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Cuando ya no quedaba espacio para más penas ajenas, cuando creíamos haberlo visto todo tras la carnavalesca forma como el gobierno (des) celebró (¿descerebró?) una conmemoración bicentenaria hasta convertirla en una mojiganga sin sentido, ni sedimento, ni enseñanza, ni nada, aparece la peor de las especies posibles, la melcocha deportiva, para decirnos cuánto nos faltaba para llegar al extremo del dispendio pueblerino, la exaltación de legiones de derrotados, la mentira del olimpismo como política pública; el pretexto, en fin, para disponer (y dispendiar) de sesenta o setenta millones de pesos (algunos dicen que muchos más) en un jolgorio de albercas agujeradas y campeones extranjeros.

Ni modo, aquí no los tenemos.

El Paseo de la Reforma, se convierte, a la manera del mejor “marcelismo” de la Semana Santa en escenario de albercas efímeras. El gran campeón Michael Phelps se zambulle en la piscina portátil y hace como si nadara antes de ver cómo se le sale el agua al estanque. Se embolsa cien mil dólares y repite las frases de cortesía dictadas a una agencia de relaciones públicas. “Mexicou muy bonitou…”).

El Presidente de la República exalta la labor de los deportistas como si estuviera hablando en verdad de una tradición de ganadores y no en la verdad de los garbancitos de a libra, cuyas carreras se desinflan a la temporada siguiente. Todos juntos no hacen ni la mitad de Phelps y Spitz, por citar sólo a algunos. Ya no se hable de Lewis o cualquiera otro de los medallistas foráneos quienes cuentan sus hazañas por racimos, no por casualidades.

Como si este país tuviera realmente un deporte como el descrito en el entusiasmo presidencial:

“…El Festival Olímpico del Bicentenario, es también una celebración inusual. Es una magna exhibición, en que se expresarán con toda claridad los valores que vemos y queremos en el deporte, los valores de la paz (“Todo es posible en la paz”, se decía en octubre del 68 y ya vimos), que tanto anhelamos, de la fraternidad, del respeto, del entendimiento, de la concordia, de la competencia y, por qué no, de la alegría, especialmente en un año en que los mexicanos estamos alegres por lo que hemos sido y esperanzados en lo que queremos ser.

“Esta festividad es inédita, como se dijo aquí, porque por primera vez miles y miles de mexicanos tendrán oportunidad de acercarse (si los dejan embotellamientos y vallas); decenas de miles, estoy seguro, en un evento masivo, a los más grandes exponentes del deporte nacional de ayer, de hoy y de mañana.

“Esta celebración será vista y, estoy seguro, recordada como una fiesta emotiva, como una fiesta grandiosa, en la que los chicos y grandes (los medianos no) podrán conocer a las personalidades que escriben y han escrito la historia deportiva de nuestra gran Nación”.

Pues con el perdón del señor Presidente, la historia deportiva de México es una cuchufleta.

Y la “genial” idea del maromero señor Bernardo de la Garza, tan audaz como sus tesis políticas cuando hablaba en nombre de Roberto Madrazo y se hacía pasar por renovador de la ideología del PRI, nada más sirve para distraer y mal.

Han sido muchos los afectados por la instalación de tanques y canchas en el desorganizadísimo festival y muy pocos los realmente beneficiados por el dudoso privilegio de ver a un señor en calzón de baño o el trote cansino de la Guevara en su plenitud de cartucho quemado, siempre disponible para quien la llame: ya sea Marcelo Ebrard para hacerla directora deportiva del GDF; el PRD para llevarla a una candidatura fracasada en Miguel Hidalgo o Bernardo de la Garza para exhibirla en una carrerita sin competencia ni mérito en el carrusel del Ángel a la Independencia.

Pero en eso se parecen todos.

La arcaica fórmula del pan y el circo se aplica con insistencia. Todo esta bien si el señor nos concede el privilegio de aceptar nuestro trabajo (¿oíste Bernardo, el Presidente estuvo muy contento?) y de eso se trataba. Quedamos muy bien, nos palmearon la espalda y eso borra los millones de mentadas de quienes vieron otra vez clausurada la Reforma, como en los buenos tiempos del 2006. Cuánta desfachatez.

JARRITOS

Los diputados del PRI ya están a punto a punto de rajarse del mero asiento con aquella finta de bajar los impuestos (como los futbolistas de la dizque rebelión). El pretexto cayó del cielo en forma de diluvio: los damnificados por las inundaciones son el pretexto para la maniobra. El recurso ideal del discurso eterno sobre la responsabilidad a la cual nos convocan los principios revolucionarios y bla, bla, bla. Vendedores de hule, pues.

DUARTE

A poco tiempo del descolón federal a César Duarte en Chihuahua, el gobernador electo de Veracruz, Javier Duarte, se apresuró a definir su postura. Después de una reunión con Francisco Blake, secretario de Gobernación, dijo:

El Gobierno de Veracruz mantendrá su alianza con el Gobierno Federal porque sólo la colaboración interinstitucional permitirá al estado salir adelante y al presidente Felipe Calderón continuar con su programa nacional por el empleo, seguridad y desarrollo social y en donde Veracruz es una pieza fundamental por ser la tercera economía más importante del país.

AÑO DE HIDALGO

Ante un grupo de diputados encabezado por Luis Videgaray, presidente de la Comisión de Presupuesto del Congreso de la Unión, el gobernador de Hidalgo, Miguel Ángel Osorio Chong de plano ya declaró muerto el proyecto de la Refinería Bicentenario (¿será para el tricentenario?) y le exigió al gobierno federal resarcir la deuda, de dos mil quinientos millones de pesos, contraída por la entidad para cumplir con la entrega de terrenos, siquiera para pagar el entierro.

Ya casi al final de su administración no hay programación alguna del proyecto del sexenio. Esto lo declaró acompañado del coordinador parlamentario de ese partido, Francisco Rojas y del gobernador electo, Francisco Olvera.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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