El Señor Presidente, en ejercicio de sus facultades, ha anunciado un episodio más en la interminable consagración de la mediocridad intelectual como requisito para formar un gabinete, cuya aspiración era superar a los equipos de trabajo de Benito Juárez.
Si el gran indio oaxaqueño puso, en el ministerio de justicia e instrucción a lo largo de sus reelecciones a Ignacio Mariscal (17 de junio de 1868 al 20 de julio de 1869); y a José María Iglesias entre otros, el talento contemporáneo adherido a Morena nos ha regalado con los nombramientos de Esteban Moctezuma y Delfina Gómez.
Al parecer hay un empeño degradante y absurdo.
José Vasconcelos incorporó a la vida cultural mexicana a Gabriela Mistral, conocida como “La maestra de América”. Años después la poeta chilena obtuvo el Premio Nobel.
La Cuarta Transformación (la involución también transforma), nos trajo a la “Maestra de Texcoco”, quien no se ha ganado tan prestigioso galardón (no se le conoce obra cultural), pero sí ha logrado la lotería en el afecto de su patrón y jefe político.
La señora Delfina Gómez, cuya experiencia académica no causaría la envidia de nadie (no ha sido nada sino una educadora de primaria en Chinconcuac), llega a la secretaría donde otros gobiernos apostaron por el talento.
El inevitable paralelo en otras designaciones de la actual administración es la aterradora impreparación de la comisionada nacional de los Derechos Humanos, quien –paradójicamente–, nada sabe de Derecho.
Como tampoco conoce de hidrocarburos un agrónomo en Petróleos Mexicanos. Y ya si hablamos de doña Tatiana Clouthier, cuyo dominio de la lengua inglesa la convierte en secretaría de Economía, rozamos los linderos de la irresponsabilidad. Por desgracia los ejemplos abundan.
“…Está llena la calle de sombras, de pasos. Los vecinos esperan la llegada de la muerte…” escribió Agustín Yáñez en su célebre “Al filo del agua”, como si hubiera anticipado al clima de esta pandemia.
Designado por Gustavo Díaz Ordaz como Secretario de Educación, el escritor jalisciense, quien además gobernó su estado, elevó la mira de la instrucción nacional como lo hicieron también José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet y Jesús Reyes Heroles, entre otros.
El prestigio cultural acompañaba al cargo.
“…Nos hemos bruscamente desprendido
y nos hemos quedado
con las manos vacías, como si una guirnalda
se nos hubiera ido de las manos;
con los ojos al suelo,
como viendo un cristal hecho pedazos:
el cristal de la copa en que bebimos
un vino tierno y pálido…
“Como si nos hubiéramos perdido,
nuestros brazos
se buscan en la sombra… Sin embargo,
ya no nos encontramos.
“En la alcoba profunda
podríamos andar meses y años, en pos uno del otro,
sin hallarnos.”
Así, con esa elegancia de cristal versificaba Torres Bodet, quien además desarrolló notables instituciones culturales.
Pero con esta elegancia escribe (o le escriben) la maestra Delfina:
“…No somos un peligro para nadie, ni siquiera para los que han saqueado nuestro estado, somos esperanza para todos los mexiquenses sin distinción, exceptuando a los delincuentes del orden común y de cuello blanco…”
Obviamente no es posible comparar una arenga política y un poema. Pero si es dable contrastar las vocaciones y la estructura cultural, el grado educativo de cada quien.
Las cartas de mérito de la maestra Delfina son de sobra conocidas: es honesta (dicen) y leal. Sobre todo eso último. Y la lealtad, la obediencia ciega, la mimetización en el discurso presidencial, resultan suficientes. Y así debe ser en todo equipo
El error consiste en confundir lealtad con talento, como si la dudosa honestidad, pudiera compensar la evidente ignorancia.
Cuando fracasó en las elecciones por el gobierno del Edomex, el presidentela colocó como interventora en la súper delegación, una especie de administración paralela, obstáculo y gotero contra Alfredo del Mazo.
Al designarla en la vacante de la Secretaría de Educación Pública (parece concurso de mediocres), , el presidente resuelve problemas: le quita presión a Del Mazo y prepara a Higinio Martínez.
Pero también (cosa sin importancia en la captura absoluta del control nacional), deteriora la de por sí raquítica estructura educativa nacional, en manos de los analfabetos de la agitación sindical, abusiva, extendida, implacable y ahora vemos, imbatible.
Alguna vez el presidente dijo que los gabinetes del liberalismo fueron una generación de gigantes. Hoy tenemos, a la luz de sus ejemplos, una generación de enanos. Nomás faltaba otra Blanca Nieves.
Ha triunfado – advirtió Jonathan Swift–, la conjura de los necios, de los ignorantes.
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