, cómo se llenan la boca los burócratas de la protección civil con eso de la “cultura de la prevención”, cuando en todo caso podría ser una estrategia preventiva.
Este 19 de septiembre se perdieron horas y horas de trabajo en los simulacros. Esos orgasmos fingidos de la corrección administrativa. Sonaron las alarmas, dejaron las gordas secretarias sus catálogos de Andrea y algunos más suspendieron la ingesta de la torta de queso de puerco, para salirse de “la junta” (tan inútil como el simulacro mismo) y reunirse donde se había señalado y fingir una seguridad a prueba de derrumbes entre bromas, chacoteos y chistes bobos.
Y otros más salieron a las calles.
Hasta el día de hoy no se sabe de una sola vida salvada por restos recursos de sismo fingido. El efecto de los terremotos, cuando son dignos de tan estrepitoso nombre, no ser anula mediante la fórmula de no corras, no grites, no empujes. Ni siquiera en las escuelas.
La única forma de disminuir las con secuencias de su macro sismo es mediante la ingeniería aplicada. Los edificios bien construidos no necesitan fórmulas de evacuación porque hay necesidad de evacuar. Lo bien edificado no se cae. Punto.
Y construirlo bien significa también edificar donde se debe y no donde el suelo es un riesgo doble o triple cuyo aprovechamiento es posible solamente mediante una muy costosa cimentación profunda y elástica, como bien saben los ingenieros mexicanos.
Ocurra cuanto ocurra, venga un sismo de la fuerza posible, hasta los ocho y quizá nueve grados, no se vendrán abajo los edificios especialmente pensados para soportar esas cargas, como el WTC o las grandes torres de Reforma.
Ahora si el sismo es mayor, entonces ya no tiene caso pensar las consecuencias. Todo se irá al carajo.
Se caen los tugurios y no tanto los echa abajo el sismo como la terquedad. La “Protección Civil”, tan presente cuando ya han ocurrido las tragedias debería servir para echar abajo lo riesgoso y construir sobre seguro. Eso sería proteger, no poner cintas amarillas cuando ya se cayeron las vecindades.
Los simulacros son enteramente inútiles porque les falta el ingrediente del miedo real y el pánico fácil. Esa es una fuente de accidentes asociados al temblor. Por eso, para hablar con la seriedad de la ciencia, no del oportunismo burocrático de foto y anuncio, vale la pena esta reflexión publicada ayer en CRÓNICA:
“…El doctor Cinna Lomnitz, ingeniero, geofísico y experto en mecánica de suelos…. detalló los diferentes niveles de riesgo que se han descrito en los suelos del Valle de México…
“…Hay una zona que es la más peligrosa, que es la que ocupaba el antiguo lago; es la zona de toda la parte baja de la ciudad, y el movimiento es más o menos 5 veces más que lo que se percibe aquí arriba, entonces ya es muy considerable la diferencia; yo diría que en el caso del 85, prácticamente todos los daños fueron en la zona 3 que es la que dominaba el lago, la zona 3 es la zona de subsuelo acuoso, muy blando, es lodo; y la zona alta, que serían las Lomas por ejemplo, o la misma Ciudad Universitaria, son terrenos muy duros y no pasa nada, no hay daños serios y de ninguna especie…”
La cuestión sísmica no necesita “cultura” en el sentido de apariencia: necesita ciencia y tecnología; selección adecuada de los asentamientos, cumplimiento de las reglas de construcción, respeto por la lógica sin casas en barrancas y laderas susceptibles, además, de desgajamientos y deslaves.
Mejores edificios mejores materiales y en eso, por fortuna se ha avanzado notablemente. La ingeniería contra la demagogia.