Para comenzar, una provocación: las mayores aportaciones al cuidado del lenguaje en México no provinieron de aquella célebre cuanto estéril Comisión Para la Defensa del Idioma de los tiempos de José López Portillo (la presidía Héctor Manuel Ezeta) ni mucho menos de la pomposa e inútil Academia Mexicana de la Lengua (dependiente) de la Real y Española.

No; las hizo Raúl Prieto, el recordado periodista “Nikito Nipongo”, cuya columna “Perlas japonesas” y su magna obra “Madre Academia”, pusieron en muchos sentidos los puntos sobre las íes.

Todo lo anterior viene a cuenta por la reunión sobre educación y cultura celebrada en Veracruz hace un par de días, en la cual Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua, propuso la consagración constitucional del idioma español como lengua oficial de la nación mexicana.

Más allá de la contradicción (ni siquiera la academia de la lengua se refiere al español como nuestro idioma propio; se llama Academia Mexicana de la Lengua, sin decir cuál), Labastida se titula como un buen camisero de las once varas.

Y eso sin contar la oportunidad para los nostálgicos de las lenguas indígenas quienes hallan en esta convocatoria (inoportuna e innecesaria) el pretexto para defender su materia de interés; la imaginaria vigencia de las lenguas al borde de la extinción, idiomas de ágrafos, como decía Andrés Henestrosa, parte del sollozar de las mitologías, como escribió López Velarde del idioma imán.

Pero este país, donde el lenguaje es una jerga sucia arrastrada día a día por los suelos de la incultura y la zafiedad no necesita el reconocimiento jurídico del idioma. Requiere, y con urgencia, programas educativos de enseñanza y respeto a la palabra de todos los días. Y en eso deberían intervenir los medios de comunicación, espacios desde donde se atropella machaconamente la limpieza de la expresión escrita o hablada.

Por ejemplo, las conjugaciones verbales, la concordancia entre los géneros y los números, las expresiones ordinales y las fracciones, el uso de palabras cuyo significado es otro distinto, como la eterna y estúpida confusión entre comercio callejero y vendimia.

Todos hablan de la doceava conferencia cuando deberían referirse la decimosegunda, por ejemplo. Las fracciones se convierten en el orden . Todo es un desorden.

No hay un sólo merolico de la radio o la TV capaz de conjugar correctamente el verbo INICIAR. Siempre dicen, ayer inició la colecta de la Cruz Roja. ¿Quién le dio inicio? Lo propio sería decir, ayer SE inició la colecta anual, etc.

Lo mismo ocurre con el verbo VOLCAR. Si el autobús asesino SE vuelca sobre su costado, los gritones de los noticiarios (les llaman noticieros, como llamarían pasteleras a las pastelerías o campaneros a los campanarios) avisan de cómo el pesado transporte “volcó”, como si hubiera derramado su contenido por voluntad propia, si la tuviera.

Pero quizá esos sean pecados menores junto a los equívocos mayores: el lenguaje comercial está plagado de estupideces, “espanglicismos” y bobadas.

Por ejemplo. Los nombres de los centros nocturnos, las salas de belleza o algunos otros establecimientos retorcidamente bautizados como “News Divine”; “Afrodita’s Place” o “Pepe Gym’s”. El apóstrofo con la “S” implica la posesión en lengua sajona, pero en los casos mexicanos ni funciona ni es propio de la otra parte de la expresión.

No tiene caso ahora tratar de “oficializar” el idioma en las zonas fronterizas, por ejemplo, donde los anglicismos son inevitables y forman parte de una porosidad lingüística inevitable.

Recuerdo un ensayo de Antonio Alatorre en el cual analizaba los peligros del idioma, señaladamente la invasión del inglés (del de los Estados Unidos, no del británico, tan lejano e inocuo) como la gran amenaza cultural y lingüística:

“…una de las ponencias (en el simposio efectuado cuando se creo la ya dicha comisión en tiempos de JLP) muestra hasta que punto ha penetrado el inglés en la industria hotelera: menús de restaurantes y avisos en cuartos de hotel que están en español e inglés y aun sólo en inglés; anuncios de ice cream de beach wear y de boats for rent en Acapulco…” Y en una nota al pie de página se pregunta: “¿Acaso no se suprimieron en la Alemania de Hitlert todos los rótulos extranjeros?” Lo más sencillo sería clausura a quien utilice letreros mal escritos.

Perro lo mal escrito no es únicamente lo plagado de influencias sucias. También y sobre todo lo puesto en la página sin gramática ni recato, como sucede todos los días en los diarios, los diarios. ¡Coño, carajo, caballero! Cosa más espantosa.

Se le atribuye a Marcel Proust una frase:

“…La diferencia entre los libros y la prensa no es tanta. Los primeros no son leídos. Los segundos son ilegibles”.

Le pongo un botón para la muestra: Guadalupe Loaeza escribió ayer en Reforma: “siempre que habla el secretario de Educación pongo mucha atención porque invariablemente aprendo algo nuevo. Me gustan sus referencias a la historia y a la literatura. ¿Por qué al referirse a EPN le dirá ‘el presidente Peña’ sin mencionar su apellido (paterno) completo?”

Pues ese es su apellido completo. Quizá sea la nostalgia de llamar López Obrador al señor López…

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta