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La reunión sobre seguridad convocada en esta semana por el gobierno, y en la cual el presidente Felipe Calderón tuvo nueve largas intervenciones para comentar las aportaciones de sus invitados e interlocutores, y ahondar una vez más en la explicación sobre su insistente estrategia y su invariable diagnóstico histórico político, sobre la violencia nacional, el crecimiento de la delincuencia y sus causas, consecuencias y características, tomó la forma de un péndulo o un abanico.

Fue de aquí hasta allá.

Este era en los primeros momentos el talante del Ejecutivo:

“…Soy consciente también de que se han hecho cuestionamientos a esta estrategia y mi gobierno ha estado y estará siempre dispuesto a revisarla, a fortalecerla, a perfeccionarla.

“Durante las reuniones recientes escuché diversos puntos de vista, preocupaciones y propuestas, que comparto. Muchas de éstas se articulan en torno al fortalecimiento institucional y a la participación social como mecanismos para garantizar que todas las autoridades hagamos lo que nos corresponde, generemos resultados y asumamos nuestro compromiso con la seguridad…

“En el proceso de construcción de una política de Estado en materia de seguridad y en el combate a todas las manifestaciones del crimen es necesario que comencemos ahora una nueva etapa, una etapa más profunda, una etapa de compromisos concretos, de exigencia clara a todas las autoridades, de su cumplimiento y de seguimiento cercano de lo realizado para ello.

“La política de seguridad tiene que ser una política de Estado. Es decir, no puede ni debe ser sólo una política del gobierno en turno; o sólo de uno de los órdenes de gobierno; o sólo de uno de los poderes, o sólo de una corporación. Tiene que ser un esfuerzo permanente y un esfuerzo de todos.

“México requiere una política de seguridad que trascienda a esta administración o a este gobierno, y comprometa a todos para garantizar que los mexicanos podamos vivir en un entorno de paz, de leyes y de justicia…

“…Agradezco y valoro profundamente que podamos continuar este diálogo acerca de la estrategia para combatir todas las expresiones del crimen y lograr la seguridad pública que todos anhelamos”.

Pero conforme fueron aumentando en intensidad los diálogos (en algunos casos el intercambio de monólogos) las palabras se endurecieron:

“…Les pido que nos exijan. Les pido que nos exijan a todas las autoridades del país, por igual, desde el más modesto alcalde o regidor hasta al Presidente de la República, resultados concretos en la tarea y, en particular, del fortalecimiento institucional que necesita el país.

“Es decir, que actúen como vigilantes de la depuración y profesionalización de los cuerpos policiacos y los Ministerios Públicos…”.

Pero en 48 horas, cuando ya hablaba con los dirigentes de las asociaciones religiosas (por no llamarlas iglesias), Felipe Calderón olvidaba la convocatoria por la unidad y pasaba a la reprimenda (de quienes no comparten la unidad en esos términos):

“…Sólo será posible restituir la seguridad en la medida que haya un esfuerzo concurrente de recomponer el tejido social; y, por supuesto, comparto lo que también se mencionó, de que muchos aspectos de problemática, particularmente las adicciones, deben verse, sobre todo, con una perspectiva de una problemática de salud.

“También la expresión vista desde la perspectiva de la fe, que algunos han mencionado, que ésta es una batalla mucho más profunda entre el bien y el mal, déjenme traducirla.

“Desde la perspectiva, simplemente de la política pública, por lo menos, por lo menos es una batalla entre quienes queremos construir el bien común en nuestra sociedad, con quienes quieren, evidentemente, destruirlo…

“…Y en ese tema, señores, lo advierto de una vez: yo no voy a ceder. Yo seguiré trabajando hasta el límite de mis fuerzas personales y hasta el límite de los recursos que la Constitución le otorga al Presidente de la República para combatir la criminalidad…

“Ese compromiso está claro y sobre la mesa. Y, además, con los costos y los riesgos que implica también, de antemano, van por delante. Pero sí necesito el apoyo de la sociedad; sí necesito del apoyo de los líderes, y sí necesito, también, la comprensión y el apoyo y la corresponsabilidad, insisto, de los políticos…

“…Yo estoy saliendo y pidiendo la ayuda de la sociedad, como también ya se la pedí a los partidos políticos y se la pedí al Congreso, y se la seguiré pidiendo. Pero no me voy a quedar a esperar a ver a qué hora los intereses particulares terminan de estar por encima de los intereses nacionales”.

En estas condiciones uno puede analizar no sólo los conceptos, pues eso ya se ha hecho mucho a lo largo de esta semana, sino la actitud del convocante.

¿Esta crítica a los interese particulares por encima de los intereses nacionales expresa una condena o simplemente un hartazgo de esperar por una colaboración regateada? ¿Hay algún freno deliberado por parte del Congreso? ¿Se le han regateado los recursos y puesto en entredicho sus facultades?

No parece ser así. Quizá sea una tendencia a no ser contradicho o un profundo sentimiento de incomprensión, resuelto sólo en esas reuniones a donde nada más acuden los previamente convencidos, los amigos de la casa.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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