En el mundo contemporáneo resulta frecuente hablar de personas centenarias. Por desgracia. Llegar a los cien años, no siempre significa cumplir un siglo de vida. La mayor parte de las veces los últimos años no son vida en su sentido más amplio de felicidad o actividad, sino nada más presencia, permanencia. Ancianidad casi vegetativa.

Pero en ese contexto muy pocas son las personas cuya inteligencia permanece casi intocada por la ferocidad de los años acumulados. Y menos aún quienes pueden decir con toda lucidez frente al espejo de sus recuerdos, en el siglo de mi vida

yo cambié el mundo

Y ese es el caso sorprendente de Henry Kissinger, el último hombre de una extraña condición intelectual y política casi irrepetible. Un hombre en el absoluto de la inteligencia.

Ahora, con motivo de sus cien años, los ensayistas de pelo, medio pelo o de plano alopécicos, han escrito sobre este profesor y erudito de dimensiones incomparables. Algunos se han centrado en su capacidad política para urdir –como si fuera un alquimista–, golpes de Estado, conjuras capitalistas y maldades sin fin.

Otros siguen discutiendo si sus intervenciones en Camboya y Chile desmerecen su sobrevaluado Premio Nobel de la Paz.

Pero fuera de eso a mí me llama la atención la obra. No la maniobra.

No conozco todos los ensayos de Kissinger, pero “Un mundo restaurado (FCE)” es una insuperable lección de historia y un análisis de sobrada erudición. Una obra seca, rotunda, sin fisuras. Intelectualmente rigurosa, vasta y sobria.

Aunque habla de la Europa del Siglo XIX, Kissinger ofrece reflexiones indispensables para comprender no sólo el mundo contemporáneo sino la política misma. ¿Quién de sus críticos tiene esta hondura intelectual? Revisemos brevemente:

“La política profunda se nutre de la recreación perpetua, de una redefinición constante de metas. La buena administración, se nutre de rutina, de la definición de relaciones que puedan sobrevivir a la mediocridad. La política implica un ajuste de riesgos; la administración el evitar la desviación.

“La política se justifica a sí misma por la relación de sus medidas y su sentido de proporción. La administración por la racionalidad de cada acción en términos de una meta dada. El intento por conducir la política en forma burocrática conduce a una búsqueda de lo calculable que tiende a quedar prisionera de los acontecimientos. El esfuerzo por administrar en forma política conduce a la irresponsabilidad total, porque las burocracias están diseñadas para ejecutar, no para concebir.”

SI estos párrafos tuvieran eco en el Palacio Nacional, (administrar en forma política, conduce a la irresponsabilidad), otro gallo cantaría.

Otra obra monumental de Kissinger es “La diplomacia”. Más de 800 páginas sin desperdicio. Cada una de ella destila sabiduría. Si el mundo restaurado lo escribió antes de ser secretario del Departamento de Estado de EU durante el gran gobierno de Richard Nixon, “La Diplomacia” fue posterior a sus capacidades ejecutivas.

Y el más reciente de sus grandes volúmenes, “China”, es una especie de recapitulación de lo ocurrido después de la apertura del mundo hacia China y de China hacia el mundo:

Kissinger coligió el fin del feudalismo criminal de Mao (la Revolución Cultural era la versión de nuestra actual Revolución de las conciencias) e intervino con oportunidad y talento.

“…Los dirigentes chinos buscaron un planteamiento paralelo (cuando Kissinger habló con Mao y Chou). Para ellos no tenía ningún sentido volver al orden internacional existente, aunque solo fuera porque no creían que el sistema internacional entonces existente, al que no habían contribuido, tuviera alguna validez para ellos.

“…Nunca habían considerado que su seguridad radicara en la ordenación legal de una comunidad de Estados soberanos. Los estadunidenses, hasta el día de hoy, suelen considerar la apertura hacia China como la reanudación de una amistad que se encontraba encallada. Los dirigentes chinos, en cambio, estaban familiarizados con el “shi”, el arte de comprender la materia en estado de cambio.”

Hoy China está a punto de adueñarse del planeta. Y Kissinger gestionó ese gran cambio quizá sin medir los alcances futuros de sus acciones diplomáticas en la interminable mutación de la política y la historia.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona