Por fin, tras el desventurado tropezón inicial derivado del ardid electoral panista en Veracruz, el reinstalado y vigorizado “Pacto por México” nos permitió conocer la aplazada iniciativa de “Reforma Financiera”, en cuyo amplio contenido se contienen algunas líneas para el mejor comportamiento de la banca; tanto la de fomento como la simplemente comercial cuyos dueños, cosa de agradecerse, siempre se han destacado por la filantropía y el despliegue crediticio sin mayor finalidad excepto la ayuda al prójimo.
Alabado será.
Pero mientras se hace realidad la oferta de la piedad bancaria, el buen comportamiento y la extensión de sus para llevarlos cerca del humanismo y lejos de la usura, esta columna desea poner unos botones de muestra en torno de los absurdos de las empresas bancarias, las cuales no por ser extranjeras dejan de ser aquí tan descarnadas como lo son en sus matrices, especialmente las estadunidenses o las españolas la cuales, por cierto, con su codicia y rapacería contribuyeron a la crisis de todos conocida. Otros bancos, aun siendo nacionales, tampoco ofrecen logran buenos servicios, lo cual es grave si se mide en proporción con sus altas ganancias.
Esta historia digna de Juan Rulfo fue enviada a esta columna por una amiga mía corresponsal de la prensa estadunidense en México. No digo su nombre por puro gusto.
“…Hete aquí que me encontré con que, gracias a los buenos oficios de mi contadora, la cual paga todo lo que llega, si la cantidad no es onerosa o rara, habíamos estando cubriendo la cuota anual de una tarjeta (de crédito) a nombre del ya difunto marido de mi señora madre quien murió en 1984. Esta tarjeta tenía como “extra” a mi madre, la cual murió hace tres años.
“Asimismo, estábamos pagando otra tarjeta, que al parecer le habían enviado a mi madre, cuando tenía la friolera de 80 años, y la cual jamás uso, ya que tenía otras tarjetas.
“Como buenos ciudadanos, acudimos al banco a ver qué papeles se necesitaban para cerrar las cuentas.
“Nos pidieron, acta de defunción con original y copia, y en caso de no querer dejar el original, con copia certificada por notario ($350.00 por c/u); identificación del difunto, original y copia, último estado de cuenta e identificación y copia del que hacía el tramite.
“Con todos los documentos en un lindo folder verde rabioso, me instalé en la sucursal de Banamex que me corresponde, y después de tomar el número chorro mil, me senté en unas incomodas, pero al fin sillas, a esperar la ventanilla.
“En ese rato me divertí como loca oyendo los casos y las respuestas a las preguntas, que de haberme instalado por mas tiempo, darían para un libro en su forma “dialogo de sordos, y que parte no entendió”
“Llega mi turno y yo, toda oronda, con mi folder y todos los papeles que habían pedido, amén de que no se debía nada, pensé, inocente de mi, que todo sería coser y cantar….
“Una señorita, que debió de ser entrenada en la Secretaría “X”, o el Vaticano, que como sabemos, tiene la mas onerosa y complicada burocracia del planeta, me atendió.
“Le expliqué el caso, diciendo que habíamos estado pagando todo y que yo pensaba que habíamos cerrado esas tarjetas, que al estar en ceros y con los certificados pues sólo era el tramite oficial, con copias, para cerrar el expediente.
“Y ahí empezó otro dialogo de sordos…
–“¿El último estado de cuenta?”
–“Aquí esta.”
–“¿El de este mes?”
–“ ¡No, no!, necesitamos el último estado de cuenta de cuando murió el cliente”.
–“Pero señorita eso fue en 1984, la cuenta de la tarjeta es la misma y si tiene el estado actual, es obvio que no se debe nada, más que el seguro Libra, que ustedes imponen a todos los tarjetahabientes por 98 pesos y, que como puede darse cuenta ha sido pagado todos estos años, amen de la cuota anual, por tarjetas que no han sido usadas, por lo tanto este último estado de cuenta le dice que no se debe nada, si quiere que le pague los 98 pesos por adelantado del mes que entra, me dice y lo pago en una de sus cajas.
“–Pero, por favor entienda que lo que yo quiero es cancelar estas tarjetas”.
“–Pues no se puede. Lo que puedo hacer es abrir un folio, darle un número, que nos de entre 10 a 20 días hábiles para responder si se encontró el contrato inicial, (que me parece que es de los 60´s) y el estado de cuenta de Diciembre de 84.”
“Resignada al número burocrático, procedí a tratar de cancelar la otra tarjeta, que había sido enviada a mi madre, sin que ella lo solicitara, ya que era a su nombre de casada (ex María de xxx)
“La señorita me pide el acta de defunción de mi madre y su pasaporte, original y copia, se lo entrego y me mira y me dice muy seria.
“Imposible. La tarjeta viene a nombre de María de X y el acta es a nombre de María Z” (el nombre de soltera de mi madre), lo mismo que el pasaporte, ya que en mi país tienen la costumbre de no cambiarte el nombre cuando te casas.
“Le entregué copia y original de la antigua FM2 que tenía toda la historia de mi señora madre, matrimonios, defunciones, etc, en la que decía que MariaZ se había casado con Don X y ahora era María X.
“Nada la movió, ni la FM2 original firmada por el mero mero, Secretario de Gobernación, en ese tiempo un tal Don Gustavo Díaz Ordaz.
“Todavía con mi inocente cara le pregunto, bueno ¿y que pasa si no pagamos ya que no puedo cancelar la tarjeta?
“–Pues sus familiares se van al Buró de Crédito”.
No creyendo lo que oía le dije:
–“¿Los cadáveres, los muertitos?”
–“ Por supuesto”, me dijo inflexible.
Entonces me ofrecí a enviarle la nueva dirección de mi mamá y su esposo en el Panteón Francés de La Piedad. ¿Y si los embargan?
–Esta bien, me dijo, pero venga mañana porque ya vamos a cerrar”.
La otra historia es el cuentahabiente 0011758015 del banco IXE en cuya extraña papelería se insiste en llamarlo IXE Banco (ahora asimilado por Banorte).
La relatoría de sus desventuras podría poner a esta persona en el catálogo de la paciencia justo junto al pobre Job. Todo comenzó cuando extravió una tarjeta de crédito, la cual, por supuesto, reportó inmediatamente.
Después de un trámite más o menos razonable y un pago más o menos abusivo (se debe reemplazar el plástico, dijeron), el expedito banco anunció su sentencia: le vamos a mandar su tarjeta dentro de diez días hábiles, en horas hábiles.
La mecánica del reparto operó normalmente y la tarjeta fue enviada a la dirección registrada en la cuenta. Pero ese día, a esa hora, no estaba el cuentahabiente ni hubo a quien guardarle confianza y dejarle el plástico. Y como a los pocos días ekl personaje en cuestión osó cambiarse de casa, c( de la cual dio aviso al Banco, sin efecto alguno, pese a escritos sellados por la sucursal correspondiente), desde entonces la tarjeta de crédito vaga de oficina en oficina, de banco en banco, de sucursal en sucursal, con la habilidad del “Chapo” Guzmán. Nadie la encuentra. El sufrido cliente no a puede usarla (ni la necesita es verdad) pero de todos modos debe pagar por ella.
A estas alturas del misterioso caso la nómina de ejecutivos cuya verbosidad de plástico supera a la materia con la cual fue elaborada la tarjeta perdida, no sirve ni para ser reproducida en esta columna cuya finalidad no es hacer sufrir a los lectores, si algunos tiene.
La mejor reforma financiera sería suprimir los bancos. Pero como eso no es posible, disfrutemos la dieta por ellos decretada: agua y ajo.