En sus puntos fundamentales nada más se colocan dos relacionados directamente con la participación ciudadana: la iniciativa y las candidaturas independientes. En el breve espacio del cinito alguna vez llamado Lido, en el actual centro cultural del FCE en la Condesa, se realizó un ensayo analítico de la reforma política propuesta por Felipe Calderón y cuya defensa enjundiosa y en ocasiones conceptuosa corrió a cargo del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont.
No podría decir si sus análisis corresponden a la convicción o a la corrección, pero en cualquier caso vale la pena analizar sus palabras, sobre todo los relacionadas con ese fenómeno llamado (por él) “empoderamiento ciudadano”.
Obviamente también se debe reflexionar en torno a la sinceridad de sus elogios a la “izquierda necesaria”. Pero eso, después.
Por lo pronto debemos analizar el verbo “empoderar”. ¿Existe tal palabreja? Sí, como un arcaísmo, como algo en desuso, según refiere José G. Moreno de Alba, cabeza de la Academia Mexicana de la Lengua en un libro editado por el FCE.
“Comienzo diciendo que el vocablo me parece no sólo superfluo sino poco eufónico… en la decimoquinta edición del Diccionario de la Lengua Española (de la Real Academia Española), de 1925, leemos: ‘Empoderar. tr. desus. Apoderar. Usáb. t. c. r.’ [transitivo, desusado, usábase también como reflexivo]”. Entre el desuso y el arcaísmo hay un solo paso.
Pero más allá de las minucias del lenguaje, la noción misma de darle poder al ciudadano resulta al menos incompleta en la reforma propuesta por Calderón. En sus puntos fundamentales nada más se colocan dos relacionados directamente con la participación ciudadana: la iniciativa y las candidaturas independientes.
No hay mención ni del referéndum ni de la revocación del mandato, entre otras posibilidades más participativas o de participación más efectiva. La reelección de diputados es no tener relación con la representatividad ciudadana, sino con la discutible anhelada profesionalización legislativa.
Pero Gómez Mont ha argumentado de manera un tanto farragosa:
“…ante el escenario de parálisis (¿vivimos en la parálisis?) y la exigencia ética de darle contenidos de modernidad al sistema político, económico y social, en México, sobre todo en este año, la reforma se plantea frente a una alianza con la ciudadanía (¿es una alianza con cuál ciudadanía y de quién con quién?), para que mediante su empoderamiento podamos evitar regresiones autoritarias o podamos evitar el vaciamiento emocional, político y ético de la política mediante fórmulas electorales (¿así se llama el abstencionismo, ahora?) que tienden a esquivar una mayor incidencia ciudadana en la toma de decisiones políticas.
“La apuesta es a la agenda ciudadana —insiste FGM—, porque muchos de ahí salimos y porque creemos que al final ahí hay elementos de decisión, de confiabilidad, de firmeza, de energía social que el país requiere para moverse, que ahí está la reserva de energía donde se puede mover el sistema”.
Más allá del enredo retórico muy pocas cosas quedan claras en esta exégesis del calderonismo.
“Yo creo que la reforma invita a salirnos a espacios comunes e imaginarnos una realidad política distinta”.
La verdad esta reforma no estimula la imaginación, pues es una decálogo terminado y firmado por su creador.
“De ahí que como válvula de escape, primero se genera una presión sobre las oligarquías partidistas (¿y la oligarquía financiero-empresarial-mediática, dueña del país no debería ser tocada?).
“Los poderes meta-constitucionales del Presidente en el partido hegemónico nada más eran dos (eran muchos más, en verdad): un partido hegemónico que destruía la competencia de fuera (por eso construyó todas las reformas cuyo progreso lo despojaron del poder) y una no reelección para tener una movilidad política estrictamente centrada en la dirigencia partidista(la reelección de los no reelegibles pero sí duplicables)”.
Si esto fuera verdad se habría logrado la dictadura de los clones. Y en ella viviríamos.
“La reforma trata de romper con esos dos esquemas y evitar que esos dos esquemas se puedan reconsolidar y trata de avanzar en eso confiando en el poder ciudadano”.
Sin embargo, la argumentación del señor secretario Gómez Mont tiene demasiados recovecos y contradicciones. Por ejemplo:
“No se confundan: El poder en este país lo entregan en buena parte ciudadanos con una votación móvil. No es el voto duro el que entrega el poder, ese puede constituir reservas, generar distribución territorial…. (antes). Al establecer una mayor incidencia ciudadana en la preservación de los espacios políticos, obliga a las dirigencias partidistas abrirse con sus electores si es que quieren mantener representado su espacio de poder”.
De acuerdo con esto, tenemos los mexicanos una ciudadanía poderosa capaz de dar y quitarle el poder a quién ella diga. Al menos, “hoy por hoy”. En esas condiciones, si tal fuera absolutamente cierto, no habría necesidad de reforma destinada a empoderar a ciudadanos poderosos de antemano.
Y en cuanto a las loas a la necesaria izquierda, pues no se pueden tomar muy en serio, al menos no sin la útil prédica del ejemplo.
“El voto está distribuido territorialmente de una manera en que sería muy difícil consolidar sistemas de partido, un poco conveniente; cerrar las puertas a la representación política de la izquierda sería un error que podría inclusive atentar contra la estabilidad política; la izquierda hoy cumple una importante función de estabilización política.
Entonces, la izquierda está condenada en este análisis a ser un factor de estabilización, pero nunca una opción de gobierno.
No queremos el bipartidismo a solas. Hace falta un testigo obsecuente. ¿O cómo?