La declaración del secretario de Gobierno del DF, José Ángel Ávila Pérez, en torno a la gobernabilidad en la delegación Iztapalapa, echa por tierra todo el andamiaje sobre el cual querían montarse Clara Brugada y los demás empleados y validos de Andrés Manuel López Obrador para quedarse con el control de los cuatro mil millones de pesos de esa zona.
Sin la voluntad de Marcelo Ebrard, o mejor dicho, sin sus instrucciones a la Asamblea Legislativa, no es posible aplicar en contra de nadie el pésimamente redactado artículo 108 del Estatuto de Gobierno.
Dice el farragoso artículo del todavía más complicado estatuto del jurídicamente desvalido Distrito Federal:
“Sin perjuicio de lo dispuesto por la legislación sobre responsabilidades aplicable a los servidores públicos del Distrito Federal, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, a propuesta del jefe de gobierno o de los diputados, podrá remover a los jefes delegacionales por las causas graves siguientes:
“I. Por violaciones sistemáticas a la Constitución, al presente Estatuto o a las leyes federales y del Distrito Federal.
“II. Por contravenir de manera grave y sistemática los reglamentos, acuerdos y demás resoluciones del jefe de Gobierno del Distrito Federal.
“III. Por realizar cualquier acto o incurrir en omisiones que afecten gravemente el funcionamiento de la administración pública del Distrito Federal o el orden público en la entidad… ”.
Por lo pronto, el condicionante de la sistemática forma como se debe violar gravemente (¿con cuál gravemómetro se medirá eso?) la ley para considerar tal conducta suficiente como para aplicar el definitivo escarmiento de la remoción, implica un debate largamente bizantino.
Pero la propuesta del jefe de gobierno o los diputados nada más no se sostiene en el caso de Acosta. Por cuanto hace al gobernador (si se permite el sinónimo) Ebrard, no ha sido planteado. Y en cuanto a los diputados, pues no importa: si no reciben las instrucciones desde el Zócalo no van a hacer nada, especialmente los afines a Marcelo.
Por otra parte, a favor de Acosta, pues no ha tenido tiempo para cometer atropellos tales como para convertir su actitud en algo “sistemático”.
Y aun cuando hubiera tenido tiempo para demostrar su incurable y evidente ineptitud (en eso se parece a la señora Brugada y a decenas de delegados presentes y pasados del PRD), ¿quién va a definir la “sistematización” de una conducta? ¿A partir de cuando las cosas se vuelven parte de un sistema? ¿Se pondrán de acuerdo los diputados en torno a tan jabonoso concepto?
Resulta difícil preverlo pero hasta ahora las palabras de Ávila no dejan espacio para la interpretación: no hay ingobernabilidad, lo cual, al sintetizar la doble negación, resulta una afirmación: hay gobernabilidad. Hay ineficacia en los servicios, pero eso no significa ausencia de gobierno.
Y si se considera la deficiente administración como una causal de censura o desafuero, pues entonces toda la ciudad anda en las mismas, no nada más la sufrida Iztapalapa, sobre cuyos electores vale la pena decir un par de cosas.
La primera es su condición de siervos intelectuales y políticos del “pejismo”. Bastó un mitin de estruendo por parte del tabasqueño para hacer la “catafixia” de los candidatos frente a quienes dóciles y sin recato siguieron las instrucciones del patriarca hasta hacer posible la “machicuepa” de las urnas. Votar por uno para obligarlo a irse y dejar a quien había sido impedida para el proceso por un tribunal. El mejor sello de la casa. Yo soy la ley, yo soy el rey.
Los iztapalapenses, como nunca antes en su historia, se merecen ese triste, cómico y trágico gobierno. Lo votaron para ayudar a otro a pasarse de listo y les han salido los tiros por la culata. A ellos y a su docilidad; a ellos y a su obsequiosidad ante la trácala y el engaño; la trastada, la maniobra, la transa, mi buen, la transa…
REELECCIÓN
En torno a la propuesta felipense de reelegir diputados y munícipes, ha dicho Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México:
“Vale la pena ser cuidadosos en el análisis de la reelección de presidentes municipales y legisladores, de rescatar lo que se debatió hace una centuria, cuando se quiso poner freno a algo que se convirtió en un ciclo vicioso en el ejercicio del poder… lo que hoy tenemos que buscar no es sólo cómo creemos que a partir de una nueva reorganización política podemos generar mayores equilibrios políticos…”.