Hace apenas unos días los mexicanos vimos una extraña mezcla en el coro discordante de una manifestación callejeara cuyos motivos nunca quedaron del todo claros. Si por una parte un grupo de la sociedad civil pedía expresar masivamente el rechazo a la mala política del gobierno de Estados Unidos; otra buscaba quejarse públicamente por la corrupción del gobierno mexicano.
Ambas cosas son inmunes a las manifestaciones. Podrán marcar miles y aun millones y la realidad no se verá modificada por la vehemencia de sus quejas. Ni en un caso ni en el otro.
Por cuanto hace al ”trumpismo” ya hemos visto los efectos de gritar por las calles. Cuando miles de mujeres lo hicieron en Estados Unidos (no en Avenida Juárez ni el Hemiciclo de las “selfies”) sino en las grandes ciudades americanas el déspota presidente les preguntó con cinismo vencedor: ¿y por qué no votaron en mi contra?, lo cual significaba otra cosa:
–Eso creen ustedes pero quien es me llevaron a la Casa Blanca piensan distinto y esos son los valiosos; ustedes no”.
Las expresiones de rechazo y repudio, queja o lamento, son escenográficamente impresionantes pero pocas veces ofrecen resultados instantáneos. Ayudan a formar una conciencia sobre los asuntos sobre los cuales se pronuncian en tono de censura, pero hacen falta muchas cosas más para modificar la realidad, porque en la política, ésta sólo cambia desde las posiciones de fuerza, de poder. Así sea, a veces, un poder civil.
Así pues se da con el mazo en busca de la ayuda de Dios y se incurre en la insistencia, la resistencia y la paciencia. Muchos derechos civiles fueron conquistados a partir de expresiones masivas en las calles; pero nunca una marcha contuvo los ejércitos de otra nación decidida a invadir, atacar o guerrear contra el vecino, como es el caso actual entre México y los Estados Unidos, así la guerra del sajón insolente sea mediante la persecución de emigrados mexicanos; estudiantes y residentes con papelería incompleta o en franca hostilidad el sabotaje a inversiones foráneas de sus empresas o un cerco aislante en la frontera del sur. De su sur, donde comienzan el español y la pobreza étnica y económica.
Pero si una manifestación en contra de algo tan concreto como una actitud ventajista, excluyente, de agravio y hostilidad comercial y económica es notablemente comprensible y hasta necesaria, pues se trata de una actitud localizada, las marchas contra la corrupción resultan un tanto vagas.
La corrupción en México o es algo endémico. No es una conducta propia ni mucho menos exclusiva.
Apenas en estos días hemos hablado todos del caso Undargarín, el cual ha colocado en la banca del acusado a toda la monarquía y la justicia se haya tomado ciertas libertades indulgentes en cuanto a la Infanta (bastante crecidita, por cierto), doña Cristina. Corruptas las prácticas del cuñado del rey y silenciosa la obvia complicidad de la Infanta.
Y si uno levanta el tapete en cualquier país del mundo se halla de pronto con la coima, el arreglo por debajo del agua, bajo cuerda, a trasmano, en el atajo facilitador. Eso sucede en todo el mundo y en todas partes se alzan voces para denunciarlo, castigarlo o al menos prevenirlo en el amplio sendero del futuro. Y en todas partes se trabaja.
Hoy en la ciudad de México hay un escándalo más propiciado por la adjudicación irregular de obras en la delegación Cuauhtémoc, denunciado por una organización civil llamada ”Mexicanos contra la corrupción”; cuyo origen resulta suficiente para la defensa de Ricardo Monreal quien asume la actitud de quienes han hallado esas irregularidades zacatecanas, con favores a la familia del jefe delegacional, como parte de una embestida política contra Morena (orquestada por Claudio X. González, dice) para frenar las posibilidades de éxito electoral en el 2018 las cuales son amplias y le harían quedarse con el control de la ciudad de México, ahora en manos del agónico y deshilachado PRD.
Los denunciantes de la corrupción estarían corrompidos por la truculencia del disimulo de sus reales motivos, mientras los hechos denunciados pierden valor (según se vea) porque son materia de empuje político en una guerra sucia o limpia, de carácter preelectoral. La mafia del poder contra la pureza administrativa. Y no se trata ni de lo uno ni de lo otro.
Al menos eso me ha dicho Darío Ramírez, coordinador de esos mexicanos contra la corrupción, quien expone sus investigaciones periodísticas como parte de una labor de responsabilidad civil y participación ciudadana. Santo y bueno.
Algún día todos seremos inspectores de todos y alzaremos altares con la efigie de Arne Aus den Ruten.
Pero la moda actual, se desliza sobre esas dos vías: por una parte luchar contra Trump y la otra combatir la perversa corrupción. Los políticamente correctos han hallado causas incontrovertibles: los migrantes (“Juntos podemos”, la fundación de Josefina Vásquez Mota es un ejemplo sobre el cual se debe volver) y la anticorrupción, empeño en el cual ya se cuenta hasta con n una entramado institucional llamado Sistema Nacional Anticorrupción cuya utilidad se le podrá untar al queso.
Las cosas podrían ser más simples: si somos sensatos sabremos distinguir entre legalidad y corrupción. La primera es actuar de acuerdo con la ley. La segunda es buscar caminos torcidos para no cumplirla y beneficiar al transgresor mediante la complicidad, el disimulo y la impunidad. A veces de una en una, a veces todas estas cosas juntas.
La corrupción se da cuando se viola la ley y el remedio de este sistema anticorrupción, con sus fiscalías y sus consejos, comités ciudadanos (¿dónde estas Robespierre?) y demás complementos, es hacer una ley para cumplirla ésta sí, cuando se ha visto el fracaso en acatar las otras.
En el caso de la fundación de Josefina Vásquez Mota, la Auditoría Superior de la Federación ha dicho cómo se aplicaron los cuantiosos recursos asignados desde el gobierno (900 millones de pesos, cien millones menos de los destinados a la emergencia consular de la era “post Trump”) y no ha encontrado –diría López Velarde–, ni sombra de disturbio. Todo ha sido con una limpieza de patena.
Solamente hay algo no explicado en los documentos de la Auditoria de la Federación: ¿por qué se le dieron esos recursos a esa fundación y no se ejercieron en los presupuestos oficiales?
Vigilaron la disposición final, no el origen. Quizá esa no sea su materia de auditores, pero esa aclaración ha sido suficiente –entre otras cosas–, para convencer a la señora Josefina de sacrificarse y pugnar por el gobierno del Estado de México.
Una vez alejadas las sombras del conflicto y limpia como el alma de un recién nacido, Vásquez Mota emprende el camino electoral rumbo a la silla de Toluca.
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Siempre elegante, siempre inteligente. Así recuerdo a José Solé. Su finura y su talento causaban delicia. Su trato causaba comodidad.
Ha muerto después de haber edificado una escuela teatral en México. Ayudó, construyó, enseñó y sobre todo, disfrutó la vida de una manera envidiable. Lo visitaron todas las musas y se dice en tono legendario de sus “queveres” con todas ellas. Y algo más.
Mi recuerdo para él y para Teresa.
Hoy es demasiado tarde para lamentar no haber estado juntos en tantas y tantas invitaciones no atendidas. Pero allá donde no hay tiempo de seguro tendremos tiempo.
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