Termina hoy el quinto mes del año aciago de la epidemia, cuyo nombre nos tiene doblemente hasta la coronilla.
Sufrimos escasez, encierro, aburrimiento, hastío –todos somos pavorreales en la luz vespertina–, obligaciones nunca soñadas, actitudes pacientes, diligentes y tolerantes, porque como dijo un sabio, vivir en la reclusión por la peste y convocar, además, al potro de la guerra, pues no resulta circunstancia atractiva; entonces las mañanas y casi el resto del día se nos vienen encima con la madeja de los discursos políticos, de las comparecencias virtuales del banquero central o el jefe de la epidemia, con oportunidades involuntarias hasta para el estriptis inadvertido, o los excesos verbales de quien impresiona mucho y enreda un poco más, como el domador de nuestra pandemia, en un país con luces rojas sobre el mapa, donde –sin embargo—la paciente e interminable caravana presidencial se dispone a poner el buen ejemplo a partir del mal ejemplo.
Triaca extraña esa: el veneno con el veneno. La propia indisciplina para convocar a los disciplinados. Pero esa conducta de exclusividad viene con el cargo.
La “Primera Magistratura” nacional, convierte al Primer Magistrado en un ser infalible, inatacable, merecedor de tofos los respetos, lagoteo, entrevistas a modo, con lacayos cámara al hombro, consideraciones, aplausos y bondades.
Él dispensa y entrega. El pone la letra en el ojo y el maíz en la boca, como nos dijo en maravilloso texto de seca poesía, Jorge Hernández Campos, a cuyos versos de entonces se les podría agregar hoy: inscribe el nombre en el programa, entrega diplomas de servidor de la patria, de sembrador de la vida; dispersa semillas de dádiva social en el interminable campo agrícola de la gratitud gástrica; protege a los viejos, piensa en los jóvenes, “incorpora a los muertos (casi, casi)” y se ofrece, confiado y en riesgo de infección, a marchar por los caminos nacionales porque es actividad esencial ver cómo se inician las obras de un ferrocarril cuyos rieles por ahora son humo de sueños y en cuyas invisibles estaciones no se detienen –todavía– ni las urracas de los bosques tropicales del sureste mexicano.
El tren existe apenas en la imaginación, pero tan importante será inaugurarlo como bajar la bandera por cuyo impulso de viento crujirán las orugas moto conformadoras, se alzarán terraplenes, escarbarán las «manos de chango» con sus dedos enormes, ante el asustado tropel de saraguatos y chachalacas gritonas, se colocará el primer riel, el tornillo pionero, la tuerca primigenia o quien sabe cual símbolo de la obra humana, para así, dentro de unos años, entregar una magna línea férrea de 800 kilómetros, más o menos como en lejanos días hizo don Sebastián Lerdo de Tejada cuando puso en servicio el ferrocarril del altiplano a la costa, de ida y vuelta, casi por la misma ruta de Hernán Cortés, porque don Benito Juárez dejó la obra trunca y no pudo avanzar más allá de Puebla.
¡Ah!, tan linda la historia de la patria, tan mal comprendida y peor escrita; porque cada quien la redacta y –lo peor–, la lee de acuerdo con su convivencia, como los datos actuales de la estadística, pues en actitud sincera, cuya hondura se debe agradecer, ya nos ha dicho el Señor Presidente, “cada quien interpreta los datos como los entiende”.
Pero la historia no es el relato de lo ocurrido sino el texto por escribir. No es un legado, es un encuentro con el futuro, para hacerlo y transformarlo. Por eso ahora juntos haremos historia. ¿Me entiende por fin? No se trata de ir al mausoleo, la rotonda o el hemiciclo, aun cuando se invoque a los muertos como presencias protectoras y se imiten sus ejemplos, como escudos invencibles; no, se trata de hacer y al hacer y acumular días, el parto será natural, despacioso, como nacen los terneros con los ojos abiertos o paren las ballenas con cantos submarinos. ¿Usted ha visto el nacimiento feliz de una ballena?
Y ante la escritura cotidiana, con el lenguaje de los hechos, de la presencia ubicua, de la palabra infatigable (pero fatigante, abrumadora, aturdidora) en conferencias, comparecencias, videos, ensayos sobre economía, entrevistas a modo, política, dialéctica, axiología, numerología, estadística comparada y cuanta disciplina conozca –o vaya a conocer–, la inteligencia humana, se redacta, pinta o esculpe la obra inmortal cuyo marco nos va transformar por cuarta ocasión.
Y para eso hace falta andar, caminar, rodar en pedregosos caminos o carreteras asfaltadas en las cuales el semáforo rojo no es para las personas susceptibles de contagio, simples humanos, sino para el virus mismo de esta epidemia feroz cuyos cilios nos hay azotado hasta la penuria (con todo lo negro por venir), y al cual podemos contener, dada la magnitud moral de los autoimpuestos desafíos de gobernar contra la gravedad, con la lluvia del piso al cielo; las nubes en el suelo y las rocas en el aire, como pintó el surrealista Magritte, con la simple convicción y si esta fallara por extraño designio, con un detente bendecido por la fe del pueblo y la cardiología sobrenatural del Sagrado Corazón de Jesús.
Olvidemos entonces a los científicos, excepto al mío propio de mi propiedad y orgullo, digamos como María Antonieta, si no tienen el pan de las pruebas, los reactivos, los exámenes; si no hay serología a la mano, entonces denles “Gatell”, en trozos o rebanadas, con cubierta de caramelo o betún de chocolate.
Pasar de la guerra de los pasteles a la batalla de los “gatelles”.
Pero de otros no hagamos caso. Los científicos solamente ayudaron a Porfirio Díaz, nos ha dicho el Señor Presiente en su libérrima interpretación (una más), de la historia, con rasgos de historieta. Ellos eran los neoliberales de entonces, ellos despreciaban al pueblo bueno. Por su culpa había setenta por ciento de analfabetos, como ahora, cuando somos analfabetos con i-pad.
Hoy la ciencia despacha en la tienda de la doctora Álvarez-Buylla (pura bulla), de quien aun esperamos los respiradores prometidos para el quince de mayo. Y esta bien, nadie rebaje a demora su incumplimiento, nos los prometió para esa magistral fecha, pero omitió decirnos el año. Quizá en 2021, cuando la Cuarta Transformación nos ofrezca la Cuarta Respiración.
Mientras tanto seguiremos adquiriendo en el extranjero los pulmones artificiales con cuyo mecanismo tecnificado al extremo, le metemos aire y lo sacamos de los pulmones de los infectados, no importa si fueron fabricados mediante la ciencia neoliberal, en las usinas del capitalismo rapaz, esa por la cual se alzan los aviones cuyo vuelo tecnológico nos aporta respuestas y salvación o viajan –como ayer—los astronautas al espacio; esa perversión del intelecto monetizado cuyos frutos pueden quebrar el átomo, desplegar la nanotecnología, interconectar el planeta con una red de bites inalcanzable en la infinitud de sus impulsos, leer el canto azul de un canario mensajero o encontrar la sílaba de Dios en los meandros de un acelerador de partículas (“…El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor…”), pero nosotros apenas y podemos proyectar un trencito –como aguinaldo de juguetería– en Palenque.
Todo sea a favor del sureste abandonado por los gobiernos corruptos cuyos ojos miraban siempre al norte.
Sureste maya abandonado, por cierto, desde le extinción del Imperio en los olvidados años (S.VIII) previos a la conquista europea (S.XVI) de los territorios mesoamericanos; antes de la conversión de Gonzalo Guerrero, antes del nacimiento de sus “boniticos” hijos; de la escarificación de sus mejillas y el arranque del mestizaje americano.
Antes, mucho antes, cuando las manos de viajeros espaciales no habían lazado la cola de los cometas, la curiosidad del conocimiento miraba a las estrellas y los hombres se morían de paludismo, mal de Chagas o… Coronavirus, en aquellos tiempos cuando no estaba el agua ni en la ciencia de Dios, ni eran rojas las hormigas ni azul el cielo, como dijo Alí Chumacero, ya los mayas se habían ido.
Antes, mucho antes de todo y de todos, cuando “la gran boa del viento se estranguló en la selva… (Pellicer)». El pasado.
Ayer, el hombre estadunidense y su misión con nombre de dragón, comenzaron en una estación espacial lejana como un astro, la “privatización” del espacio, tomados de la mano con el capitalismo decadente.