Quinientos millones de dólares más tarde, la Catedral de Notre Dame, en París, está cerca de su reapertura según anuncia Philipe Jost, a quien el gobierno francés encomendó la terapia intensiva del edificio. Su remodelación, su rehabilitación, no tienen ninguna relación con los juegos olímpicos.
De toda la obra del gigantesco rescate, recupero dos ideas y me permito un par de evocaciones:
Una, la obvia importancia patrimonial en el alma de la historia y la otra el itinerario de uno de sus elementos distintivos, la aguja central cuya punta sobresale de los torreones monumentales.
“Lo que me molesta –le dijo Brassai a Picasso –, es la gran flecha metálica que plantó Viollet-le-Duc en el mismo centro. Me da la sensación de que es completamente arbitraria”.
Y Pablo le respondió:
“A mi también me sorprende esa flecha. Pero no me disgusta. Al contrario. Es como una banderilla clavada en el morrillo de Notre Dame.
Al día siguiente de la destrucción, escribí esto. Prefiero hoy hablar de este tema y no de los horrores nacionales:
“…Con el mismo estupor de cuando los enormes edificios gemelos de Nueva York se derrumbaron ante el ojo frío de miles de cámaras de televisión, millones de personas vieron caer envuelta en llamas, la esbelta aguja de Nuestra Señora de París (alfiler del cielo, báculo de Moisés), abatida por la lumbre incontrolada precisamente entre las dos torres gemelas del templo de la santa Geneviève, donde aún se advierten memorias de Guillermo de París; la bala de Antonieta Rivas Mercado, la risa de Esmeralda y la corona de Napoleón.
“Pero este incendio de la Semana Santa, es apenas un accidente más en la historia casi milenaria del edificio inmortal.
“A fines de la década de los años veinte del siglo pasado, se popularizó la obra de un anónimo firmado como Fulcanelli, cuyos trabajos sobre la hermética y la alquimia colman la fantasía simbólica de miles de personas, y, sin embargo, nos ofrecen datos fundamentales para comprender la críptica escritura de las catedrales del medievo y su significado más allá del tiempo. El Medievo escribió en frías piedras; el Renacimiento llenó de luz las catedrales, antiguas enciclopedias para los iniciados.
Y ya desde entonces se decía (Fulcanelli):
“…Los siglos han dejado su huella profunda en la fachada del edificio, la intemperie lo ha surcado de grandes arrugas, pero los destrozos del tiempo son pocos comparados con los del furor humano.
“Las revoluciones estamparon allí su sello, lamentable testimonio de la cólera plebeya; el vandalismo, enemigo de lo bello, sació su odio con horribles mutilaciones, y los propios restauradores, aunque llevados de las mejores intenciones, no supieron siempre respetar lo que no habían destruido los iconoclastas. “Notre-Dame de París levantaba antaño su majestuosa mole sobre una gradería de once escalones. Apenas aislada, por un estrecho atrio, de las casas de madera, de las paredes acabadas en punta y escalonadas, ganaba en atrevimiento y en elegancia lo que perdía en masa.
“Hoy en día, y gracias al retroceso de los edificios próximos, parece tanto más maciza cuanto que está más separada y que sus paredes, sus columnas y sus contrafuertes salen directamente del suelo; la sucesiva acumulación de tierra ha ido cubriendo poco a poco las gradas hasta absorber la última de ellas.
“En medio del espacio limitado, de una parte, por la imponente basílica, y, de otra, por la pintoresca aglomeración de pequeños edificios adornados de agujas, espigas y veletas, con sus pintadas tiendas de viguetas talladas y rótulos burlescos, con sus esquinas quebradas por hornacinas con vírgenes o santos, flanqueadas de torrecillas, de atalayas y de almenas… ”
“…hemos tenido ocasión de lamentar no sólo las deterioraciones producidas por estúpidos iconoclastas, sino también la completa desaparición del polícromo revestimiento que antaño poseía nuestra admirable catedral”.
“La historia, escrita en tinieblas, es ahora, por descuido, torpeza o destino, una historia en llamas”.
Una historia recuperada de las llamas.