La constante violencia mexicana, exacerbada en la medida de los frustrados intentos oficiales por contenerla; fugitiva entre fusiles y cascos de soldados, agazapada detrás de los árboles y piedras del desierto sin lluvia, victoriosa en las múltiples fosas comunes de la patria enlutada, ha generado también algunos fenómenos sobra cuya trascendencia o intrascendencia deberíamos volver la mirada.

Para no ir más lejos vayámonos al Zócalo en una mañana de domingo. Como ayer, por ejemplo.

Al pie de la bandera, quieta y plegada sobre el enorme poste, si un soplo de mínimo viento siquiera, vencida por la luminosidad del mediodía, como dormida en la hamaca vertical de sus colores lavados, se agrupan algunos jóvenes con playeras rojas. Una muchacha disfrazada de corazón, metida en una camisola de cartón, corre de aquí para allá como si fuera un personaje de Alicia en el país de las maravillas.

Un caballero con micrófono se desgañita, fracasadamente persuasivo en la invitación a los transeúntes: vengan háganlo por México, esta es una línea de abrazos, vengan, fórmense aquí. Pocos le hacen caso pero para las once de la mañana ya se han reunido como sesenta entusiastas del abrazo desconocido.

Todo es amor y música y Lennon canta “All you need is love” y el merolico del amor convoca y exige hacerlo todo por México. Un abrazo por México.

¡Órale! ¿Y ya con eso conjuramos los demonios de San Fernando y las matanzas de Juárez, Acapulco, Michoacán y medio país bañado en sangre?

Pero la realidad casi supera a los micrófonos. La imagen de filas de jóvenes mirándose cara a cara y ojo a ojo, buscando en ellos la reconciliación como les demanda el promotor de los abrazos, se desbarata como una burbuja jabonosa.

La verdadera imagen de la mañana es un hombre astroso y en andrajos, sucio, polvoriento, vencido por el alcohol y el hambre costruda y perdurable de una vida de abandono y desamparo. Ahí está tirado el “teporocho”. A él nadie lo abraza. Ni siquiera lo mira, ya no digamos alzarlo en brazos; nadie le ofrece un poco de sombra ni un consuelo ni mucho menos un remedio así sea helado y fugaz, para su desgracia.

A las puertas de la Catedral otros piadosos mendigan para quien sabe cuál de las miles de obras pías de aquí y de allá. Y plaza abajo, más al sur, los defensores de la fe quieren colocar a como sea posible sus ejemplares de la Atalaya, sin reparar ni unos ni otros en un habitante más del caos, desguanzado y catatónico como su compañero, ahí mismo junto a las rejas de la Catedral cerca de la boca del Metro.

Tirados, vencidos, enfermos. “All you need is love…”

¿En verdad necesitamos tanta piedad edulcorada en este clima de infierno?

Seguramente no. Lo más fácil sería pensar cómo algunos han aprovechado el nerviosismo ante los problemas, para emerger (dejemos de lado posibles rendimientos económicos) como una solución salvífica.

~~Mírense a los ojos, piensen en sus hermanos, en sus padres. Solamente les faltaba declamar aquello de “Mamá soy sicario, no haré travesuras”.

Muchos explican el alza de popularidad de Josefina Vásquez Mota precisamente a la imagen protectora con la cual se ofrece. Una especie de Florence Nightingale en nuestra guerra de Crimea.

¿Será?

PROSA SIN QUE

Se presentó en Bellas Artes un libro muy agradable. “Prosa sin qué”, se llama.

Es una recopilación analítica de textos de José Alvarado, el maestro inolvidable, sobre todo para quienes siguiendo su enseñanza, nos hemos desprendido del estorboso relativo “que” en los textos cotidianos.

Sin embargo no siempre escribía así el querido Pepe. Lea usted:

“Algún estudiante apasionado debería entregarse a una prolongada meditación sobre las peripecias de la palabra en la poesía castellana. Ha de ser interesante vigilar el hecho lírico, observarlo a la temperatura de cada momento significativo de la historia literaria, para seguir a la palabra en toda su emocionante biografía, tejida de rebeldía y de lealtad; porque de un estudio así arrancaría una explicación viva de la nueva poética.

“Es posible que se descubra de esta manera el camino de redención de la palabra, cuando menos que se pueda establecer una fe en su destino poético.”

Como se ve el primer párrafo discurre liso y limpio, pero en el segundo, dos horribles QUE, gordos como una piedra bola, entorpecen la prosa.

Hablar de Pepe sólo como un escritor sin “qués” (eso lo hace cualquiera, hasta yo), me parece una forma simplona de ignorar la profundidad de sus textos y la magnífica cultura de ese hombre incomparable en nuestro periodismo en el último medio siglo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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