Abrumado quizá por preocupaciones ya superadas; reflexivo en los motivos de sus lejanas decisiones y con afán de explicar las cosas, el Señor Presidente nos ha comentado en uno de esos largos diálogos con los ciudadanos de alguna ciudad de algún estado en sus interminables recorridos nacionales, ahora en Oaxaca algo relativo a la suspensión del malogrado aeropuerto de la ciudad de México.
Ya no se suspendió la dicha obra por razones de porqueriza corrupta. Ya no fue por los negocios a los cuales aspiraban quienes acapararon tierras y propiedades en torno de la seca charca de Texcoco; no, ahora se nos ha explicado la verdad verdadera: no se hizo porque se había proyectado sobre un lago. Yermo, baldío, seco de toda sequedad, pero lago al fin.
Y la pregunta es tan válida como lo fue en el siglo XVI, pero peor en aquel tiempo; como después veremos.
Dijo el Señor Presidente:
“Ya se pagó esa deuda y nos liberamos de un problema, porque ese aeropuerto que querían hacer significaba cerrar dos aeropuertos, para hacer el de Texcoco se tenía que cerrar el actual aeropuerto de la Ciudad de México y se tenía que cerrar el aeropuerto militar de Santa Lucía. Imagínense abrir un aeropuerto, construir dos pistas y cerrar dos aeropuertos con tres pistas, por interferencia aérea.
“Pero eso no era todo, se estaba construyendo este nuevo aeropuerto en el lago de Texcoco, en donde se hunde el terreno, más de medio metro por año se hunde. Imagínense.
“¡En qué cabeza cabe hacer un aeropuerto en un lago! Claro que se puede hacer en el mar, en medio del océano, pero ¿cuánto cuesta hacer un aeropuerto, una obra así?”
Pues sí, ¿en cual cabeza cabe? Pues en la de los mexicanos, quienes hicieron, no un aeródromo o dos o ninguno encima de un gran charco extinguido, sino una gigantesca ciudad cuyo hundimiento no se puede contener, ni detener, si aminorar, ni evitar.
En esa cabeza caben todos los desatinos posibles. En la de los mexicanos.
Y si nos fijamos bien, pues el proyectado aeropuerto de Santa Lucía también se halla en las inmediaciones de una laguna, la de Zumpango, la cual era parte del sistema lacustre de la Cuenca y sus inmediaciones, pues abarcaba de ese lugar y Xaltopan, hasta Chalco y Xochimilco, pasando por Texcoco, Tenochtitlán, Iztapalapa (en otros tiempos Ixtapalapa), Tepeyacac, Tlatelolco (ahí cayó preso Cuauhtémoc) y Popotla.
Pero sobre el error urbano de hacer una nueva ciudad sobre los charcos –incluidos los de sangre–, de la capital derrotada, para insistir cotidianamente en la irremediable condición de vencidos, porque se trataba de derrotar a los hombres, a los dioses y a las piedras, Justo Sierra afirma:
“…Entretanto, resolvió dar un centro a su dominación de hoy y a sus conquistas de mañana, y escogió la ciudad misma que había sido testigo de la gloria de los meshicas y de su gloria; y de las ruinas de Temixtitán, como él decía, levantó de prisa la capital de la Nueva España.
“Comprendiendo los casi arrasados palacios imperiales, describió su traza cuadrilateral, la rodeó de las acequias que los lagos llenaban de continuo, la dividió por un gran canal, la surtió de agua potable, reparando el acueducto azteca, zanjó los cimientos del futuro templo bajo el ara misma de los dioses antropófagos, y dentro de aquella línea, fortificada a trechos y apoyada en el arsenal armado de los bergantines (las Atarazanas), alojó a los españoles; fuera, distribuyó por grupos a los meshicas, bajo el cuidado de sus señores, que obedecían a su emperador inválido y a su vicario el Cihuacoatl.
“Así nació México, a nivel de su lago circunstante y bajo el nivel de los otros lagos de la región; nació sentenciada, como su madre Tenochtitlán lo había estado, a batallar sin tregua con (contra) el agua, que penetraría todos los poros de sus cimientos e impediría la circulación de la salud en sus venas…”
Y uno se vuele a preguntar: ¿en qué cabeza cabe?
Posiblemente la respuesta no la tenga ni siquiera la literatura en cuya mejor advertencia no sabremos más de los viejos dioses, porque esta es una ciudad de la derrota violada; teñida en la amnesia, águila sin alas, hundida, ciudad puñado de alcantarillas, ciudad de la resignación tardía, de la vergüenza permanente de convertir viejos palacios con plazas de congal y balacera, ciudad mariguana, ciudad de sicarios y pendencias, de gobiernos ladrones de extinción del dominio.
¿En qué cabeza?, por Dios